El Nazismo y la Iglesia Católica
Aunque la Iglesia Católica se ha querido desmarcar fuertemente del Nazismo y el Papa Benedicto XVI ha condenado duramente el nazismo durante una visita a una sinagoga alemana, no podemos cerrar los ojos a la historia y ver que fue lo que realmente ocurrió en esos funestos años. Traemos 2 análisis, uno por el filósofo Michael Onfray y el otro por el escritor John Cornwell sobre la relación de la Iglesia con el Nazismo antes y durante la Segunda Guerra Mundial.
"Estamos convencidos de que la gente necesita y requiere esta fe. Por lo tanto hemos llevado a cabo la lucha contra el movimiento ateo, y esto no sólo con unas pocas declaraciones teóricas: lo hemos aplastado."
(Adolf Hitler, en un discurso en Berlín, 24 de octubre de 1933).
Con estas palabras, Hitler asumía que su lucha por alcanzar y obtener poder también involucraba a la fe religiosa de las personas. Hitler mismo declaró: "Aprendí mucho de la orden de los jesuitas. Hasta ahora, nunca ha existido en la tierra nada más grandioso que la organización jerárquica de la Iglesia Católica. Yo transferí a mi partido mucho de esta organización".
Pero ahora revisaremos la actuación del Papa Pío XII y la Iglesia Católica durante el Nazismo y la Segunda Guerra Mundial. Es un tema muy controversial, pero no podemos negar el conocimiento a los hechos que sucedieron. Desde los años 20, la Iglesia condenó al nazismo y en las elecciones de 1932, Hitler fue rechazado en las urnas en las regiones católicas como Baviera. Entre 1933 y 1936, El Vaticano dirigió a Berlín 34 notas oficiales en las que tachaba de total aberración la ideología hitleriana.
Obispo Ludwig Muller y Nazis
Hubieron muchos héroes católicos que murieron en campos de concentración, uno de ellos fue el Padre Maximiliano de Kolbe, quien murió de hambre en el campo de exterminio de Auschwitz, dando su vida por otro prisionero que había sido condenado a moris de esa forma. También tenemos al Cardenal Faulhaber que condenó la persecución a los judios en los años 30. Los nazis pidieron que sea asesinado. En 1936 la policía confiscó sus sermones y luego fue presionado por los nazis con manifestaciones. Durante la guerra se siguió manifestando en contra de los nazis y elevando su voz sin miedo en defensa de los judíos.
Pero en general, al empezar la escalada nazi, se puso en práctica un pacto entre el partido nazi y la Iglesia Católica, en la cual, la mayoría de la Iglesia colaboró con su silencio, y el nazismo dejaría a la Iglesia sobrevivir, al menos por esos años. A ese pacto se le llamó "Concordato". El concordato hecho entre el Vaticano y Hitler, era para acordar que la Iglesia no se iba a entrometer de manera oficial en la politica Nazi y de ningun pais ocupado por ellos, a cambio Hitler desistiria de formar una religión propia, además también evitaban que los nazis tomaran a los católicos como enemigos.
Ahora sabemos, gracias a algunos eclesiásticos fieles a los derechos humanos, mediante los documentos soltados, los secretos que se ocultaron en ese tiempo. En ellos se describen claramente todo lo que la Iglesia calló para sobrevivir mientras otros fueron asesinados.
¿Donde estuvo la Iglesia Católica en esos tiempos que mas se necesitaba de ella?.
Susan Zuccotti en su libro “Under his very windows”, descubrió que clérigos y laicos católicos desafiaron a nazis proveyendo de comida, ropa y cobijo a los judíos y otros refugiados en toda Italia. Como resultado de esto, mientras que aproximadamente el 80 por ciento de los judíos europeos perdieron la vida durante la Segunda Guerra Mundial, el 85 por ciento de los judíos italianos sobrevivieron a los nazis. Pero Zucotti no le da crédito de esto al Papa por no encontrar directrices dadas por el pontífice a los católicos.
El cardenal Karl Lehmann presentó en Maguncia un estudio que ilustra el papel de la Iglesia de Roma en el sistema nazi de trabajos forzados durante la II Guerra Mundial. Entre seis y ocho mil esclavos judíos trabajaron para ella. Y la Iglesia se benefició con esa esclavitud.
