Reino de Cristo

A lo largo del Antiguo Testamento, el pueblo elegido vivió en la expectativa del Mesías, el cual habría de venir para restablecer a Israel y fundar su reinado universal en esta tierra.

No entendieron, a pesar de que los profetas lo repitieron una y otra vez, que antes de esa venida gloriosa y reinante habría una venida previa, no en su índole de realeza, sino en su condición humilde y sufriente, y de aparente derrota final en la cruz.

Hoy día, a los cristianos nos pasa exactamente al revés. Aceptamos que Jesús de Nazaret fue el Mesías esperado, pero se nos ha olvidado la promesa de que tiene que volver para regir el orbe con justicia y los pueblos con rectitud, desde una Jerusalén de dominio espiritual universal aceptado por todos los pueblos.

Es cierto que Él reina ya, desde la Eucaristía, en los corazones de los fieles viadores y en los salvos del Cielo, pero se tiene que cumplir la promisión esencial de su reinado sobre las naciones, desde un Israel restaurado convertido a Él hacia el final de la Gran Tribulación, reinado en el que se llevarán a cumplimiento todas las bienaventuranzas.

Ese es el centro de todo el mensaje de la Redención, y es la primera promesa que Dios le hace a María al momento de la Anunciación: “He aquí que darás a luz un Hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande, y será llamado Hijo del Altísimo, Dios le dará el trono de David su padre, y reinará sobre la casa de Jacob y su reino no tendrá fin (Lc 1, 27).

Para una joven judía de esa época la promesa era perfectamente entendible, no necesitaba interpretación alguna, y sabía exactamente a qué se referían las palabras del ángel.

Es lamentable la falta de conocimiento de estos temas. La teología y la filosofía deberían en este momento estar disertando sobre qué cambios sufrirá la naturaleza humana con la llegada del Milenio, pues es un hecho que no solo Jerusalén y la Iglesia serán restauradas, sino también la persona humana misma, cuasi recobrando así el estado primigenio: “Todos seremos transformados” (I Cor 15, 51).

Esta es la esperanza que nos debe animar continuamente, estamos asistiendo no al fin del mundo, sino a la más grandiosa renovación de la humanidad, estamos en un nuevo adviento esperando el triunfo del bien y el Retorno del Señor de la historia, la gloriosa Parusía de Jesús.
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Parusía

“Parusía” (del griego Parousia) significa manifestación, hacerse presente, y designa la segunda venida de Jesucristo, aparición pública y gloriosa anunciada por Él mismo, quien volverá para realizar tres cosas: 1) derrotar al Anticristo, así como al Falso Profeta y a quienes impusieron un Gobierno Mundial anticristiano durante siete años; 2) juzgar a las naciones y llevar a cabo la primer resurrección y, 3) restaurar la creación y elevar la naturaleza humana en su integridad, transformándola íntima y esencialmente. Con la Parusía, Jesús inaugura el largo período de “mil años” de su Reinado sobre la Tierra, mismo que concluye con su tercera y última manifestación, en el Juicio Final.

El mismo Jesús prometió su Regreso para después de la Gran Tribulación: “Después de la aflicción de aquellos días, verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria”(Mt 24, 29; Mc 13, 26; Lc 21, 27).

Así lo dieron a entender los ángeles a quienes fueron testigos de la Ascensión: “Ese mismo Jesús que habéis visto subir a los cielos, así vendrá, como le habéis visto ascender” (Hch 1, 11).

Así lo transmitió el apóstol San Pablo: “Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados de la multitud, se aparecerá por segunda vez, sin relación ya con el pecado, a los que lo esperan para su salvación” (Hb 9, 28).

Y así lo conservó un buen número de padres y escritores eclesiásticos de los primeros cuatro siglos de la Iglesia, sosteniendo, en resumen: que Jesús ha de volver para reinar en esta Tierra por un periodo largo (“mil años” en el género apocalíptico), después de que el misterio de la iniquidad llegue a su exceso durante la Gran Tribulación; que regresará para derrotar al Anticristo y a sus cómplices, y que tendrá lugar la primera resurrección, la de todos los santos, quienes, luego de haber sido encadenado Satanás, reinarán por mil años con Cristo, juntamente con los que fueron arrebatados en la Gran Tribulación y con los que murieron mártires durante ese periodo, ejerciendo así el prometido trono de David desde la Jerusalén restaurada, sobre un mundo totalmente renovado.

