Gran Tribulación

Hacia mediados del siglo sexto antes de Cristo, Daniel tuvo una revelación numérica acerca del tiempo que tardará el triunfo del Mesías y, con ello, lo que durará el designio mediador de la nación judía.

Siendo un adolescente, Daniel fue llevado cautivo a Babilonia, en la deportación que sufrieron los hebreos en el año 586 a. C. Allí creció demostrando singular sabiduría, misma que le llevo a ser nombrado primer ministro de varios reyes.

Entendiendo Daniel, por la lectura del profeta Jeremías, que la deportación estaba a punto de terminar, y preguntando a Dios cuándo llegaría el Mesías para restaurar Israel, recibió del arcángel Gabriel una de las profecías matemáticas más exactas de las Escrituras.

Le dijo Gabriel: “Setenta semanas están fijadas sobre tu pueblo y tu ciudad santa, para poner fin a la rebeldía, para poner fin a los pecados, para expiar la culpa, para instaurar justicia eterna, para sellar visión y profecía, para ungir al Santo de los santos” (Dn 9:24).

Para los hebreos, una “semana” (shabua) significan siete años, siendo el séptimo un año sabático para la tierra. Así fue como Daniel pudo saber que la cautividad de Babilonia iba a durar 70 años (10 “semanas” x 7 años).

Gabriel, además de darle a conocer al profeta Daniel que el tiempo para la restauración de Israel y el triunfo del Mesías sería de 490 años (70 “semanas” x 7 años), le indica, con increíble precisión, el inicio y el fin de las primeras 69 semanas: “Entiende, pues, y comprende: desde que salga la orden para reconstruir Jerusalén, hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas y sesenta y dos semanas” (Dn 9:25).

Ese periodo de 69 “semanas” (483 años) es exactamente el que va desde el año en que el rey de Persia, Artajerjes, dio la orden de reconstruir Jerusalén y el Templo (457 a. C.), hasta que Jesús fue ungido en ocasión de su bautismo, en el Jordán (26 d. C.); es decir, desde el mes de Nisán del año veinte del reinado de Artajerjes (Nehemías 2, 1-8) hasta el 30 d. C., si se consideran los cuatro años de error de cálculo.

Además, Gabriel le reveló una de las profecías más precisas sobre el desenlace de Jesús en su primera venida: “Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí” (Dn 9:26).

Sin embargo, pasaron siete años después de la Resurrección y no sucedió el Retorno triunfal de Cristo. De ello se deduce que entre la 69 y la 70 “semana” hay un intervalo de tiempo indefinido, y que la última semana de Daniel está aún por cumplirse.

Respecto a esa postrera “semana” que falta, Gabriel le reveló al profeta Daniel que un caudillo, que San Juan denominará más tarde el “Anticristo”, sellará una alianza global con otros gobernantes, pretendiendo someter a todas las naciones y religiones, que perseguirá a los fieles y a los santos (Dn 7, 25), y que a los tres años y medio (mitad de la “semana”) proscribirá el sacrificio divino: “Y por otra semana confirmará un pacto con muchos; y a mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la oblación; y en el ala del Templo habrá abominaciones desoladoras hasta el final, cuando la ruina decretada se derrame sobre el desolador” (Dn 9, 27).

A partir de que Daniel recibió la revelación, la identificación con hechos reales quedaría oculto hasta el tiempo final, cuando los protagonistas podrán identificarlos, ya sin duda, a la vista de los hechos:“Pero tú, Daniel, mantén secretas estas palabras y sella el libro hasta el tiempo final, entonces muchos lo abrirán y se aumentará el conocimiento” (Dan 12, 4).

En la era de la Iglesia, casi siete siglos después de Daniel, en el año 96 de nuestra era, el apóstol Juan tuvo una revelación en la que Jesucristo le dio a conocer lo que sería la historia de la Iglesia (capítulos 1 a 3 del Apocalipsis) y lo que ocurrirá durante los siete años de la 70 “semana” de Daniel (capítulos 4 al 19). A ese postrer periodo, Jesucristo y los cuatro evangelistas lo denominaron la “Gran Tribulación”.

Dice San Mateo: “Cuando veáis, pues, la abominable desolación, anunciada por el profeta Daniel, erigida en el Lugar Santo (el que lea que entienda), entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes (…), porque habrá entonces una Gran Tribulación, cual no la hubo desde el principio del mundo, ni la volverá a haber jamás” (Mt 24, 15).

Por la revelación de Mateo “ni volverá a haberla jamás” sabemos que después de los siete años de la Gran Tribulación y de la Parusía, la historia humana continuará en esta Tierra, y es el Apóstol Juan quien nos da a conocer que ese período posterior durará mil años (significando “periodo largo” o quizá, también, mil años efectivos): “Y agarró al dragón, a aquella serpiente antigua, que es Satanás, y le encadenó por mil años; y lo metió en el abismo, cerrándolo y sellándolo sobre él, para que no ande más engañando a las naciones, hasta que se cumplan los mil años, después de los cuales ha de ser soltado por un poco de tiempo” (Ap 20, 2-3).

Sobre la Gran Tribulación, San Juan y San Pablo nos dicen que cinco situaciones la caracterizan: 1) guerras que finalizan en un falso acuerdo de paz en favor de Israel; 2) desastres naturales y cataclismos cósmicos; 3) arrebato de los fieles y persecución; 4) colapso financiero y carestía; 5) apostasía generalizada y gobierno mundial del Anticristo.

Si bien los acontecimientos de esos siete años constituyen una dolorosa purificación, lo importante es que son preludio de un final prometedor, el triunfo del bien y la renovación admirable de la naturaleza humana y de todo el orden creado, “la restauración universal de que habló Dios por boca de sus santos profetas” (Hch 3, 21).

San Lucas nos dice que la proximidad del Retorno de Cristo constituye una esperanza para estar seguros y confiados cuando inicie la Gran Tribulación: “Cuando veáis que estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque se acerca vuestra redención” (Lc 21, 28).

Se trata sí, de una purga, pero de aquella que antecede el cumplimiento de todas las promesas de liberación del mal y del pecado que sojuzgan a los hombres: “Así también, Cristo aparecerá por segunda vez, sin relación al pecado, para salvar a los que esperan en Él” (Hb 9, 28).

La Gran Tribulación es la suprema batalla entre el bien y el mal, es la purificación previa a la Parusía, es el final de los tiempos de las naciones antes de que la naturaleza humana y la creación sean renovadas, es la siega que separa el trigo de la cizaña, es la realización del designio original del Creador, es la condición causal para la más grande manifestación de Dios en la historia.
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Gobierno Mundial

La usurpación global se ha dado no sólo en la economía. Política internacional y guerras mundiales se han orientado también a alcanzar el propósito de la Gran Logia de los Iluminati, un gobierno mundial centralizado, socialista y ateo. “La meta específica de la orden de los Iluminati es la de abolir el cristianismo y derrocar los gobiernos civiles”, escribe John Robinson citando al propio fundador, Adam Weishaupt.

Esa fraternidad secreta, financiada inicialmente por la poderosa familia Rothschild, se creó con el propósito de llevar a cabo los planes trans-generacionales de la masonería iluminista-satánica, introduciéndose en los círculos de poder de los gobiernos y de las finanzas.

La logia lleva ese nombre porque sus miembros son iniciados en las enseñanzas de Lucifer, supremo dador de luz según la doctrina de la francmasonería iluminada. El Gran Consejo lo forman trece castas que se perpetúan en la secta mediante iniciación satánica generacional. 

Los pasos de la ocupación global fueron claramente definidos por Albert Pike, Gran Soberano del Antiguo y Aceptado Rito de la Francmasonería, en una carta que dirigió, el 15 de agosto de 1871, a Giuseppe Mazzini, Gran Soberano de los Iluminados después de Weishaupt. En ese documento establecía las tres guerras mundiales que habrían de provocar para poder implantar el Nuevo Orden Mundial:

La Primera Guerra Mundial la emprenderían para destituir a los zares católicos, sometiendo el vasto territorio ruso bajo el control de los Iluminati y poder usarlo como plataforma desde la cual difundir sus objetivos.

La Segunda Guerra Mundial la realizarían exacerbando las diferencias entre el sionismo político y el nacionalismo germano, con el fin de consolidar y extender la influencia rusa y establecer en Palestina el Estado de Israel.

La Tercera Guerra Mundial la suscitarían, dice textualmente, “exasperando las diferencias entre judíos y árabes para provocar un formidable cataclismo social que en todo su terror demuestre a las naciones el efecto del ateismo absoluto, origen de la barbarie y de la más violenta confusión. Entonces, las muchedumbres, desilusionadas con el cristianismo y no sabiendo a quién adorar, recibirán la verdadera luz de Lucifer, en una manifestación que será resultado del movimiento general reaccionario, siguiendo la destrucción del cristianismo y del ateismo, ambos conquistados y exterminados al mismo tiempo”.

Tanto en las tres guerras mundiales como en los conflictos revolucionarios locales, los Iluminati han aplicado la dialéctica hegeliana de favorecer a los contrarios para retener el control global de la situación. Al mismo tiempo que el judío Kissel Mordekay (alias “Marx”) escribía su Manifiesto comunista, bajo la dirección de filósofos iluministas, Karl Ritter escribía la antítesis (que llevaría al nazismo y al racismo) bajo la dirección de otro grupo de iluministas, con la idea de que los dirigentes pudieran usar las diferencias de ambas ideologías para lograr un dominio mundial que pasara por el quebranto de las naciones y de las instituciones políticas y religiosas.

Ahora, la misma anarquía que deriva de la revolución iluminista está siendo utilizada por banqueros sionistas, mediante un hostigamiento metamorfoseado dirigido a enfrentar las civilizaciones, para el asalto final del acariciado sueño de control global desde Jerusalén.

En su obra En Route to Global Occupation, el ex diplomático norteamericano Gary Kah documentó los planes operativos concretos por los que cada problema, real o fabricado, se convertirá en una razón para llevarnos a aceptar ese gobierno mundial. La mayoría pensará que se trata de una conveniencia del momento, sin imaginar que la red se organizó muchos años antes con ese propósito de dominio.

Tres acontecimientos recientes denotan cómo se ha ido imponiendo el Gobierno Mundial por la fuerza:

1- La Guerra del Golfo (1991), en la que George Bush padre anunció abiertamente la instauración del Nuevo Orden Mundial y condujo a Iraq a una provocación que justificara la acción militar de los Estados Unidos para garantizar su dominación militar en el Golfo. Bush, Powell, Schwarzkopf, Cheney, Quayle y Baker fueron acusados, por el ex fiscal estadounidense Ramsey Clark y otros, de crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra, violación a la Carta de las Naciones Unidas, convenciones internacionales y la misma Constitución de los Estados Unidos, por haber masacrado a la población civil con 88,000 toneladas de bombas y ametrallamientos indiscriminados.