El historiador Karl-Joseph Hummel, que ha editado este informe, describía las dificultades de los católicos bajo el nazismo. “Mediante contratos con el Ejército, los monasterios y otras instituciones evitaban las posibles expropiaciones” de un régimen hostil. Para cumplir estos contratos en medio de la guerra, la Iglesia recurrió a los trabajadores forzados puestos a su disposición por los nazis como “medida de autodefensa”. El catedrático de la Universidad Libre de Berlín Wolfgang Wippermann destacaba la “estrecha relación” entre la Iglesia católica y la Comisión de Historia que ha guiado el estudio. Para él “tiene como meta la justificación de algunos comportamientos del Vaticano respecto a la Alemania de Hitler”.
Hitler y Obispo Ludwig Muller. Muller se suicidó al termino de la Segunda Guerra Mundial
Se calcula que el Tercer Reich entregó a sus empresas colaboradoras cerca de ocho millones de trabajadores forzosos. Los que fueron entregados a instituciones eclesiásticas eran en cierto modo los más afortunados, puesto que fueron empleados en labores de cocina, limpieza o agrícolas.
La realidad de todo esto es que el Papa Pío XII fue criticado durante décadas por no hacer nada para salvar a los judíos durante la matanza nazi. Seis millones de judíos fueron exterminados en campos de concentración por parte de los alemanes y sus aliados en la guerra.
El Vaticano ha tratado de defender la memoria del Papa, señalando que si bien éste nunca denunció en público el genocidio, practicó una diplomacia silenciosa a fin de salvar discretamente a miles de judíos.
A continuación, 2 análisis sobre lo que sucedió en esta época, uno, por el escritor John Cornwell y el siguiente por el filósofo Michael Onfray.
John Cornwell, periodista y escritor inglés, hace un analisis que es considerado muy controversial, sobre la relación Iglesia - Nazismo:
Siempre estuve convencido de que la evidente santidad de Eugenio Pacelli (aún no era el Papa Pío XII), era una prueba de su buena fe. ¿Cómo podría haber traicionado a los judios un Papa tan Santo?. Pedí acceso a documentos cruciales, asegurándoles a sus custodios que estaba del lado de mi investigado: en un libro titulado Un ladrón en la Noche, yo había defendido al Vaticano contra cargos del asesinato del Papa Juan Pablo I por sus pares.
Dos oficiales me permitieron acceder al material secreto: declaraciones bajo juramento que se juntaron hace treinta años para avalar el proceso de canonización de Pacelli y el archivo de la Secretaría de Estado del Vaticano. También recurrí a fuentes alemanas en relación con las actividades de Pacelli en Alemania durante las décadas del ´20 y del ´30, incluídos sus contactos con Adolf Hitler.
A mediados de 1997 me encontré en un estado de shock moral. El material que había juntado no apuntaba a una exoneración sino a una acusación aún más escandalosa. La evidencia era explosiva, Mostraba por primera vez que Pacelli era abiertamente, y según sus propias palabras, antisemita.
Pacelli llegó al Vaticano en 1901, a la edad de 24 años, reclutado para especializarse en cuestiones internacionales y derecho canónico. Colaboró con su superior, Pietro Gasparri, en la reformulación del Código de Derecho Canónico que se distribuyó en 1917 a los obispos católicos de todo el mundo.
A la edad de 41 años, ya arzobispo, Pacelli partió hacia Munich como nuncio papal para comenzar el proceso de eliminar los desafíos legales a la nueva autocracia papal y procurar un tratado entre el papado y Alemania como un todo, que reemplazará todos los arreglos locales y se convirtiera en un modelo de las relaciones entre la Iglesia Católica y los Estados.
Obispos catolicos haciendo el saludo Nazi en honor a Hitler.