Hoy día, la mayoría de los cristianos ha olvidado el dogma esencial de la fe, que es la segunda venida de Cristo en su condición reinante. Lo paradójico es que lo tienen que repetir cada vez que rezan el padrenuestro: “Venga a nosotros tu Reino”.

Contrariamente a los anti-milenaristas, que espiritualizan tanto el reinado de Cristo al punto de confundirlo con el Cielo, y de mezclar la Parusía con el Juicio Final, para los primeros cristianos no era así: ellos habían recibido de los apóstoles y evangelistas que Cristo volverá para reinar en este mundo durante un periodo largo, después de haber derrotado a Satanás, el cual aparentemente triunfará durante la Gran Tribulación. Sólo después del largo reinado de Cristo, entonces sí vendrá el fin del mundo y el Juicio Universal.

La Parusía es el acontecimiento que concluye la Gran Tribulación y da inicio al Milenio.
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Microchip

La explicación más sencilla es que el 666 que atañe al Anticristo sea una gematría. Los hebreos, al igual que los griegos, asignaban un número a los nombres. Y es que Juan señala precisamente que es “el número de su nombre” (y en algunas traducciones “número de hombre”), socializando y controlando a la humanidad mediante un sistema económico biotecnológico implantado en la mano derecha y en la frente, hecho que implica una adhesión a él por lo cual, quien lo reciba, no entrará al Reino de Cristo.

Es como si Juan nos dijera: si todo lo que ya dije va a caracterizar a la persona del Anticristo no les convence, calculen el número de su nombre.

"Y la bestia hará que a todos, a pequeños y a grandes, a ricos y a pobres, a libres y a esclavos, se les ponga una marca en la mano derecha o en la frente, y que nadie pueda comprar ni vender, sino el que tenga la marca, es decir, el nombre de la bestia"
(Ap 13:16).

El señalamiento es interesante desde la perspectiva de que habrá un nuevo sistema, pues ello presupone que el anterior sistema se ha colapsado por completo y ya no existe, ha sido sustituido.

Pero esto no es sino uno de tantos engaños del “Impío”. Aquí, se trata de absorber la deuda de las personas, las familias, las empresas y los países, en un nuevo sistema centralizado, donde el impuesto sea global y ya no haya peligro de cargar con efectivo o plásticos –lo cual será bien tomado como forma de evitar robos y asaltos que por supuesto se habrán generalizado.

En varios países se usa ya el microchip implantado bajo la piel como técnica de pago escaneado que va directo a la cuenta bancaria. Pero, además, como técnica de localización satelital así como de identificación, estando conectada a computadoras centralizadas.

Es decir, ya no habrá necesidad de cárceles, el planeta entero será una cárcel (no por algo está siendo muy cuestionado por organismos de derechos humanos). Es decir, falta total de privacidad, de independencia y de propiedad privada.

Pudiera parecer algo conveniente, el problema es que San Juan nos dice que “a mitad de la semana” es decir, a los tres años y medio, el Anticristo reclamará para sí la adoración divina, como retribución por haber solucionado los problemas humanos. Por ello dice el Apóstol claramente que quienes estén marcados con este dispositivos no entraran al Reino y beberán el cáliz de la ira de Dios (Ap 14:10).

El microchip será, por así decirlo, la causa material de millones de martirios por amor a Cristo. Por eso, cuando San Juan contempla el cielo llenarse repentinamente de enorme cantidad de hombres y mujeres vestidos de blanco nos revela:

“Después de estas cosas miré, y he aquí una gran muchedumbre, la cual ninguno podía contar, de todas gentes y linajes y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y palmas en sus manos; y clamaban en alta voz, diciendo: Salvación a nuestro Dios que está sentado sobre el trono, y al Cordero” (Ap 7-9).