Saddam Hussein y el vicepresidente de los Estados Unidos, Richard Cheney, fueron socios de 1995 a 2000. A través de las filiales europeas de la compañía Halliburton, de la que Cheney era presidente, le vendían a Irak las piezas de refinería que Bush padre y el mismo Cheney, siendo secretario de Estado, destruyeron durante la guerra del Golfo.

2- Con la guerra de Kosovo (1999), el derecho internacional terminó por perder todo significado y el Pentágono pudo hacerse de un instrumento de intervención capaz de irrumpir en cualquier país del mundo sin el consenso de la ONU. Muy hábilmente lograron que la OTAN dejara de ser un organismo de “defensa” y se convirtiera en uno de “ataque”, cambiando el alegato del “anticomunismo” por el de “custodia de los derechos humanos”. Nuevamente, los Estados Unidos exterminaron a miles de civiles y arrojaron bombas prohibidas, incluso de uranio empobrecido.

3- Finalmente, vinieron los atentados “terroristas” del 11 de septiembre (2001), y los injustificados bombardeos sobre Afganistán (2002) e Irak (2003). En cuanto a los ataques a las Torres Gemelas, se sabe que los atentados fueron sufragados por una estructura paralela a la CIA, el MOSSAD y el ISI paquistaní, que los Bin Laden y los Bush son socios desde los años setenta (actualmente tienen inversiones conjuntas en el Carlyle Partners II Fund de Londres).

En este sentido, los “atentados” contra las Torres Gemelas y el Pentágono vinieron a ser el tercer gran crimen del gobierno estadounidense contra el pueblo norteamericano, después del auto-hundimiento del Maine y del provocado bombardeo en Pearl Harbor, repitiendo la vieja estrategia de crear un enemigo o provocar que el adversario golpee para justificar la agresión militar.

Según Terry Meyssan, el gobierno norteamericano alegó un “atentado terrorista árabe” para poder 1) terminar de situarse en el Caspio y en el Pérsico, 2) redimensionar la hegemonía israelí, 3) beneficiarse con dos de las más grandes reservas mundiales de petróleo y, 4) suprimir las garantías individuales en los Estados Unidos para prevenir la protesta.

Desde 1999 se empezaron a preparar las medidas de represión civil para los disidentes estadounidenses que se opondrían a estas guerras. Desde entonces se contemplaron medidas coordinadas por el Federal Emergency Management Agency (FEMA) para reprimir movilizaciones internas. Posteriormente, Halliburton ganó una licitación pública de 385 millones de dólares para construir campos de concentración “Detention Camps” para estadounidenses disidentes, si bien la excusa es que son para “inmigrantes”, y durante años han estado vacíos.

Hay varias pruebas de que los atentados fueron auspiciados desde los Estados Unidos, como el hecho de que 10 de los 19 “secuestradores” están vivos aún. Pero la prueba más contundente es que varios de los organizadores de cuello blanco, sabiendo que vendrían los ataques a las Torres, retiraron sus acciones de la bolsa durante los siete días anteriores al ataque. Las de United Airlines se desplomaron 42%, y las de American Airlines sufrieron una caída del 39%.

Operaciones semejantes se registraron con las opciones de venta de Morgan Stanley Dean Wítter & Co., que se multiplicaron por doce durante la semana previa a los atentados. Igualmente sucedió con las opciones de venta de las acciones de Merrill Lynch & Co., que se multiplicaron por 25, y con las acciones de las compañías de seguros Munich Re, Swiss Re y Axa.

Quienes realizaron estos movimientos lograron tales ganancias que la Organización Internacional de Comisiones de Valores (IOSCO) informó, el 15 de octubre del 2001, que esos rendimientos representan “el más importante delito por aprovechamiento ilícito de información privilegiada jamás cometido”.

La IOSCO determinó que la mayor parte de esas transacciones fueron a dar al Deutsche Bank y a su sucursal estadounidense de inversiones Alex Brown, mediante el procedimiento de portage, el cual asegura el anonimato de quienes realizan las transacciones. Ambas invocaron ese derecho y la Casa Blanca ordenó concluir las investigaciones.

Cabe señalar que varios intentos de autogolpear nuevamente a los Estados Unidos, desde los aparatos internos de inteligencia, pero esta vez con armas de destrucción masiva desde agosto de 2005 -para justificar ataques con armas de destrucción masiva en Irán, Siria y Norcorea- han sido abortados porque personas de adentro han roto las cadenas de mando, salvando a millones de estadounidenses y evitando que tales ataques se llevan a cabo.
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El Falso Profeta

En la simbología apocalíptica de San Juan, la Gran Tribulación está dominada por dos personales, el Anticristo, al cual dibuja con la imagen de la Bestia salida “del mar”, representación del poder político, y la Bestia salida “de la tierra”, símbolo del ámbito religioso. A ésta la llama la “Segunda Bestia”, que está al servicio de la Primera, y hace que toda la humanidad la adore.

A la Segunda Bestia, la denomina también “Falso Profeta”, y lo plasma seductor y pretendiendo emular a Jesucristo, adulterando la verdadera religión.

Dice Leonardo Castellani: “Cuando la estructura temporal de la Iglesia pierda la efusión del Espíritu, y la religión adulterada se convierta en la Gran Ramera, entonces aparecerá el Hombre de Pecado y su Falso Profeta, quien será a la vez como un Sumo Pontífice del Orbe, o bien tendrá a sus órdenes un falso Pontífice. Y matiza Alfredo Sáenz: “No que la Iglesia perderá la fe, pero sí se verá gravemente afectada. Todas las energías del demonio estarán concentradas en pervertir lo que es específicamente religioso. Al demonio no le interesa matar, sino corromper, envenenar, falsificar”.

La pseudo-Iglesia ó contra-Iglesia, predicará la democracia, la solidaridad, la tolerancia, la hermandad universal, convirtiéndose casi en una nueva religión.

Castellani opina que la advertencia a la Iglesia de Laodicea, por su indiferencia e infidelidad en la postrera época de la Iglesia, corresponde a la “gran apostasía” anunciada por San Pablo y por Jesús mismo. Por suerte, cuando habla del castigo dice “comenzaré a vomitarte” (Ap 3, 16), lo cual implica que el vómito o rechazo por parte de Dios no se consumará. Los que resistan y hagan penitencia se salvarán. Será la época de la parábola de la cizaña. Cuando llega el tiempo de la siega, es cuando la cizaña se parece más al trigo.

Precisamente ese es el papel encomendado al Falso Profeta. El Apocalipsis nos muestra el Templo profanado, no destruido. La religión se mantendrá, pero adulterada; los dogmas serán vaciados de su contenido y sustituidos por idolátricas doctrinas. El Templo perdurará porque no hay que destruirlo, servirá para que allí se siente el Anticristo “haciéndose adorar como Dios” (2 Tes 2, 4). Es la abominable desolación anunciada por Daniel (Dn 9, 27) y por Cristo (Mt 24, 15). Pero la corrupción de la Iglesia no será total. El pseudoprofeta logrará conculcar el atrio y las naves, pero el Tabernáculo o Sancta Sanctorum será preservado. La Iglesia falsificada se sumará al propósito de buscar el reino en este mundo, con los medios más eficaces, por ende los más satánicos. Es la tentación del reino milenario pero sin Cristo, un cristianismo expurgado de la Cruz y que prescinde de la Parusía.

La unificación del mundo se realizará por el terror y por la mentira: el terror político y la mentira de la falsa religión, un cristianismo enteramente falsificado.
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Dos testigos

El Antiguo Testamento nos habla de dos personajes que fueron arrebatados en vida: Elías y Enoc. Ambos fueron llevados al cielo sin pasar por la muerte (Gn 5, 24; Heb 11, 55; y 2 Rey 2, 11) y ambos volverán durante la Gran Tribulación para enfrentar públicamente al Anticristo.

Ellos estarán llenos del Espíritu Santo, predicarán con la fuerza de Dios, y los hombres de buena voluntad creerán en Dios por ellos; harán grandes prodigios, por la virtud del Espíritu, y condenarán los errores del Anticristo.

Así lo dice San Juan: "Entonces me fue dada un caña, semejante a una vara de medir, y se me dijo: Levántate y mide el templo de Dios y el altar, y a los que en él adoran. Y deja aparte el atrio de afuera del templo. Y no lo midas, porque ha sido dado a los gentiles, y ellos pisotearán la ciudad santa por cuarenta y dos meses. Yo mandaré a mis dos testigos y ellos profetizarán por 1.260 días, vestidos de cilicio. Ellos son dos olivos y los dos candeleros que están delante del Dios de la tierra. Si alguien les quiere dañar, fuego sale de la boca de ellos y devora a sus enemigos. Cuando alguien les quiere hacer daño tienen que morir de esta manera. Ellos tienen poder para cerrar el cielo, de modo que no caiga lluvia durante los días de su profecía; y tienen poder sobre las aguas, para convertirlas en sangre y para herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran” (Ap 11, 3-14).

Enoc y Elías serán muertos, sus cuerpos serán expuestos en las calles de Jerusalén, y a los tres días resurgirán ante el asombro de todo el mundo: "Cuando hayan concluido su testimonio, la bestia que sube del abismo hará guerra contra ellos, los vencerá y los matará. Y sus cadáveres estarán en la plaza de la gran ciudad que simbólicamente es llamada Sodoma y Egipto, donde también fue crucificado el Señor de ellos. Y por tres días y medio, la gente de los pueblos y de las razas y de las lenguas y de las naciones mirarán sus cadáveres; y no permitirán que sus cadáveres sean puestos en sepulcros. Y los habitantes de la tierra se gozarán sobre ellos y se alegran. Y se enviarán regalos unos a otros, porque estos dos profetas habían sido un tormento para los habitantes de la tierra." (Ap 11, 8).