En mayo de 1917 recorrió Alemania, destruída por la guerra, ofreciéndo su caridad a gente de todas las religiones. Sin embargo, en una carta al Vaticano, reveló tener menos amor por los judíos. El 4 de septiembre le informó a Gasparri, que era cardenal secretario de estado en el Vaticano, que un doctor Werner, el rabino jefe de Munich, se había acercado a la nunciatura para rogar un favor. Con el fin de celebrar Succoth, los judíos necesitaban hojas de palmeras, que normalmente llegaban de Italia. Pero el gobierno italiano había prohibido la exportación, vía Suiza, de unas palmeras que los judíos habían comprado y que estaban retenidas en Como. “La comunidad israelita – continuaba Pacelli – busca la intervención del Papa con la esperanza de que abogue a favor de los miles de judíos alemanes”.
Pacelli le dijo a Gasparri que no le parecía apropiado que el Vaticano “los ayudara en la práctica de su culto judío”. Gasparri respondió que confiaba completamente en la “astucia” de Pacelli, coincidiendo con que no sería apropiado ayudar al rabino Werner.
Dieciocho meses mas tarde reveló su antipatía por los judíos de una manera más abiertamente antisemita, cuando estuvo en el centro de una revuelta bolchevique en Munich. En una carta a Gasparri, Pacelli describió a los revolucionarios y a su líder, Eugenio Levien: “Un ejército de trabajadores corría de un lado a otro, dándo órdenes, y en el medio, una pandilla de mujeres jóvenes, de dudosa apariencia, judías como todos los demás”, daba vueltas por las salas con sonrisas provocativas, degradantes y sugestivas. La jefa de esa pandilla de mujeres era la amante de Levien, una jóven mujer rusa, judía y divorciada. (…..) Este Levien es un hombre jóven, de unos 30 o 35 años, también ruso y judío. Pálido sucio, con ojos vacíos, voz ronca, vulgar repulsivo, con una cara a la vez inteligente y taimada”.
Hitler que había logrado su primer gran triunfo en las elecciones de 1930, quería un trato con el Vaticano porque estaba convencido de que su movimiento sólo podía tener éxito si se eliminaba al catolicismo político y sus redes democráticas. Luego de su ascenso al poder en enero de 1933, Hitler hizo una prioridad de su negociación con Pacelli.
El Concordato del Reich le garantizó a Pacelli el derecho a imponer un nuevo Código de Leyes Canónicas sobre los católicos de Alemania. A cambio, Pacelli colaboró en el retiro de los católicos de la actividad política y social. Luego Hitler insistió en la disolución “voluntaria” del Partido Central Católico Alemán”.
Cardenal Bertram en una procesión funeraria, marzo 7 del 1935.
Los judios fueron las primeras víctimas del Concordato: luego de su firma , el 14 de julio de 1933, Hitler dijo a su gabinete que el tratado había creado una atmósfera de confianza “especialmente significativa en la lucha urgente contra el judaísmo internacional”. Aseguraba que la Iglesia Católica le había dado su bendición pública, en el país y afuera, al nacional – socialismo, incluída su posición antisemita.
Durante los años ´30, a medida que el antisemitismo nazi crecía en Alemania, Pacelli no se quejó ni siquiera en nombre de los judios convertidos al catolicismo: para él, era cuestión de política interna.
En enero de 1937, tres cardenales y dos obispos alemanes viajaron al Vaticano para pedir una vigorosa protesta contra la persecución nazi de la Iglesia Católica, a la que se le habían suprimido todas las formas de actividad con excepción de los servicios religiosos. Finalmente, Pío XI decidió lanzar una encíclica, escrita bajo la dirección de Pacelli, donde no había ninguna condena explícita al antisemitismo.
En el verano de 1938, mientras agonizaba, Pio XI se preocupó por el antisemitismo en Europa y encargó la redacción de otra encíclica dedicada al tema. El texto que nunca vió la luz del día, se descubrió hace poco. Lo escribieron tres jesuitas, pero presumiblemente Pacelli estuvo a cargo del proyecto. Se iba a llamar Humani Generis Unitas (La unión de las raza humana) y, a pesar de sus buenas intenciones, está lleno de un antisemitismo que Pacelli había mostrado en su primer estadía en Alemania. Los Judios, dice el texto, eran responsables de su destino, Dios los había elegido, pero ellos negaron y mataron a Cristo. Y “cegados por su sueño de triunfo mundial y éxito materialista” se merecían “la ruina material y espiritual” que se habían echado sobre sí mismos.