Una vez terminado el sellamiento, Juan contempla una incontable multitud que adora a Dios ante su trono, y uno de los ancianos le dice quiénes son:

“Y respondió uno de los ancianos, diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blancas ¿quiénes son, y de dónde han venido? Y yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que han venido de la Gran Tribulación, y han lavado sus ropas, y las han blanqueado en la sangre del Cordero” (Ap 7:13).

Tratar de escapar del sistema de microchip implicará ser excluido del comercio, de los beneficios gubernamentales, de los sistemas de racionalización masiva de alimentos, del nuevo sistema financiero.

Es probable que en algún momento, gran número de personas querrán quitárselo, lo cual tendría consecuencias funestas, dado que al tratar de arrancarse se libera Litio, sustancia que es altamente tóxica e, incluso, mortal. Esta puede ser la causa de la primera de las siete plagas: “Fue el primero, y derramó su copa sobre la tierra, y vino una úlcera maligna y pestilente sobre los hombres que tenían la marca de la bestia, y que adoraban su imagen”(Ap 16:2).

En una entrevista que realizó Aaron Russo a Nick Rockefeller, en Junio de 2007, éste último admitió, abierta y descaradamente, que la finalidad última de la elite banquera internacional es reducir numéricamente la población mundial y controlar a quienes sobrevivan mediante el microchip,
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Rapto


El Arrebato, o Rapto de los fieles, es la traslación física, seguramente al inicio de la Gran Tribulación, antes de que comience el “Día del Señor”, de aquellos que hayan alcanzado su plena transformación en Cristo.

El acontecimiento fue dado a conocer por San Pablo: "Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel y al son de la trompeta, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos para siempre con el Señor" (I Tes 4, 16).

Y añade: "No todos moriremos, pero todos seremos transformados. En un momento, en un abrir y cerrar de ojos, cuando suene el último toque de trompeta. Porque sonará la trompeta y los muertos serán resucitados para no volver a morir y nosotros seremos transformados" (I Cor 15, 51).

Quienes hayan muerto en santidad volverán a la vida, igual que sucedió el Viernes Santo en que Cristo murió, cuando “se abrieron los sepulcros, y muchos santos que habían muerto resucitaron”(Mt 27, 52). Éstos se aparecieron en Jerusalén a muchas personas durante los cuarenta días que Jesús estuvo resucitado entre los suyos.

El Evangelio nos deja ver que esos santos no revivieron como Lázaro, a quien Jesús regresó a esta misma vida, muriendo tiempo después. Los santos resucitados resurgieron en una condición nueva, transformada y gloriosa.

También nos deja ver que no se trata de un proceso espiritual tipo agustiniano, sino un elemento tan concreto y específico como el acontecimiento previo: “se abrieron los sepulcros, y muchos santos que habían muerto resucitaron”.

Por cuanto al orden que se sigue en la Resurrección, San Pablo mismo lo señala: “Del mismo modo que en Adán todos mueren, así también todos revivirán en Cristo; pero cada uno en su orden: Cristo, como primicia, el primero; luego los que son de Cristo, en su Parusía; luego, al final, cuando entregue el Reino a Dios su Padre, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad, pues es preciso que Él reine hasta poner bajo sus pies a todos sus enemigos. El último enemigo en ser destruido será la muerte” (1Cor 15, 22-26).

El orden de la resurrección es, pues, el siguiente: primero, Cristo; después “los que son de Cristo”, es decir todos los santos de la historia hasta el momento de la Parusía; por último todos los hombres, al fin del mundo, cuando la misma muerte sea destruida y nadie más haya de morir.

Aunque la Resurrección prototípica es la de Jesús, la resurrección que sucede en la Parusía es conocida como “primer resurrección”, para distinguirla de la segunda resurrección, la de todos los hombres, que sucederá en el Juicio Universal, al final de la historia. En la primer resurrección volverán a la vida únicamente los santos y justos; en la segunda, todos los hombres, incluso los condenados.

Es en coincidencia con la primera resurrección cuando sucede el Arrebato de los fieles, es decir, quienes hayan resucitado serán llevados juntamente con los vivos que se hallen plenamente transformados en Cristo.