El profeta Malaquías dice: "He aquí que yo envío al profeta Elías antes de que venga el día de Jehová, grande y temible” (Mal 4, 5). Y en el evangelio de Mateo, en el relato sobre la transfiguración de Jesús, cuando Pedro, Santiago y Juan descendían de la montaña después de haber visto allí a Moisés y a Elías con Jesús, los discípulos le preguntaron al Señor: "¿por qué dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero? Y respondiendo Jesús dijo: En verdad Elías tiene que venir para restaurar todas las cosas” (Mt 17, 11), pero explicó que en un sentido Elías había venido ya, porque Juan el Bautista había anticipado esa predicción por medio de su ministerio, precisamente en el espíritu y el poder de Elías.
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Dos Papas

Entre las referencias que más destacan respecto al Anticristo, a quien el mismo San Pablo llamó también el “impío”, el “hombre sin ley”, el “hijo de la perdición”, el “adversario”, hay un elemento que nos indica en qué momento será su manifestación pública en el escenario mundial, por el hecho de que lo precede inmediatamente y se relaciona directamente con él.

Ese signo se encuentra en la segunda carta que el Apóstol escribió a la comunidad cristiana de Tesalónica, en seguimiento a la visita pastoral que realizó a esa ciudad. En dicho documento, San Pablo establece que antes de que se manifieste públicamente el Anticristo tiene que ser quitada de en medio una persona que “retiene” o retrasa esa manifestación:

“…Que nadie os engañe de ninguna manera; porque antes (del Retorno de Cristo) tiene que darse la apostasía y manifestarse el impío, el hijo de la perdición, el adversario que se levanta y se opone contra todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el templo de Dios, haciéndose adorar como Dios. ¿No os acordáis que ya os dije esto cuando estuve entre vosotros? Vosotros sabéis qué es lo que ahora le retiene, para que se manifieste en su momento oportuno. Porque el misterio de la impiedad ya está actuando.Tan solo con quitar de en medio a aquel que lo retiene, entonces se manifestará el impío, a quien el Señor destruirá con el soplo de su boca y aniquilará con la Manifestación de su Venida” (2 Tes 2, 3-8).

El motivo de la carta era suscitar esperanza en medio de las pruebas, pero también moderar el fervor de los tesalonicenses. San Pablo había predicado con tanto vigor en Tesalónica sobre el misterio de iniquidad, que los tesalonicenses llegaron a pensar que los Últimos Tiempos eran ya inminentes. Por ello, San Pablo les da a conocer la existencia de un “obstáculo” (en griego katejon) que primero tiene que ser removido, para que entonces pueda manifestarse públicamente el Anticristo.

En el versículo 6 utiliza el participio presente con pronombre neutro (to katejon) “Vosotros sabéis qué es lo que ahora le retiene. En el versículo 7 lo utiliza con pronombre personal (ho katejon) “Tan solo con quitar de en medio a aquel que lo retiene, entonces se manifestará el impío”.

Una lectura cuidadosa del texto paulino nos lleva a concluir que el Apóstol deliberadamente utilizó dos géneros diversos para diferenciar realidades diferentes: el sentido neutro, para designar una realidad de impiedad y apostasía que ya actuaba desde aquella época y que los discípulos conocían perfectamente, y el masculino, para referirse a un personaje concreto cuya identidad ha sido un misterio para muchos a lo largo de la historia de la Iglesia, y que será precisamente el causante de que la manifestación pública del impío se retrase hasta que aquel no sea removido.

De esta forma, el katejon no puede ser tomado en sentido neutro, como si se tratase de una institución, o de un estado de cosas, o de un movimiento favorable al cristianismo. La referencia inmediatamente anterior de San Pablo para referirse a la apostasía y a la impiedad en el versículo 6 pone serias dificultades a esa interpretación, ya que el Apóstol habría utilizado las mismas palabras en el versículo siguiente.

Por ello, y porque San Pablo también se refiere al Anticristo en el sentido de un personaje concreto y preciso, se puede concluir que “el retenedor” es necesariamente una persona física, y que su acepción debe ser tomada en género masculino.

El sentido integral del versículo 7 parece indicar que San Pablo contrapone una persona, el Anticristo, a otra persona, precisamente la que retrasa u obstaculiza su manifestación pública. Es decir, nos encontramos ente una persona humana concreta, y una que no es histórica, sino futura.

Aparentemente, el señalamiento de San Pablo no aporta suficientes elementos para concluir a qué persona se refiere. Sin embargo, una detenida reflexión sobre el texto nos ayuda a encontrar dos indicaciones que apuntan a su identidad.

La primera, como ya dijimos, es que, al retrasar la manifestación pública del Anticristo, se trata necesariamente de alguien contemporáneo y con alguna relación directa al “impío”, por lo que no puede tratarse de un personaje lejano en la historia.

Lo segundo, es que esa relación se sitúa en el ámbito de lo espiritual, pues la manifestación del “impío” va ligada a la apostasía, abandono o negación de la verdadera religión. Es decir, el retenedor es un líder religioso, pastor ó místico, cuyo desempeño evita o retrasa que la doctrina apóstata tome preponderancia.

Analicemos nuevamente el texto: “…Que nadie os engañe de ninguna manera; porque antes tiene que darse la apostasía y manifestarse el impío (…) Tan solo con quitar de en medio a aquel que lo retiene, entonces se manifestará el impío…”

Con esos dos elementos, y dado que sólo a una persona Jesucristo prometió la asistencia particular del Espíritu Santo para garantizar la preservación del depósito de la fe, en contra de las diversas formas de apostasía, al Apóstol San Pedro y a sus sucesores legítimos, se podría concluir que el “retenedor” sea el Papa reinante cuando la disolución doctrinal llegue a tal nivel que el Anticristo pueda embaucar y fascinar al mundo.

Otra consideración importante es que ser quitado de en medio no es sinónimo de ser muerto. Un hecho tan grave lo hubiera señalado San Pablo con toda claridad. Aquí se trata de ser retirado, excluido, separado del cargo o del lugar desde el cual ejerce la función que precisamente retrasa la aparición pública del Anticristo, bien mediante la acción que ejerce, bien mediante la función que desempeña, o ambas.

Esta realidad lleva a preguntarnos si la profecía paulina del katejon pudiera ser la predicción y el fundamento escriturístico de la revelación que tuvo el Papa San Pío X y otros místicos católicos que hablan de una persecución violenta que le espera a un Papa, y de que un antipapa tome en ese momento el lugar físico de su Sede.

En 1909, el Papa San Pío X confió a su secretario particular y a otros eclesiásticos cercanos una revelación muy especial: “He tenido una visión terrible: no sé si seré yo o uno de mis sucesores, pero vi a un Papa huyendo de Roma entre los cadáveres de sus hermanos. Él se refugiará incógnito en alguna parte y después de breve tiempo morirá una muerte cruel”.

Ese acontecimiento, que aún no ha sucedido, coincide casi literalmente con el contenido de la visión que tuvieron los niños de Fátima en 1917. A ellos, la Virgen María les mostró la escena de un obispo vestido de blanco huyendo de una ciudad en ruinas, sobre los cadáveres de muchos sacerdotes y laicos, para posteriormente ser asesinado.

Lo primero que salta a la vista es que ese hecho no ha tenido verificación, y que no se refiere, como El Vaticano quiso hacer creer el 26 de junio de 2000, al atentado que Juan Pablo II sufrió en 1981, ya que el Papa no huyó de Roma, esta ciudad no estaba en ruinas, no había cadáveres de sacerdotes y laicos por su camino, y no murió posteriormente asesinado.

Por otro lado, creciente número de investigaciones documentadas y serias demuestran que el Tercer Secreto de Fátima en realidad está compuesto de dos documentos diversos: las páginas que la Hermana Lucía escribió con la visión del obispo vestido de blanco que huye de una ciudad en ruinas, y otro, consistente en un pedazo de papel en el que escribió las palabras de la Santísima Virgen con las que explicó el sentido de la visión.

La historia es sencilla. La Hermana Lucía se enfermó gravemente en junio de 1943. Su superior, Monseñor Da Silva, Obispo de Leiría-Fátima, temiendo que pudiera fallecer por la enfermedad, le ordenó, el 15 de septiembre, escribir el Secreto de Fátima. La Hermana le pidió la orden formalmente y por escrito. A partir de que la recibió, a la monja le atacó una extraña parálisis que ella consideró de tipo sobrenatural. Finalmente, el 2 de enero de 1944, la misma Virgen María se le aparece nuevamente confirmándole que esa era la voluntad de Dios, y que le daría la fuerza y la luz necesarias para poder escribirlo, cosa que hizo al día siguiente. Sin embargo, por el decaimiento tan severo que tuvo, la Hermana Lucía sólo pudo escribir, en su diario, la visión, pero no las palabras de la Virgen que interpretan la visión.

No fue sino hasta el 9 de enero que la Hermana Lucía volvió a tener fuerzas y finalmente escribió, en una hoja, las palabras de la Virgen, hecho que sucedió en la Capilla del Convento de Tuy.

Lo que El Vaticano dio a conocer el 26 de junio de 2000 fue el primer documento, el de la visión, pero omitió dar a conocer el documento que contiene la interpretación.

Existen diversos testigos que confirman la existencia del documento no dado a conocer: el Cardenal Ottaviani, Monseñor Capovilla, secretario particular del Papa Juan XXIII, y el Padre Agustín Fuentes, sacerdote mexicano postulador de las causas de beatificación de Francisco y Jacinta y de los mártires mexicanos asesinados bajo el régimen de Plutarco Elías Calles. El Padre Fuentes entrevistó a la Hermana Lucía el 26 de diciembre de 1957.

Se sabe en qué fechas –diversas- llegaron ambos documentos a El Vaticano, en dónde se guardó cada uno, en qué fecha los Papas los leyeron. Toda esta historia contemporánea se haya reportada en diversas obras recientes como la de Andrea Tornielli (Il Segreto Svelato, Italia, 2000); la del vaticanista Marco Tossati (Il Segreto Nos Svelato, Italia, 2002), la de Solideo Paolini (Fátima, non Disprezate le Profezie, Italia, 2005), la de Antonio Socci (Il Quarto Segreto di Fatima, Italia, 2006), y la de Luís Eduardo López Padilla (Dos Papas en Roma, México, 2007). A pesar de todas las evidencias, El Vaticano sigue negando la existencia del segundo documento prefiriendo no dar a conocer las palabras de la Virgen, sino solo el primero, el de la visión.

Con todo, gracias a las concordancias y a varios testimonios como los señalados arriba es posible concluir que el segundo documento habla de una prueba máxima para la Iglesia Católica y Occidente en la que se dará una grave oposición de cardenales contra cardenales, obispos contra obispos, laicos contra laicos, fruto de un cisma en el que un Papa legítimo tendrá que huir y refugiarse, mientras que un antipapa se encargará de liderar la “nueva iglesia” y difundir la apostasía desde la misma sede de Roma.