El documento advierte que defender a los judíos como exígen “los principios de humanidad cristianos” podría conllevar el riesgo inaceptable de caer en la trampa de la política secular. La encíclica llegó a los jesuitas de Roma a fines de 1938; hasta el día de hoy, no se sabe por qué no fue elevada a Pío XI. Pacelli, convertido en Papa el 12 de marzo de 1939, sepultó el documento en los archivos secretos y les dijo a los cardenales alemanes que iba a mantener relaciones diplomáticas normales con Hitler.
Pacelli conoció los planes nazis para exterminar a los judíos de Europa en enero de 1942. Las deportaciones a campos de exterminio habían comenzado en diciembre de 1941. A lo largo de 1942, Pacelli recibió información confiable sobre los detalles de la solución final provista por los británicos, franceses y norteamericanos en el Vaticano.
El 17 de marzo de 1942, representantes de las organizaciones judías reunidos en Suiza le enviaron un memorándum a través del nuncio papal en Berna, donde detallaban las violentas medidas antisemitas en Alemania, en sus territorios aliados y en zonas conquistadas. El memo fue excluído de los documentos de la época de la guerra que el Vaticano publicó entre 1965 y 1981.
En septiembre de 1942, el presidente norteamericano Franklin Roosevelt envió a su representante personal, Mylon Taylor, a que le pediera a Pacelli una declaración contra el exterminio de los judíos. Pacelli se negó a hablar porque debía elevarse sobre las partes beligerantes.
El 24 de diciembre de 1942, finalmente, Pacelli habló de “aquellos cientos de miles que, sin culpa propia, a veces sólo por su nacionalidad o raza, reciben la marca de la muerte o la extinción gradual”. Esa fue su denuncia pública mas fuerte de la solución final.
Pero hay algo peor. Luego de la liberación de Roma, Pio XII pronunció su superioridad moral retrospectiva por haber hablado y actuado a favor de los judíos. Ante un grupo de palestinos, dijo el 3 de agosto de 1946:
“Desaprobamos todo uso de fuerza (….) como en el pasado condenamos en varias ocasiones las persecuciones que el fanatismo antisemita infligió al pueblo hebreo”. Su autoexculpación grandilocuente un año después del fin de la guerra demostró que no sólo fue Papa ideal para la solución final nazi, sino que también un hipócrita.
Sobre John Conrwell
El periodista y escritor inglés John Cornwell, es conocido por varios libros sobre el Papado. Ultimamente ha estado mas abocado a las ciencias y humanidades. Su libro "Un ladrón en la noche" de 1989, investiga la muerte en 1978 del Papa Juan Pablo I, muerte que fue rodeada de muchas teorías de conspiración. Aunque el atribuye la muerte a una embolia pulmonar posiblemente como resultado de una negligencia y sobretrabajo. En 1999, Cornwell publica "El Papa de Hitler", en el cual acusa al Papa Pio XII en ayudar a legitimar el régimen nazi a través de un Concordato para permanecer en silencio durante el Holocausto. Despues del libro, Cornwell dijo que es imposible juzgar los motivos del silencio del Papa durante la guerra, mientras Roma estuvo bajo el yugo de Mussolini y luego ocupado por Alemania.
Sobre el "Papa de Hitler", inició un estudio sobre Pio XII con el aval de la Iglesia con la idea de intentar lavar su imagen. El tema era Pío XII y la Segunda Guerra Mundial. Pero sus investigaciones lo llevaron a volver a plantearse la dirección de sus ideas ya que lo que descubrió fue muy aterrador, asi que sus escritos pasaron a hacer una crítica por lo que sucedió en esos años. En el prólogo del libro "El papa de Hitler. La historia secreta de Pío XII", nos revela que su intención era realizar una obra vindicativa de la imagen de Pío XII. Cornwell ya había trabajado para el Vaticano en una investigación sobre la muerte de Juan Pablo I ("Un ladrón en la noche"), donde deshechó la idea la de la conspiración del asesinato y atribuyó la muerte a una embolia pulmonar. Ante esto, El Vaticano, le dió libre acceso a sus libros y escritos para su siguiente libro. Fue el mismo Vaticano quien proporcionó sus escritos secretos asi que Cornwell hizo esta investigación con muy buenas bases. Lógicamente, el resultado de sus investigaciones, hicieron que el Vaticano empeore sus relaciones con el historiador.