El Arrebato de los fieles es resultado de una intervención divina selectiva: "Entonces estarán dos en el campo, el uno será tomado, y el otro será dejado. Estarán dos mujeres moliendo en un molino, una será tomada, y la otra será dejada" (Mt 24, 40).

El Rapto tiene el doble propósito de premiar la virtud de los fieles, y de evitarles la purificación de la Gran Tribulación, misma que ya no necesitan.

A excepción de unos cuantos ortodoxos, Israel se ha vuelto una nación endurecida y olvidada de Dios. Pero sabemos, por Ezequiel e Isaías, que una serie de acontecimientos sobrenaturales a favor de Israel, previos a la Gran Tribulación, revivirá la conciencia de la elección, considerándolo los judíos como el cambio de suerte y como el inicio de la edad de oro de Israel.

En realidad, ese será el periodo específico de pruebas y juicios que han de tener lugar antes de que el verdadero Reino de Dios se lleve a cabo. El gobierno mundial del Anticristo, a quien la mayoría de los judíos aceptará como Mesías, será el tiempo de purificación previo al Retorno de Cristo (Parusía) y al milenio del Reino de Cristo sobre la Tierra.

La distinción entre la primera resurrección, exclusiva de los santos del Nuevo Testamento, y la segunda resurrección, que será universal y al fin del mundo, es delineada claramente por San Juan: Ap 20, 1-6.

Cuando Dios remueva a su Iglesia y se concentre en Israel, seguirá habiendo posibilidades de conversión cristiana, pero a través de muchas tribulaciones y persecución. La salvación no vendrá de las autoridades religiosas, un resto fiel estará en catacumbas y habrá que acudir directamente a Cristo en las Escrituras, la misma Eucaristía quedará proscrita por el Anticristo a los tres años y medio del falso acuerdo de paz (Dan 12, 11). Dios enviará especiales mensajes a través de los dos testigos que se opondrán abiertamente al Anticristo en la primera parte de la Gran Tribulación (Ap 11, 3-14), y de sus 144,000 siervos judíos convertidos a Cristo, que lo harán en la segunda mitad de la misma. Entonces, todos los seres humanos estarán sometidos por una economía global centralizada y por un gobierno mundial forzado.

El sello de los 144,000 se refiere literalmente, no metafórica ó espiritualmente, a un grupo de judíos que estarán vivos cuando los dos testigos sean muertos por el Anticristo a mitad de la Gran Tribulación y ambos resuciten y sean raptados al cielo tres días y medio después de su muerte, ante el asombro de la humanidad entera. Los 144,000 elegidos serán, según lo revela San Juan, 12,000 de cada tribu de Israel (Ap 7, 2-8). Estos “sellados” no podrán ser asesinados por el Anticristo, mientras que todos los demás que den testimonio de Dios, judíos ó gentiles, serán martirizados y decapitados (Ap 7, 13-14; 20, 4).

Muchos se preguntan si el Rapto de los fieles será antes ó después de la Guerra de Gog y Magog.

Tratando de resumir la cuestión diremos que existen tres posturas: que el Rapto ocurrirá antes, ó simultáneamente, ó después de la Guerra de Ezequiel.

Quienes abogan por la opinión de que éste ocurrirá de forma posterior argumentan que Dios puede tener prevista la Guerra de Ezequiel como una invitación última para la conversión, y que el Arrebato ocurrirá después de esa postrera llamada para enmendarse. Pero esta opinión parte de una suposición gratuita que no encuentra fundamento en las Escrituras. Aparte, la Guerra de Ezequiel es un acontecimiento que tiene relación primordialmente con Israel, no con la Iglesia.

Otros sostienen que el Rapto tendrá lugar durante la invasión, argumentando que el señalamiento “en ese día”, referido al gran terremoto por el que todos los hombres se ocultarán y temblarán ante la presencia de Dios (Ez 38, 18-20), coincide con el Arrebato.

Pero esa relación es un tanto forzada y tampoco tiene suficientes fundamentos en las Escrituras.