En palabras del Cardenal Luigi Ciappi, teólogo personal del Papa Juan Pablo II: “El Tercer Secreto se refiere a que la pérdida de la fe en la Iglesia, es decir, la apostasía, saldrá de la cúspide de la Iglesia”.

En palabras del P. Paul Kramer, “El antipapa y sus colaboradores apóstatas serán, como dijo la Hermana Lucía, partidarios del demonio, los que trabajarán para el mal sin tener miedo de nada”.

No sería algo nuevo. En la historia de la Iglesia han habido 37 antipapas, es decir, eclesiásticos elegidos ilegítimamente estando en vida el Papa legítimo. La gravedad de este cisma es que el contenido será eminentemente doctrinal. Puede ser que su génesis sea de poder, como una presión sobre el Papa legítimo para renunciar, o fingiendo su entierro cuando en realidad pudo huir de Roma. Pero lo grave será la oposición entre la nueva iglesia y la Iglesia de la Tradición, la iglesia adaptada al mundo y la Iglesia fiel.

Desde luego, la revelación de Fátima no tienen carácter infalible y de fe, como sí lo tiene la profecía pública sobre el katejon de San Pablo, pero Fátima es una de las pocas revelaciones marianas aceptadas por la Iglesia y de mayor credibilidad, sea por la señal cósmica acontecida el 13 de octubre de 1917, sea por el cumplimiento de una parte de la profecía que ya tuvo verificación, sea, sobre todo, por los frutos espirituales y de conversión.

Además de Fátima encontramos otras revelaciones privadas que coinciden con dicha profecía:

  • La más importante y conocida es la de San Francisco de Asís: “Habrá un Papa electo no canónicamente que causará un gran cisma. Se predicarán diversas formas de pensar que causarán que muchos duden, aún aquellos en las distintas órdenes religiosas, hasta estar de acuerdo con aquellos herejes que causarán que mi Orden se divida. Entonces habrá tales disensiones y persecuciones a nivel universal que si esos días no se acortaran, aún los elegidos se perderían”.
  • Pero también están las palabras de Juan de Vitiguero, en el Siglo XIII: “Cuando el mundo se encuentre perturbado, el Papa cambiará de residencia”.
  • De Juan de Rocapartida, un siglo después: “Al acercarse el Fin de los Tiempos, el Papa y sus cardenales habrán de huir de Roma en trágicas consecuencias hacia un lugar donde permanecerán sin ser reconocidos, y el Papa sufrirá una muerte cruel en el exilio”.
  • Nicolas de Fluh, en el siglo XV: “El Papa con sus cardenales tendrá que huir de Roma en situación calamitosa a un lugar donde serán desconocidos. El Papa morirá de manera atroz durante su destierro. Los sufrimientos de la Iglesia serán mayores que cualquier momento histórico previo”.
  • El venerable Bartolomé Holzhauser, fundador de las sociedades de clérigos seculares en el Siglo XVIII: “Dios permitirá un gran mal contra su Iglesia: vendrán súbita e inesperadamente irrumpiendo mientras obispos y sacerdotes estén durmiendo. Entrarán en Italia y devastarán Roma, quemarán iglesias y destruirán todo”.
  • Las palabras de la Virgen reveladas en La Salette a Melania: “Roma perderá la fe, y se convertirá en la sede del Anticristo”.
  • La revelación recibida por la Madre Elena Aiello, famosa estigmatizada que fuera consultada con frecuencia por el Papa Pio XII: “Italia será sacudida por una gran revolución (…) Rusia se impondrá sobre las naciones, de manera especial sobre Italia, y elevará la bandera roja sobre la cúpula de San Pedro”.
  • La beata Ana Catlina Emmerick, religiosa Agustina, en 1820: “Vi una fuerte oposición entre dos Papas, y vi cuan funestas serán las consecuencias de la falsa iglesia, vi que la Iglesia de Pedro será socavada por el plan de una secta. Cuando esté cerca el reino del Anticristo, aparecerá una religión falsa que estará contra la unidad de Dios y de su Iglesia. Esto causará el cisma más grande que se haya visto en el mundo”.
  • Elena Leonardi, asistida espiritual del Padre Pio: “El Vaticano será invadido por revolucionarios comunistas. Traicionarán al Papa. Italia sufrirá una gran revuelta y será purificada por una gran revolución. Rusia marchará sobre Roma y el Papa correrá un grave peligro”.
  • Enzo Alocci: “El Papa desaparecerá temporalmente y esto ocurrirá cuando haya una revolución en Italia”.
  • La Beata Ana María Taigi: “La religión será perseguida y los sacerdotes masacrados. El Santo Padre se verá obligado a salir de Roma”.
  • La mística María Steiner: “La santa Iglesia será perseguida, Roma estará sin pastor”.
  • Las revelaciones en Garabandal: “El Papa no podrá estar en Roma, se le perseguirá y tendrá que esconderse”.
  • El P. Stefano Gobbi, místico y fundador del Movimiento Mariano Sacerdotal: “Las fuerzas masónicas han entrado a la Iglesia de manera disimulada y oculta, y han establecido su cuartel general en el mismo lugar donde vive y trabaja el Vicario de mi Hijo Jesús. Se está realizando cuanto está contenido en la Tercera parte de mi mensaje, que aún no ha sido revelado, pero que ya se ha vuelto patente por los mismos sucesos que estáis viviendo”.
Jesucristo relacionó una parte del discurso de la Última Cena con el hecho de que, una vez arrestado, sus discípulos lo abandonarían. Pero, en sentido más amplio, Jesús citaba una profecía del profeta Zacarías que tiene referencia a un pastor de los Últimos Tiempos, y que señala que a la Gran Tribulación sobrevivirá tan solo una tercera parte de la humanidad. Sus palabras son: “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas, y tornaré mi mano contra los pequeños. Y sucederá en toda esta tierra –oráculo del Señor- que dos tercios serán exterminados, y el otro tercio quedará en ella”(Zac 13, 7-8).

Aquí, no solo encontramos un paralelismo entre la pasión del Maestro y la que tendrá que sufrir la Iglesia durante el Día del Señor y la Gran Tribulación, periodo en el que perecerán millones, sino que también contiene un anuncio para el Papa que esté reinando inmediatamente antes de la manifestación pública del Anticristo, haciéndole saber que su persona será objeto de un ataque, con la finalidad de dispersar a las ovejas unidas a él, para después arremeter contra los más débiles en la fe.

Además, la profecía de Zacarías no dice que el pastor será matado, como sucedió a Jesús, sino que será herido. La diferencia entre ambas situaciones es patente, y sirve para distinguir lo que sufrió Cristo, de lo que sucederá al pastor que reine cuando inicie el Día del Señor y la Gran Tribulación.

Por otro lado, el contexto específico de la apostasía generalizada apunta a que la dispersión de las ovejas debe ser moral más que física. Además, la herida debe contener algún elemento que pueda remover al katejon que retiene la manifestación pública de quien se beneficiará de la apostasía.

Un elemento adicional de las acciones que hieren al pastor es que estas permiten a los conjurados controlar la estructura eclesiástica para facilitar la entrada al lobo. Esta hipótesis encontraría su cumplimiento en el hecho de que el impostor pudiera arrebatar el lugar geográfico del verdadero pastor, es decir, Roma, lo cual expresaría la “abominable desolación” instalada “donde no debe”.

Los apóstoles conocían la amenaza y la identificaban con claridad, siendo conscientes de que los adversarios entrarían en medio de ellos como lobos feroces: salieron de entre ellos pero no eran de ellos, precisaría San Juan. El mismo Jesús les había advertido que entre el trigo crecería también la cizaña, hasta que llegase el tiempo de la siega en que Él mismo los habría de separar.

Contemplando que la apostasía está ya en curso, que la Iglesia ha sido infiltrada por la masonería iluminista-satánica para destruirla desde dentro con un cristianismo adaptado al mundo, y que altos eclesiásticos de ese grupo llegaron a la monstruosidad de asesinar al Papa Juan Pablo I el 28 de septiembre de 1978, y de atentar en diversas ocasiones contra la vida del Papa Juan Pablo II, es altamente probable que el katejon que debe ser removido para que se manifieste públicamente el Anticristo vaya a ser un Papa, uno que no comulga con los propósitos de ese grupo, y que por lo mismo les estorba.

Sobre el homicidio de Juan Pablo I por mano de cardenales afiliados a la masonería eclesiástica, hay que leer la obra del Obispo Jesús López Sáez, El Día de la Cuenta, Ed. Mediterráneo, Madrid, 2002. López Sáez es fundador de la comunidad de Ayala, experto en Juan Pablo I, miembro del Equipo Europeo de Catecumenado, responsable de la Comisión de Pastoral de los Adultos en el Secretariado Nacional de Catequesis de España. Desde 1985, López Sáez emprendió una investigación exhaustiva sobre los móviles que condujo a un grupo dentro de El Vaticano a asesinar al Papa recién electo. Su obra es, sin lugar a dudas, una de las más documentadas y reveladoras.

Dicho círculo de eclesiásticos masones promoverá en la sede de Pedro a un Papa que aceptará el matrimonio de los sacerdotes, la anticoncepción, las uniones homosexuales, el sacerdocio de la mujer, la autoridad colegiada de los obispos, la espiritualidad New Age, etc., etc… La mayoría de los católicos se alegrará de que finalmente haya llegado un Papa que entiende la modernidad y es capaz de adaptar la Iglesia al mundo.

Por el contrario, los fieles que mantengan la Tradición predicada por Juan Pablo II y Benedicto XVI serán ridiculizados y perseguidos.

El texto de la segunda carta de San Pablo a los Tesalonicenses sobre el katejon puede ser el fundamento escriturístico de la revelación privada que Lucía, Jacinta y Francisco recibieron hace poco más de noventa años, y que a su vez es confirmada por distintas revelaciones privadas, entre las que destaca la del Papa San Pío X, en el sentido de que a un Sumo Pontífice le espera el destino de una cruenta persecución y de una muerte brutal en cautiverio, y que esa situación provoque el mayor cisma de la Iglesia.

Lo más grave de todo, es que tal situación vaya a ser propiciada por altos jerarcas de la Iglesia que operan en la dirección del enemigo, y que la favorecen precisamente para sentar en el trono de Pedro a un impostor que más fácilmente pueda desviar a los fieles hacia la aceptación de sus modernas enseñanzas. Esa es precisamente la “abominación desoladora” predicha por el profeta Daniel, por San Juan y por San Pablo.
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Gran Tribulación

Hacia mediados del siglo sexto antes de Cristo, Daniel tuvo una revelación numérica acerca del tiempo que tardará el triunfo del Mesías y, con ello, lo que durará el designio mediador de la nación judía.