Michael Onfray en sus reflexiones sobre esta cuestión (libro: "Tratado de Ateología de Ed. Anagrama):
Hitler con Obispo Ludwig Muller
El Vaticano ama a Hitler
El matrimonio entre la Iglesia católica y el nazismo es incuestionable, abundan los ejemplos y no son insignificantes. La complicidad no se estableció con silencios de aprobación, con no dichos explícitos o cálculos realizados a partir de hipótesis interesadas. Los hechos le demuestran a cualquiera que investigue el tema en la historia que no fue un matrimonio de conveniencia, impuesto por una necesidad de supervivencia de la Iglesia, sino una pasión común y compartida hacia los mismos enemigos irreductibles, los judios y los comunistas, igualados, la mayor parte del tiempo, en el revoltijo conceptual del judeobolchevismo.
Desde los inicios del nacionalsocialismo hasta la protección de los criminales de guerra del Tercer Reich después de la caída del régimen, a quienes ayudaron a huir a otros países, aparte del silencio de la Iglesia sobre estos asuntos, desde entonces, y aún hoy –incluso la imposibilidad de consultar los archivos sobre este tema en el Vaticano-, el feudo de San Pedro, heredero de Cristo, fue también el de Adolf Hitler y sus secuaces nazis, fascistas franceses, colaboracionista, vichyistas, milicianos y otros criminales de guerra.
Los hechos: la Iglesia católica aprobó el rearme de Alemania, yendo en contra del Tratado de Versalles, desde luego, pero también en contra de las enseñanzas de Jesús, en especial, las que celebran la paz, la bondad y el amor al prójimo; la Iglesia católica firmó un acuerdo con Adolf Hitler desde su asunción como canciller en 1933; la Iglesia católica calló sobre el boicot de los comerciantes judíos, no protestó ante la proclamación de las leyes raciales de Nuremberg en 1935, guardó silencio en 1938 cuando ocurrió la Noche de los Cristales; la Iglesia católica entregó su archivo genealógico a los nazis que supieron desde ese momento quiénes eran cristianos, y por lo tanto no judíos; la Iglesia católica sostuvo, defendió y apoyó al regimen pro nazi de los ustachis de Ante Pavelic en Croacia; la Iglesia católica absolvió al régimen colaboracionista de Vichy en 1940; la Iglesia católica, aunque estaba al corriente de la política de exterminio iniciada en 1942, no la condenó, ni en privado ni en público, como tampoco dio órdenes a los curas u obispos de censurar ante los fieles al régimen criminal.
Las fuerzas aliadas liberaron Europa, llegaron a Berchtesgaden y descubrieron Auschwitz. ¿Qué hizo el Vaticano? Siguió apoyando al régimen derrotado: la Iglesia católica, a través del cardenal Bertram, mandó decir una misa de réquiem en memoria de Adolf Hitler; la Iglesia católica guardó silencio y no hizo ninguna declaración condenatoria cuando se descubrieron las pilas de cadáveres, las cámaras de gas y los campos de exterminio; la Iglesia católica, más bien, organizó para los nazis sin Führer lo que nunca hizo por ningún judío o víctima del nacionalsocialismo: coordinó la oficina de ubicación de los criminales de guerra fuera de Europa; la Iglesia católica utilizó al Vaticano, expidió papeles sellados con visas y creó una red de monasterios europeos como lugares de escondite para protección de los dignatarios del Reich derrotado; la Iglesia católica incluyó en su jerarquía a personas que habían ocupados cargos importantes en el régimen hitleriano; la Iglesia católica nunca se arrepentirá de nada, puesto que no reconoce oficialmente nada de esto.