Siendo un adolescente, Daniel fue llevado cautivo a Babilonia, en la deportación que sufrieron los hebreos en el año 586 a. C. Allí creció demostrando singular sabiduría, misma que le llevo a ser nombrado primer ministro de varios reyes.

Entendiendo Daniel, por la lectura del profeta Jeremías, que la deportación estaba a punto de terminar, y preguntando a Dios cuándo llegaría el Mesías para restaurar Israel, recibió del arcángel Gabriel una de las profecías matemáticas más exactas de las Escrituras.

Le dijo Gabriel: “Setenta semanas están fijadas sobre tu pueblo y tu ciudad santa, para poner fin a la rebeldía, para poner fin a los pecados, para expiar la culpa, para instaurar justicia eterna, para sellar visión y profecía, para ungir al Santo de los santos” (Dn 9:24).

Para los hebreos, una “semana” (shabua) significan siete años, siendo el séptimo un año sabático para la tierra. Así fue como Daniel pudo saber que la cautividad de Babilonia iba a durar 70 años (10 “semanas” x 7 años).

Gabriel, además de darle a conocer al profeta Daniel que el tiempo para la restauración de Israel y el triunfo del Mesías sería de 490 años (70 “semanas” x 7 años), le indica, con increíble precisión, el inicio y el fin de las primeras 69 semanas: “Entiende, pues, y comprende: desde que salga la orden para reconstruir Jerusalén, hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas y sesenta y dos semanas” (Dn 9:25).

Ese periodo de 69 “semanas” (483 años) es exactamente el que va desde el año en que el rey de Persia, Artajerjes, dio la orden de reconstruir Jerusalén y el Templo (457 a. C.), hasta que Jesús fue ungido en ocasión de su bautismo, en el Jordán (26 d. C.); es decir, desde el mes de Nisán del año veinte del reinado de Artajerjes (Nehemías 2, 1-8) hasta el 30 d. C., si se consideran los cuatro años de error de cálculo.

Además, Gabriel le reveló una de las profecías más precisas sobre el desenlace de Jesús en su primera venida: “Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí” (Dn 9:26).

Sin embargo, pasaron siete años después de la Resurrección y no sucedió el Retorno triunfal de Cristo. De ello se deduce que entre la 69 y la 70 “semana” hay un intervalo de tiempo indefinido, y que la última semana de Daniel está aún por cumplirse.

Respecto a esa postrera “semana” que falta, Gabriel le reveló al profeta Daniel que un caudillo, que San Juan denominará más tarde el “Anticristo”, sellará una alianza global con otros gobernantes, pretendiendo someter a todas las naciones y religiones, que perseguirá a los fieles y a los santos (Dn 7, 25), y que a los tres años y medio (mitad de la “semana”) proscribirá el sacrificio divino: “Y por otra semana confirmará un pacto con muchos; y a mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la oblación; y en el ala del Templo habrá abominaciones desoladoras hasta el final, cuando la ruina decretada se derrame sobre el desolador” (Dn 9, 27).

A partir de que Daniel recibió la revelación, la identificación con hechos reales quedaría oculto hasta el tiempo final, cuando los protagonistas podrán identificarlos, ya sin duda, a la vista de los hechos:“Pero tú, Daniel, mantén secretas estas palabras y sella el libro hasta el tiempo final, entonces muchos lo abrirán y se aumentará el conocimiento” (Dan 12, 4).

En la era de la Iglesia, casi siete siglos después de Daniel, en el año 96 de nuestra era, el apóstol Juan tuvo una revelación en la que Jesucristo le dio a conocer lo que sería la historia de la Iglesia (capítulos 1 a 3 del Apocalipsis) y lo que ocurrirá durante los siete años de la 70 “semana” de Daniel (capítulos 4 al 19). A ese postrer periodo, Jesucristo y los cuatro evangelistas lo denominaron la “Gran Tribulación”.

Dice San Mateo: “Cuando veáis, pues, la abominable desolación, anunciada por el profeta Daniel, erigida en el Lugar Santo (el que lea que entienda), entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes (…), porque habrá entonces una Gran Tribulación, cual no la hubo desde el principio del mundo, ni la volverá a haber jamás” (Mt 24, 15).

Por la revelación de Mateo “ni volverá a haberla jamás” sabemos que después de los siete años de la Gran Tribulación y de la Parusía, la historia humana continuará en esta Tierra, y es el Apóstol Juan quien nos da a conocer que ese período posterior durará mil años (significando “periodo largo” o quizá, también, mil años efectivos): “Y agarró al dragón, a aquella serpiente antigua, que es Satanás, y le encadenó por mil años; y lo metió en el abismo, cerrándolo y sellándolo sobre él, para que no ande más engañando a las naciones, hasta que se cumplan los mil años, después de los cuales ha de ser soltado por un poco de tiempo” (Ap 20, 2-3).

Sobre la Gran Tribulación, San Juan y San Pablo nos dicen que cinco situaciones la caracterizan: 1) guerras que finalizan en un falso acuerdo de paz en favor de Israel; 2) desastres naturales y cataclismos cósmicos; 3) arrebato de los fieles y persecución; 4) colapso financiero y carestía; 5) apostasía generalizada y gobierno mundial del Anticristo.

Si bien los acontecimientos de esos siete años constituyen una dolorosa purificación, lo importante es que son preludio de un final prometedor, el triunfo del bien y la renovación admirable de la naturaleza humana y de todo el orden creado, “la restauración universal de que habló Dios por boca de sus santos profetas” (Hch 3, 21).

San Lucas nos dice que la proximidad del Retorno de Cristo constituye una esperanza para estar seguros y confiados cuando inicie la Gran Tribulación: “Cuando veáis que estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque se acerca vuestra redención” (Lc 21, 28).

Se trata sí, de una purga, pero de aquella que antecede el cumplimiento de todas las promesas de liberación del mal y del pecado que sojuzgan a los hombres: “Así también, Cristo aparecerá por segunda vez, sin relación al pecado, para salvar a los que esperan en Él” (Hb 9, 28).

La Gran Tribulación es la suprema batalla entre el bien y el mal, es la purificación previa a la Parusía, es el final de los tiempos de las naciones antes de que la naturaleza humana y la creación sean renovadas, es la siega que separa el trigo de la cizaña, es la realización del designio original del Creador, es la condición causal para la más grande manifestación de Dios en la historia.

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Gobierno Mundial

La usurpación global se ha dado no sólo en la economía. Política internacional y guerras mundiales se han orientado también a alcanzar el propósito de la Gran Logia de los Iluminati, un gobierno mundial centralizado, socialista y ateo. “La meta específica de la orden de los Iluminati es la de abolir el cristianismo y derrocar los gobiernos civiles”, escribe John Robinson citando al propio fundador, Adam Weishaupt.

Esa fraternidad secreta, financiada inicialmente por la poderosa familia Rothschild, se creó con el propósito de llevar a cabo los planes trans-generacionales de la masonería iluminista-satánica, introduciéndose en los círculos de poder de los gobiernos y de las finanzas.

La logia lleva ese nombre porque sus miembros son iniciados en las enseñanzas de Lucifer, supremo dador de luz según la doctrina de la francmasonería iluminada. El Gran Consejo lo forman trece castas que se perpetúan en la secta mediante iniciación satánica generacional. 

Los pasos de la ocupación global fueron claramente definidos por Albert Pike, Gran Soberano del Antiguo y Aceptado Rito de la Francmasonería, en una carta que dirigió, el 15 de agosto de 1871, a Giuseppe Mazzini, Gran Soberano de los Iluminados después de Weishaupt. En ese documento establecía las tres guerras mundiales que habrían de provocar para poder implantar el Nuevo Orden Mundial:

La Primera Guerra Mundial la emprenderían para destituir a los zares católicos, sometiendo el vasto territorio ruso bajo el control de los Iluminati y poder usarlo como plataforma desde la cual difundir sus objetivos.

La Segunda Guerra Mundial la realizarían exacerbando las diferencias entre el sionismo político y el nacionalismo germano, con el fin de consolidar y extender la influencia rusa y establecer en Palestina el Estado de Israel.

La Tercera Guerra Mundial la suscitarían, dice textualmente, “exasperando las diferencias entre judíos y árabes para provocar un formidable cataclismo social que en todo su terror demuestre a las naciones el efecto del ateismo absoluto, origen de la barbarie y de la más violenta confusión. Entonces, las muchedumbres, desilusionadas con el cristianismo y no sabiendo a quién adorar, recibirán la verdadera luz de Lucifer, en una manifestación que será resultado del movimiento general reaccionario, siguiendo la destrucción del cristianismo y del ateismo, ambos conquistados y exterminados al mismo tiempo”.

Tanto en las tres guerras mundiales como en los conflictos revolucionarios locales, los Iluminati han aplicado la dialéctica hegeliana de favorecer a los contrarios para retener el control global de la situación. Al mismo tiempo que el judío Kissel Mordekay (alias “Marx”) escribía su Manifiesto comunista, bajo la dirección de filósofos iluministas, Karl Ritter escribía la antítesis (que llevaría al nazismo y al racismo) bajo la dirección de otro grupo de iluministas, con la idea de que los dirigentes pudieran usar las diferencias de ambas ideologías para lograr un dominio mundial que pasara por el quebranto de las naciones y de las instituciones políticas y religiosas.

Ahora, la misma anarquía que deriva de la revolución iluminista está siendo utilizada por banqueros sionistas, mediante un hostigamiento metamorfoseado dirigido a enfrentar las civilizaciones, para el asalto final del acariciado sueño de control global desde Jerusalén.

En su obra En Route to Global Occupation, el ex diplomático norteamericano Gary Kah documentó los planes operativos concretos por los que cada problema, real o fabricado, se convertirá en una razón para llevarnos a aceptar ese gobierno mundial. La mayoría pensará que se trata de una conveniencia del momento, sin imaginar que la red se organizó muchos años antes con ese propósito de dominio.

Tres acontecimientos recientes denotan cómo se ha ido imponiendo el Gobierno Mundial por la fuerza:

1- La Guerra del Golfo (1991), en la que George Bush padre anunció abiertamente la instauración del Nuevo Orden Mundial y condujo a Iraq a una provocación que justificara la acción militar de los Estados Unidos para garantizar su dominación militar en el Golfo. Bush, Powell, Schwarzkopf, Cheney, Quayle y Baker fueron acusados, por el ex fiscal estadounidense Ramsey Clark y otros, de crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra, violación a la Carta de las Naciones Unidas, convenciones internacionales y la misma Constitución de los Estados Unidos, por haber masacrado a la población civil con 88,000 toneladas de bombas y ametrallamientos indiscriminados.

Saddam Hussein y el vicepresidente de los Estados Unidos, Richard Cheney, fueron socios de 1995 a 2000. A través de las filiales europeas de la compañía Halliburton, de la que Cheney era presidente, le vendían a Irak las piezas de refinería que Bush padre y el mismo Cheney, siendo secretario de Estado, destruyeron durante la guerra del Golfo.

2- Con la guerra de Kosovo (1999), el derecho internacional terminó por perder todo significado y el Pentágono pudo hacerse de un instrumento de intervención capaz de irrumpir en cualquier país del mundo sin el consenso de la ONU. Muy hábilmente lograron que la OTAN dejara de ser un organismo de “defensa” y se convirtiera en uno de “ataque”, cambiando el alegato del “anticomunismo” por el de “custodia de los derechos humanos”. Nuevamente, los Estados Unidos exterminaron a miles de civiles y arrojaron bombas prohibidas, incluso de uranio empobrecido.

3- Finalmente, vinieron los atentados “terroristas” del 11 de septiembre (2001), y los injustificados bombardeos sobre Afganistán (2002) e Irak (2003). En cuanto a los ataques a las Torres Gemelas, se sabe que los atentados fueron sufragados por una estructura paralela a la CIA, el MOSSAD y el ISI paquistaní, que los Bin Laden y los Bush son socios desde los años setenta (actualmente tienen inversiones conjuntas en el Carlyle Partners II Fund de Londres).

En este sentido, los “atentados” contra las Torres Gemelas y el Pentágono vinieron a ser el tercer gran crimen del gobierno estadounidense contra el pueblo norteamericano, después del auto-hundimiento del Maine y del provocado bombardeo en Pearl Harbor, repitiendo la vieja estrategia de crear un enemigo o provocar que el adversario golpee para justificar la agresión militar.

Según Terry Meyssan, el gobierno norteamericano alegó un “atentado terrorista árabe” para poder 1) terminar de situarse en el Caspio y en el Pérsico, 2) redimensionar la hegemonía israelí, 3) beneficiarse con dos de las más grandes reservas mundiales de petróleo y, 4) suprimir las garantías individuales en los Estados Unidos para prevenir la protesta.

Desde 1999 se empezaron a preparar las medidas de represión civil para los disidentes estadounidenses que se opondrían a estas guerras. Desde entonces se contemplaron medidas coordinadas por el Federal Emergency Management Agency (FEMA) para reprimir movilizaciones internas. Posteriormente, Halliburton ganó una licitación pública de 385 millones de dólares para construir campos de concentración “Detention Camps” para estadounidenses disidentes, si bien la excusa es que son para “inmigrantes”, y durante años han estado vacíos.

Hay varias pruebas de que los atentados fueron auspiciados desde los Estados Unidos, como el hecho de que 10 de los 19 “secuestradores” están vivos aún. Pero la prueba más contundente es que varios de los organizadores de cuello blanco, sabiendo que vendrían los ataques a las Torres, retiraron sus acciones de la bolsa durante los siete días anteriores al ataque. Las de United Airlines se desplomaron 42%, y las de American Airlines sufrieron una caída del 39%.

Operaciones semejantes se registraron con las opciones de venta de Morgan Stanley Dean Wítter & Co., que se multiplicaron por doce durante la semana previa a los atentados. Igualmente sucedió con las opciones de venta de las acciones de Merrill Lynch & Co., que se multiplicaron por 25, y con las acciones de las compañías de seguros Munich Re, Swiss Re y Axa.

Quienes realizaron estos movimientos lograron tales ganancias que la Organización Internacional de Comisiones de Valores (IOSCO) informó, el 15 de octubre del 2001, que esos rendimientos representan “el más importante delito por aprovechamiento ilícito de información privilegiada jamás cometido”.

La IOSCO determinó que la mayor parte de esas transacciones fueron a dar al Deutsche Bank y a su sucursal estadounidense de inversiones Alex Brown, mediante el procedimiento de portage, el cual asegura el anonimato de quienes realizan las transacciones. Ambas invocaron ese derecho y la Casa Blanca ordenó concluir las investigaciones.

Cabe señalar que varios intentos de autogolpear nuevamente a los Estados Unidos, desde los aparatos internos de inteligencia, pero esta vez con armas de destrucción masiva desde agosto de 2005 -para justificar ataques con armas de destrucción masiva en Irán, Siria y Norcorea- han sido abortados porque personas de adentro han roto las cadenas de mando, salvando a millones de estadounidenses y evitando que tales ataques se llevan a cabo.

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El Falso Profeta

En la simbología apocalíptica de San Juan, la Gran Tribulación está dominada por dos personales, el Anticristo, al cual dibuja con la imagen de la Bestia salida “del mar”, representación del poder político, y la Bestia salida “de la tierra”, símbolo del ámbito religioso. A ésta la llama la “Segunda Bestia”, que está al servicio de la Primera, y hace que toda la humanidad la adore.

A la Segunda Bestia, la denomina también “Falso Profeta”, y lo plasma seductor y pretendiendo emular a Jesucristo, adulterando la verdadera religión.

Dice Leonardo Castellani: “Cuando la estructura temporal de la Iglesia pierda la efusión del Espíritu, y la religión adulterada se convierta en la Gran Ramera, entonces aparecerá el Hombre de Pecado y su Falso Profeta, quien será a la vez como un Sumo Pontífice del Orbe, o bien tendrá a sus órdenes un falso Pontífice. Y matiza Alfredo Sáenz: “No que la Iglesia perderá la fe, pero sí se verá gravemente afectada. Todas las energías del demonio estarán concentradas en pervertir lo que es específicamente religioso. Al demonio no le interesa matar, sino corromper, envenenar, falsificar”.

La pseudo-Iglesia ó contra-Iglesia, predicará la democracia, la solidaridad, la tolerancia, la hermandad universal, convirtiéndose casi en una nueva religión.

Castellani opina que la advertencia a la Iglesia de Laodicea, por su indiferencia e infidelidad en la postrera época de la Iglesia, corresponde a la “gran apostasía” anunciada por San Pablo y por Jesús mismo. Por suerte, cuando habla del castigo dice “comenzaré a vomitarte” (Ap 3, 16), lo cual implica que el vómito o rechazo por parte de Dios no se consumará. Los que resistan y hagan penitencia se salvarán. Será la época de la parábola de la cizaña. Cuando llega el tiempo de la siega, es cuando la cizaña se parece más al trigo.

Precisamente ese es el papel encomendado al Falso Profeta. El Apocalipsis nos muestra el Templo profanado, no destruido. La religión se mantendrá, pero adulterada; los dogmas serán vaciados de su contenido y sustituidos por idolátricas doctrinas. El Templo perdurará porque no hay que destruirlo, servirá para que allí se siente el Anticristo “haciéndose adorar como Dios” (2 Tes 2, 4). Es la abominable desolación anunciada por Daniel (Dn 9, 27) y por Cristo (Mt 24, 15). Pero la corrupción de la Iglesia no será total. El pseudoprofeta logrará conculcar el atrio y las naves, pero el Tabernáculo o Sancta Sanctorum será preservado. La Iglesia falsificada se sumará al propósito de buscar el reino en este mundo, con los medios más eficaces, por ende los más satánicos. Es la tentación del reino milenario pero sin Cristo, un cristianismo expurgado de la Cruz y que prescinde de la Parusía.

La unificación del mundo se realizará por el terror y por la mentira: el terror político y la mentira de la falsa religión, un cristianismo enteramente falsificado.

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Dos testigos

El Antiguo Testamento nos habla de dos personajes que fueron arrebatados en vida: Elías y Enoc. Ambos fueron llevados al cielo sin pasar por la muerte (Gn 5, 24; Heb 11, 55; y 2 Rey 2, 11) y ambos volverán durante la Gran Tribulación para enfrentar públicamente al Anticristo.

Ellos estarán llenos del Espíritu Santo, predicarán con la fuerza de Dios, y los hombres de buena voluntad creerán en Dios por ellos; harán grandes prodigios, por la virtud del Espíritu, y condenarán los errores del Anticristo.

Así lo dice San Juan: "Entonces me fue dada un caña, semejante a una vara de medir, y se me dijo: Levántate y mide el templo de Dios y el altar, y a los que en él adoran. Y deja aparte el atrio de afuera del templo. Y no lo midas, porque ha sido dado a los gentiles, y ellos pisotearán la ciudad santa por cuarenta y dos meses. Yo mandaré a mis dos testigos y ellos profetizarán por 1.260 días, vestidos de cilicio. Ellos son dos olivos y los dos candeleros que están delante del Dios de la tierra. Si alguien les quiere dañar, fuego sale de la boca de ellos y devora a sus enemigos. Cuando alguien les quiere hacer daño tienen que morir de esta manera. Ellos tienen poder para cerrar el cielo, de modo que no caiga lluvia durante los días de su profecía; y tienen poder sobre las aguas, para convertirlas en sangre y para herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran” (Ap 11, 3-14).

Enoc y Elías serán muertos, sus cuerpos serán expuestos en las calles de Jerusalén, y a los tres días resurgirán ante el asombro de todo el mundo: "Cuando hayan concluido su testimonio, la bestia que sube del abismo hará guerra contra ellos, los vencerá y los matará. Y sus cadáveres estarán en la plaza de la gran ciudad que simbólicamente es llamada Sodoma y Egipto, donde también fue crucificado el Señor de ellos. Y por tres días y medio, la gente de los pueblos y de las razas y de las lenguas y de las naciones mirarán sus cadáveres; y no permitirán que sus cadáveres sean puestos en sepulcros. Y los habitantes de la tierra se gozarán sobre ellos y se alegran. Y se enviarán regalos unos a otros, porque estos dos profetas habían sido un tormento para los habitantes de la tierra." (Ap 11, 8).

El profeta Malaquías dice: "He aquí que yo envío al profeta Elías antes de que venga el día de Jehová, grande y temible” (Mal 4, 5). Y en el evangelio de Mateo, en el relato sobre la transfiguración de Jesús, cuando Pedro, Santiago y Juan descendían de la montaña después de haber visto allí a Moisés y a Elías con Jesús, los discípulos le preguntaron al Señor: "¿por qué dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero? Y respondiendo Jesús dijo: En verdad Elías tiene que venir para restaurar todas las cosas” (Mt 17, 11), pero explicó que en un sentido Elías había venido ya, porque Juan el Bautista había anticipado esa predicción por medio de su ministerio, precisamente en el espíritu y el poder de Elías.