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Mientras permanecía en silencio sobre la cuestión nazi durante y después de la guerra, la Iglesia no dejaba de tomar decisiones contra los comunistas. Con respecto al marxismo, el Vaticano dio muestras de un compromiso, de una militancia y de una fuerza que bien nos hubiera gustado verle utilizar para combatir y desacreditar el Reich nazi. Fiel a la tradición de la Iglesia que, por la gracia de Pío IX y Pío X, condenó los derechos del hombre como contrarios a la enseñanza católica, Pío XII, el famoso Papa, amigo del nacionalsocialismo, excomulgó en masa a los comunistas del mundo entero en 1949. Alego la colusión de los judíos y el bolchevismo como una de las razones de su decisión.
A modo de información: ningún nacionalsocialista de las bases, ningún nazi del alto mando o miembro del estado mayor del Reich fue excomulgado y ningún grupo fue excluído de la Iglesia por haber hecho funcionar las cámaras de gas. Adolf Hitler no fue excomulgado, y su libro, Mi Lucha, nunca formó parte del Indice. Recordemos que después de 1924, fecha de publicación de ese libro, el famoso Index Librorum Prohibitorum agregó a su lista –junto a Pierre Larouse, culpable del Grand Dictionaire universel (!) a Henri Bergson, André Gide, Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre. Adolf Hitler nunca figuró allí.
Hitler ama al Vaticano
Un lugar común, que no resiste ni el menor análisis, y aún menos la lectura de los textos, presenta a Adolf Hitler como un ateo pagano, fascinado por los cultos nórdicos, amante de un Wagner de cascos con cuernos, del Walhalla y de las valquirias de grandes pechos, un anticristo, la antítesis del cristianismo. Además de la dificultad de ser ateo y pagano a la vez –negar la existencia de Dios o de los dioses, y creer en ellos al mismo tiempo..- es necesario pasar por alto todos los pasajes de la obra escrita –Mi Lucha-, de la obra política –ausencia en el Reich de persecuciones contra la Iglesia católica, apostólicia y romana, al contrario de las llevadas a cabo contra los Testigos de Jehová, por ejemplo-, y las confidencias privadas del Führer –conversaciones publicadas con Albert Speer-, donde Adolf Hitler afirma sin ambigüedades y de modo constante su buena opinión del cristianismo.
¿Fue decisión de un Führer ateo mandar inscribir en los cintos de los soldados de las tropas del Reich Gott mit uns! ¿Se sabe que la frase fue tomada de las Escrituras? En particular, del Deuteronomio, uno de los libros de la Torá, donde podemos leer explícitamente: Dios (Dt. 20, 4), una frase extraída de la arenga que Yahvé dirige a los judíos cuando parten a luchar contra sus enemigos, los egipcios, a los que Dios promete un exterminio total (Dt. 20, 13). ¿Un Führer ateo fue el que determinó que todos los niños de la escuela pública alemana comenzaran la jornada en Reich nacionalsocialista rezando una oración a Jesús? No a Dios, lo que podría hacer de Hitler un deísta, sino a Jesús, lo cual lo define, en forma explícita, como cristiano. El mismo Führer, supuestamente ateo, les exigió a Goering y a Goebbles, en presencia de Albert Speer, quien relata la conversación, que permanecieran en el seno de la Iglesia católica, como lo haría él hasta el último de sus días.
Las compatibilidades cristianismo-nazimo
Las buenas relaciones entre Hitler y Pio XII se dieron más allá de las complicidades personales. Las dos doctrinas comparten varios puntos de vista. La infalibilidad del Papa, que, recordémoslo, también es jefe de Estado, no podía disgustar a un Führer que estaba a su vez persuadido de la propia. La posibilidad de construir un Imperio, una Civilización y una Cultura con un líder supremo investido de todos los poderes –como Constantino y algunos emperadores cristianos que lo sucedieron- era lo que fascinaba a Adolf Hitler mientras escribía su libro. ¿La erradicación por parte de los cristianos de todo lo que se relacionara con el paganismo? ¿La destrucción de altares y templos? ¿La quema de libros? ¿Las persecuciones contra los opositores de la nueva fe? Excelente, consideraba Hitler.