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Dos Papas

Entre las referencias que más destacan respecto al Anticristo, a quien el mismo San Pablo llamó también el “impío”, el “hombre sin ley”, el “hijo de la perdición”, el “adversario”, hay un elemento que nos indica en qué momento será su manifestación pública en el escenario mundial, por el hecho de que lo precede inmediatamente y se relaciona directamente con él.

Ese signo se encuentra en la segunda carta que el Apóstol escribió a la comunidad cristiana de Tesalónica, en seguimiento a la visita pastoral que realizó a esa ciudad. En dicho documento, San Pablo establece que antes de que se manifieste públicamente el Anticristo tiene que ser quitada de en medio una persona que “retiene” o retrasa esa manifestación:

“…Que nadie os engañe de ninguna manera; porque antes (del Retorno de Cristo) tiene que darse la apostasía y manifestarse el impío, el hijo de la perdición, el adversario que se levanta y se opone contra todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el templo de Dios, haciéndose adorar como Dios. ¿No os acordáis que ya os dije esto cuando estuve entre vosotros? Vosotros sabéis qué es lo que ahora le retiene, para que se manifieste en su momento oportuno. Porque el misterio de la impiedad ya está actuando.Tan solo con quitar de en medio a aquel que lo retiene, entonces se manifestará el impío, a quien el Señor destruirá con el soplo de su boca y aniquilará con la Manifestación de su Venida” (2 Tes 2, 3-8).

El motivo de la carta era suscitar esperanza en medio de las pruebas, pero también moderar el fervor de los tesalonicenses. San Pablo había predicado con tanto vigor en Tesalónica sobre el misterio de iniquidad, que los tesalonicenses llegaron a pensar que los Últimos Tiempos eran ya inminentes. Por ello, San Pablo les da a conocer la existencia de un “obstáculo” (en griego katejon) que primero tiene que ser removido, para que entonces pueda manifestarse públicamente el Anticristo.

En el versículo 6 utiliza el participio presente con pronombre neutro (to katejon) “Vosotros sabéis qué es lo que ahora le retiene. En el versículo 7 lo utiliza con pronombre personal (ho katejon) “Tan solo con quitar de en medio a aquel que lo retiene, entonces se manifestará el impío”.

Una lectura cuidadosa del texto paulino nos lleva a concluir que el Apóstol deliberadamente utilizó dos géneros diversos para diferenciar realidades diferentes: el sentido neutro, para designar una realidad de impiedad y apostasía que ya actuaba desde aquella época y que los discípulos conocían perfectamente, y el masculino, para referirse a un personaje concreto cuya identidad ha sido un misterio para muchos a lo largo de la historia de la Iglesia, y que será precisamente el causante de que la manifestación pública del impío se retrase hasta que aquel no sea removido.

De esta forma, el katejon no puede ser tomado en sentido neutro, como si se tratase de una institución, o de un estado de cosas, o de un movimiento favorable al cristianismo. La referencia inmediatamente anterior de San Pablo para referirse a la apostasía y a la impiedad en el versículo 6 pone serias dificultades a esa interpretación, ya que el Apóstol habría utilizado las mismas palabras en el versículo siguiente.

Por ello, y porque San Pablo también se refiere al Anticristo en el sentido de un personaje concreto y preciso, se puede concluir que “el retenedor” es necesariamente una persona física, y que su acepción debe ser tomada en género masculino.

El sentido integral del versículo 7 parece indicar que San Pablo contrapone una persona, el Anticristo, a otra persona, precisamente la que retrasa u obstaculiza su manifestación pública. Es decir, nos encontramos ente una persona humana concreta, y una que no es histórica, sino futura.

Aparentemente, el señalamiento de San Pablo no aporta suficientes elementos para concluir a qué persona se refiere. Sin embargo, una detenida reflexión sobre el texto nos ayuda a encontrar dos indicaciones que apuntan a su identidad.

La primera, como ya dijimos, es que, al retrasar la manifestación pública del Anticristo, se trata necesariamente de alguien contemporáneo y con alguna relación directa al “impío”, por lo que no puede tratarse de un personaje lejano en la historia.

Lo segundo, es que esa relación se sitúa en el ámbito de lo espiritual, pues la manifestación del “impío” va ligada a la apostasía, abandono o negación de la verdadera religión. Es decir, el retenedor es un líder religioso, pastor ó místico, cuyo desempeño evita o retrasa que la doctrina apóstata tome preponderancia.

Analicemos nuevamente el texto: “…Que nadie os engañe de ninguna manera; porque antes tiene que darse la apostasía y manifestarse el impío (…) Tan solo con quitar de en medio a aquel que lo retiene, entonces se manifestará el impío…”

Con esos dos elementos, y dado que sólo a una persona Jesucristo prometió la asistencia particular del Espíritu Santo para garantizar la preservación del depósito de la fe, en contra de las diversas formas de apostasía, al Apóstol San Pedro y a sus sucesores legítimos, se podría concluir que el “retenedor” sea el Papa reinante cuando la disolución doctrinal llegue a tal nivel que el Anticristo pueda embaucar y fascinar al mundo.

Otra consideración importante es que ser quitado de en medio no es sinónimo de ser muerto. Un hecho tan grave lo hubiera señalado San Pablo con toda claridad. Aquí se trata de ser retirado, excluido, separado del cargo o del lugar desde el cual ejerce la función que precisamente retrasa la aparición pública del Anticristo, bien mediante la acción que ejerce, bien mediante la función que desempeña, o ambas.

Esta realidad lleva a preguntarnos si la profecía paulina del katejon pudiera ser la predicción y el fundamento escriturístico de la revelación que tuvo el Papa San Pío X y otros místicos católicos que hablan de una persecución violenta que le espera a un Papa, y de que un antipapa tome en ese momento el lugar físico de su Sede.

En 1909, el Papa San Pío X confió a su secretario particular y a otros eclesiásticos cercanos una revelación muy especial: “He tenido una visión terrible: no sé si seré yo o uno de mis sucesores, pero vi a un Papa huyendo de Roma entre los cadáveres de sus hermanos. Él se refugiará incógnito en alguna parte y después de breve tiempo morirá una muerte cruel”.

Ese acontecimiento, que aún no ha sucedido, coincide casi literalmente con el contenido de la visión que tuvieron los niños de Fátima en 1917. A ellos, la Virgen María les mostró la escena de un obispo vestido de blanco huyendo de una ciudad en ruinas, sobre los cadáveres de muchos sacerdotes y laicos, para posteriormente ser asesinado.

Lo primero que salta a la vista es que ese hecho no ha tenido verificación, y que no se refiere, como El Vaticano quiso hacer creer el 26 de junio de 2000, al atentado que Juan Pablo II sufrió en 1981, ya que el Papa no huyó de Roma, esta ciudad no estaba en ruinas, no había cadáveres de sacerdotes y laicos por su camino, y no murió posteriormente asesinado.

Por otro lado, creciente número de investigaciones documentadas y serias demuestran que el Tercer Secreto de Fátima en realidad está compuesto de dos documentos diversos: las páginas que la Hermana Lucía escribió con la visión del obispo vestido de blanco que huye de una ciudad en ruinas, y otro, consistente en un pedazo de papel en el que escribió las palabras de la Santísima Virgen con las que explicó el sentido de la visión.

La historia es sencilla. La Hermana Lucía se enfermó gravemente en junio de 1943. Su superior, Monseñor Da Silva, Obispo de Leiría-Fátima, temiendo que pudiera fallecer por la enfermedad, le ordenó, el 15 de septiembre, escribir el Secreto de Fátima. La Hermana le pidió la orden formalmente y por escrito. A partir de que la recibió, a la monja le atacó una extraña parálisis que ella consideró de tipo sobrenatural. Finalmente, el 2 de enero de 1944, la misma Virgen María se le aparece nuevamente confirmándole que esa era la voluntad de Dios, y que le daría la fuerza y la luz necesarias para poder escribirlo, cosa que hizo al día siguiente. Sin embargo, por el decaimiento tan severo que tuvo, la Hermana Lucía sólo pudo escribir, en su diario, la visión, pero no las palabras de la Virgen que interpretan la visión.

No fue sino hasta el 9 de enero que la Hermana Lucía volvió a tener fuerzas y finalmente escribió, en una hoja, las palabras de la Virgen, hecho que sucedió en la Capilla del Convento de Tuy.

Lo que El Vaticano dio a conocer el 26 de junio de 2000 fue el primer documento, el de la visión, pero omitió dar a conocer el documento que contiene la interpretación.

Existen diversos testigos que confirman la existencia del documento no dado a conocer: el Cardenal Ottaviani, Monseñor Capovilla, secretario particular del Papa Juan XXIII, y el Padre Agustín Fuentes, sacerdote mexicano postulador de las causas de beatificación de Francisco y Jacinta y de los mártires mexicanos asesinados bajo el régimen de Plutarco Elías Calles. El Padre Fuentes entrevistó a la Hermana Lucía el 26 de diciembre de 1957.

Se sabe en qué fechas –diversas- llegaron ambos documentos a El Vaticano, en dónde se guardó cada uno, en qué fecha los Papas los leyeron. Toda esta historia contemporánea se haya reportada en diversas obras recientes como la de Andrea Tornielli (Il Segreto Svelato, Italia, 2000); la del vaticanista Marco Tossati (Il Segreto Nos Svelato, Italia, 2002), la de Solideo Paolini (Fátima, non Disprezate le Profezie, Italia, 2005), la de Antonio Socci (Il Quarto Segreto di Fatima, Italia, 2006), y la de Luís Eduardo López Padilla (Dos Papas en Roma, México, 2007). A pesar de todas las evidencias, El Vaticano sigue negando la existencia del segundo documento prefiriendo no dar a conocer las palabras de la Virgen, sino solo el primero, el de la visión.

Con todo, gracias a las concordancias y a varios testimonios como los señalados arriba es posible concluir que el segundo documento habla de una prueba máxima para la Iglesia Católica y Occidente en la que se dará una grave oposición de cardenales contra cardenales, obispos contra obispos, laicos contra laicos, fruto de un cisma en el que un Papa legítimo tendrá que huir y refugiarse, mientras que un antipapa se encargará de liderar la “nueva iglesia” y difundir la apostasía desde la misma sede de Roma.