El 20 de Abril de 1939, el Arzobispo Cesare Orsenigo, nuncio Papal en Berlin, celebra el cumpleaños de Hitler
El Führer exaltaba el devenir teocrático del cristianismo: la intolerancia que crea la fe, según sus propias palabras, en la página 451; la capacidad de la Iglesia para no renunciar a nada, incluso ante la ciencia cuando ésta contradice sus posicones y cuestiona algunos de sus dogmas, página 457; la plasticidad de la Iglesia a la que predice un futuro más allá de lo imaginable, página 457; y la permanencia de la venerable institución, a pesar de este o aquel comportamiento deplorable de algunos miembros de la Iglesia, lo cual no compromete al movimiento general, página 119. Por todo ello, Adolf Hitler invita a aprender, página 457, y también páginas 118, 119 y 120. (Mein Kampf, libro de Hitler).
¿Cuál es el verdadero cristianismo del que habla Hitler en Mein Kampf? El del gran -en la misma página, Jesús, el mismo al que le rezan los niños en las escuelas del Reich. ¿Pero qué Jesús? No el de la otra mejilla, no, sino el colérico que expulsa a latigazos a los mercaderes del Templo. Hitler hace referencia explícita al pasaje de Juan en su demostración. Y además, a modo de recordatorio, ese látigo crístico sirve para desalojar a los infieles, a los no cristianos, a las personas que practican el comercio y hacen transacciones de dinero, en una palabra, los judíos, la razoón de la complicidad entre el Reich y el Vaticano. El Evangelio de Juan (2, 14) no impide la lectura filocristiana y antisemita de Hitler, mejor, la hace posible... Y más aún si recordamos los pasajes que condenan a los judíos a la gehena, pasajes que abundan en el Nuevo Testamento. Los judíos, pueblo deicida, ésa es la clave de aquella camaradería funesta: se sirven de la religión para sus negocios, dice; son los enemigos de toda la humanidad, agrega; y crean el bolchevismo, precisa. Cada uno llegará a su propia conclusión. El, Hitler, explica por qué: "Las ideas y las instituciones religiosas de su pueblo deben ser sagradas para el jefe politíco", página 120. Así pues, las cámaras de gas se alumbrarán en las hogueras de San Juan.
Sobre Michael Onfray
Michel Onfray nace en Argenta, 1 de enero de 1959. Filósofo francés. Nació en el seno de una familia de agricultores normandos. Doctor en filosofía, enseña esta materia en el Lycée de Caen de 1983 a 2002. Según él, la educación nacional enseña la historia oficial de la filosofía y no aprender a filosofar. Dimite en 2002 y crea la Universidad Popular de Caen y escribe su manifiesto en 2004 (communauté philosophique). Michel Onfray cree que no hay filosofía sin psicoanálisis, sin sociología, ni ciencias. Un filósofo piensa en función de las herramientas de que dispone; si no, piensa fuera de la realidad.
Sus escritos celebran el hedonismo, los sentidos, el ateísmo, al filósofo artista en la raza de los pensadores griegos que celebran la autonomía del pensamiento y de la vida. Su ateísmo es sin concesiones, expone que las religiones son indefendibles como herramientas de soberanía y trato con la realidad.
Sobre el libro "Tratado de Ateología", este libro, que trepó raudo a las listas francesas e italianas, el autor critica los textos sagrados del cristianismo, el judaísmo y el islamismo, que, dice, tienen en común "el odio hacia las mujeres, a la inteligencia, a la razón, a los libros, a la carne y a la libertad".
Ataca Onfray: "El judaísmo, el cristianismo y el islamismo corrompen por igual la vida de millones de individuos en el planeta; fomentan guerras, conflictos, odios dirigidos contra uno mismo, los otros y el mundo; predican amor al prójimo y dan sablazos a diestra y siniestra".
Para Onfray la única vía para mejorar las relaciones humanas es el ateísmo. El filósofo sugiere que tras esta postura ética se sostienen ideas como la libre disposición del cuerpo; la igualdad amorosa y la existencia construida en base al ocio y no al trabajo.
El libro de Onfray ha despertado la ira de algunos círculos religiosos. Desde que el trabajo obtuvo cobertura en los medios, el autor ha recibido varias amenazas de muerte e incluso se han editado dos libros (y hay otro en preparación) para responderle.
Autodefinido como anarquista, Onfray es un predicador solitario que, paradojalmente, tiene millones de lectores en Europa.