En palabras del Cardenal Luigi Ciappi, teólogo personal del Papa Juan Pablo II: “El Tercer Secreto se refiere a que la pérdida de la fe en la Iglesia, es decir, la apostasía, saldrá de la cúspide de la Iglesia”.

En palabras del P. Paul Kramer, “El antipapa y sus colaboradores apóstatas serán, como dijo la Hermana Lucía, partidarios del demonio, los que trabajarán para el mal sin tener miedo de nada”.

No sería algo nuevo. En la historia de la Iglesia han habido 37 antipapas, es decir, eclesiásticos elegidos ilegítimamente estando en vida el Papa legítimo. La gravedad de este cisma es que el contenido será eminentemente doctrinal. Puede ser que su génesis sea de poder, como una presión sobre el Papa legítimo para renunciar, o fingiendo su entierro cuando en realidad pudo huir de Roma. Pero lo grave será la oposición entre la nueva iglesia y la Iglesia de la Tradición, la iglesia adaptada al mundo y la Iglesia fiel.

Desde luego, la revelación de Fátima no tienen carácter infalible y de fe, como sí lo tiene la profecía pública sobre el katejon de San Pablo, pero Fátima es una de las pocas revelaciones marianas aceptadas por la Iglesia y de mayor credibilidad, sea por la señal cósmica acontecida el 13 de octubre de 1917, sea por el cumplimiento de una parte de la profecía que ya tuvo verificación, sea, sobre todo, por los frutos espirituales y de conversión.

Además de Fátima encontramos otras revelaciones privadas que coinciden con dicha profecía:

  • La más importante y conocida es la de San Francisco de Asís: “Habrá un Papa electo no canónicamente que causará un gran cisma. Se predicarán diversas formas de pensar que causarán que muchos duden, aún aquellos en las distintas órdenes religiosas, hasta estar de acuerdo con aquellos herejes que causarán que mi Orden se divida. Entonces habrá tales disensiones y persecuciones a nivel universal que si esos días no se acortaran, aún los elegidos se perderían”.
  • Pero también están las palabras de Juan de Vitiguero, en el Siglo XIII: “Cuando el mundo se encuentre perturbado, el Papa cambiará de residencia”.
  • De Juan de Rocapartida, un siglo después: “Al acercarse el Fin de los Tiempos, el Papa y sus cardenales habrán de huir de Roma en trágicas consecuencias hacia un lugar donde permanecerán sin ser reconocidos, y el Papa sufrirá una muerte cruel en el exilio”.
  • Nicolas de Fluh, en el siglo XV: “El Papa con sus cardenales tendrá que huir de Roma en situación calamitosa a un lugar donde serán desconocidos. El Papa morirá de manera atroz durante su destierro. Los sufrimientos de la Iglesia serán mayores que cualquier momento histórico previo”.
  • El venerable Bartolomé Holzhauser, fundador de las sociedades de clérigos seculares en el Siglo XVIII: “Dios permitirá un gran mal contra su Iglesia: vendrán súbita e inesperadamente irrumpiendo mientras obispos y sacerdotes estén durmiendo. Entrarán en Italia y devastarán Roma, quemarán iglesias y destruirán todo”.
  • Las palabras de la Virgen reveladas en La Salette a Melania: “Roma perderá la fe, y se convertirá en la sede del Anticristo”.
  • La revelación recibida por la Madre Elena Aiello, famosa estigmatizada que fuera consultada con frecuencia por el Papa Pio XII: “Italia será sacudida por una gran revolución (…) Rusia se impondrá sobre las naciones, de manera especial sobre Italia, y elevará la bandera roja sobre la cúpula de San Pedro”.
  • La beata Ana Catlina Emmerick, religiosa Agustina, en 1820: “Vi una fuerte oposición entre dos Papas, y vi cuan funestas serán las consecuencias de la falsa iglesia, vi que la Iglesia de Pedro será socavada por el plan de una secta. Cuando esté cerca el reino del Anticristo, aparecerá una religión falsa que estará contra la unidad de Dios y de su Iglesia. Esto causará el cisma más grande que se haya visto en el mundo”.
  • Elena Leonardi, asistida espiritual del Padre Pio: “El Vaticano será invadido por revolucionarios comunistas. Traicionarán al Papa. Italia sufrirá una gran revuelta y será purificada por una gran revolución. Rusia marchará sobre Roma y el Papa correrá un grave peligro”.
  • Enzo Alocci: “El Papa desaparecerá temporalmente y esto ocurrirá cuando haya una revolución en Italia”.
  • La Beata Ana María Taigi: “La religión será perseguida y los sacerdotes masacrados. El Santo Padre se verá obligado a salir de Roma”.
  • La mística María Steiner: “La santa Iglesia será perseguida, Roma estará sin pastor”.
  • Las revelaciones en Garabandal: “El Papa no podrá estar en Roma, se le perseguirá y tendrá que esconderse”.
  • El P. Stefano Gobbi, místico y fundador del Movimiento Mariano Sacerdotal: “Las fuerzas masónicas han entrado a la Iglesia de manera disimulada y oculta, y han establecido su cuartel general en el mismo lugar donde vive y trabaja el Vicario de mi Hijo Jesús. Se está realizando cuanto está contenido en la Tercera parte de mi mensaje, que aún no ha sido revelado, pero que ya se ha vuelto patente por los mismos sucesos que estáis viviendo”.
Jesucristo relacionó una parte del discurso de la Última Cena con el hecho de que, una vez arrestado, sus discípulos lo abandonarían. Pero, en sentido más amplio, Jesús citaba una profecía del profeta Zacarías que tiene referencia a un pastor de los Últimos Tiempos, y que señala que a la Gran Tribulación sobrevivirá tan solo una tercera parte de la humanidad. Sus palabras son: “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas, y tornaré mi mano contra los pequeños. Y sucederá en toda esta tierra –oráculo del Señor- que dos tercios serán exterminados, y el otro tercio quedará en ella”(Zac 13, 7-8).

Aquí, no solo encontramos un paralelismo entre la pasión del Maestro y la que tendrá que sufrir la Iglesia durante el Día del Señor y la Gran Tribulación, periodo en el que perecerán millones, sino que también contiene un anuncio para el Papa que esté reinando inmediatamente antes de la manifestación pública del Anticristo, haciéndole saber que su persona será objeto de un ataque, con la finalidad de dispersar a las ovejas unidas a él, para después arremeter contra los más débiles en la fe.

Además, la profecía de Zacarías no dice que el pastor será matado, como sucedió a Jesús, sino que será herido. La diferencia entre ambas situaciones es patente, y sirve para distinguir lo que sufrió Cristo, de lo que sucederá al pastor que reine cuando inicie el Día del Señor y la Gran Tribulación.

Por otro lado, el contexto específico de la apostasía generalizada apunta a que la dispersión de las ovejas debe ser moral más que física. Además, la herida debe contener algún elemento que pueda remover al katejon que retiene la manifestación pública de quien se beneficiará de la apostasía.

Un elemento adicional de las acciones que hieren al pastor es que estas permiten a los conjurados controlar la estructura eclesiástica para facilitar la entrada al lobo. Esta hipótesis encontraría su cumplimiento en el hecho de que el impostor pudiera arrebatar el lugar geográfico del verdadero pastor, es decir, Roma, lo cual expresaría la “abominable desolación” instalada “donde no debe”.

Los apóstoles conocían la amenaza y la identificaban con claridad, siendo conscientes de que los adversarios entrarían en medio de ellos como lobos feroces: salieron de entre ellos pero no eran de ellos, precisaría San Juan. El mismo Jesús les había advertido que entre el trigo crecería también la cizaña, hasta que llegase el tiempo de la siega en que Él mismo los habría de separar.

Contemplando que la apostasía está ya en curso, que la Iglesia ha sido infiltrada por la masonería iluminista-satánica para destruirla desde dentro con un cristianismo adaptado al mundo, y que altos eclesiásticos de ese grupo llegaron a la monstruosidad de asesinar al Papa Juan Pablo I el 28 de septiembre de 1978, y de atentar en diversas ocasiones contra la vida del Papa Juan Pablo II, es altamente probable que el katejon que debe ser removido para que se manifieste públicamente el Anticristo vaya a ser un Papa, uno que no comulga con los propósitos de ese grupo, y que por lo mismo les estorba.

Sobre el homicidio de Juan Pablo I por mano de cardenales afiliados a la masonería eclesiástica, hay que leer la obra del Obispo Jesús López Sáez, El Día de la Cuenta, Ed. Mediterráneo, Madrid, 2002. López Sáez es fundador de la comunidad de Ayala, experto en Juan Pablo I, miembro del Equipo Europeo de Catecumenado, responsable de la Comisión de Pastoral de los Adultos en el Secretariado Nacional de Catequesis de España. Desde 1985, López Sáez emprendió una investigación exhaustiva sobre los móviles que condujo a un grupo dentro de El Vaticano a asesinar al Papa recién electo. Su obra es, sin lugar a dudas, una de las más documentadas y reveladoras.

Dicho círculo de eclesiásticos masones promoverá en la sede de Pedro a un Papa que aceptará el matrimonio de los sacerdotes, la anticoncepción, las uniones homosexuales, el sacerdocio de la mujer, la autoridad colegiada de los obispos, la espiritualidad New Age, etc., etc… La mayoría de los católicos se alegrará de que finalmente haya llegado un Papa que entiende la modernidad y es capaz de adaptar la Iglesia al mundo.

Por el contrario, los fieles que mantengan la Tradición predicada por Juan Pablo II y Benedicto XVI serán ridiculizados y perseguidos.

El texto de la segunda carta de San Pablo a los Tesalonicenses sobre el katejon puede ser el fundamento escriturístico de la revelación privada que Lucía, Jacinta y Francisco recibieron hace poco más de noventa años, y que a su vez es confirmada por distintas revelaciones privadas, entre las que destaca la del Papa San Pío X, en el sentido de que a un Sumo Pontífice le espera el destino de una cruenta persecución y de una muerte brutal en cautiverio, y que esa situación provoque el mayor cisma de la Iglesia.

Lo más grave de todo, es que tal situación vaya a ser propiciada por altos jerarcas de la Iglesia que operan en la dirección del enemigo, y que la favorecen precisamente para sentar en el trono de Pedro a un impostor que más fácilmente pueda desviar a los fieles hacia la aceptación de sus modernas enseñanzas. Esa es precisamente la “abominación desoladora” predicha por el profeta Daniel, por San Juan y por San Pablo.

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