La mayor parte de los estudiosos considera que el Arrebato de los fieles será anterior al inicio del Día del Señor y a la Guerra de Gog y Magog. Y es que los desastres que son resultado de la invasión y de la gran sacudida de la Tierra forman parte de los juicios divinos, de donde surge la pregunta de si la Iglesia fiel estará sometida a la ira de Dios. Las Escrituras parecen sugerir que los fieles no estarán sujetos a ésta ó a ninguna de las demostraciones de la cólera divina propias del “Día del Señor”.

El mensaje dado por San Pablo en Romanos 11, 25-26 demuestra una relación directa con el tema de la exclusividad de Dios al tratar primero con la Iglesia y después con Israel: “Pues no quiero que ignoréis, hermanos, este misterio, no sea que presumáis de sabios: el endurecimiento parcial que sobrevino a Israel durará hasta que entre la totalidad de los gentiles...”. El corazón de Israel como nación está endurecido contra Dios y su Mesías, hasta que una serie de eventos específicos se desaten. El primer evento parece ser precisamente el completarse esa “totalidad de los gentiles”, lo cual significa que el número final de creyentes en Cristo ha entrado a la Iglesia. Ese pudiera ser el momento en que los fieles sean tomados de la Tierra para estar con Cristo.

Otra de las razones para colocar el Arrebato antes de la Guerra de Ezequiel es que ese evento podría ofrecer un elemento más para crear una condición temporal al caos mundial. La desaparición de mucha gente y de algunos líderes en Occidente causaría un pánico generalizado de alcances globales. El enorme apoyo de cristianos evangélicos hacia Israel en los Estados Unidos y el mundo occidental, haría que muchos musulmanes se vuelvan inmediatamente contra los judíos y contra Israel. En este sentido, el Rapto podría paralizar temporalmente a los Estados Unidos, brindando al Islam y a Rusia la perfecta oportunidad para querer atacar a Israel.

Pero sobre todo, lo que más nos puede iluminar  respecto a su posición en el tiempo, es contextualizar el Arrebato dentro del entorno general del inicio del “Día del Señor”.

El “Día del Señor” es  todo el conjunto de juicios por los que la humanidad sufre su purificación previamente a la Parusía.

El Día del Señor, a quien diversos profetas le aplican los adjetivos, “grande y terrible”, tiene su inicio con el gran terremoto y la Guerra de Ezequiel, después de los signos del sol y de la luna.

Uno de los aspectos sobresalientes de la Guerra de Ezequiel es el énfasis sobre el “Día del Señor” y su conexión con el sexto sello del Apocalipsis. La “luna roja” de Joel (Jl 3, 4) es comúnmente relacionada con la “luna roja” que se observa al inicio del sexto sello:

• Joel 3, 4: “El sol se cambiará en tinieblas y la luna en sangre, antes de la venida del Día de Yahveh, grande y terrible”.

• Apocalipsis 6, 12: “Y seguí viendo. Cuando abrió el sexto sello se produjo un violento terremoto: y el sol se puso negro como un paño de crin, y la luna toda como sangre”.
 
La luna en sangre del sexto sello se identifica con la luna roja de Joel que debe preceder al Día del Señor por la reacción de los seres humanos en la Tierra en cuanto el resto de eventos del sexto sello tienen lugar:

Apocalipsis 6, 15-17: “Y los reyes de la Tierra, los magnates los tribunos, los ricos, los poderosos, y todos, esclavos ó libres, se ocultaron en las cuevas y en las peñas de los montes. Y dicen a los montes y a las peñas: ‘Caed sobre nosotros y ocultadnos de la vista del que está sentado en el trono y de la cólera del Cordero. Porque ha llegado el Gran Día de su cólera y ¿quién podrá sostenerse?’”.

La actitud de los seres humanos en la Tierra pone de manifiesto que ellos entienden que el grande y terrible Día del Señor ha comenzado. Éste es precedido por el oscurecimiento del sol, y por la luna roja “como sangre” y el terremoto descritos en Ap 6, 14: “Y el cielo fue retirado como un libro que se enrolla, y todos los montes y las islas fueron removidos de sus asientos”.
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Ambas descripciones, de Ezequiel y del Apocalipsis, se combinan para ofrecer un claro panorama de los eventos englobados en el inicio del “Día del Señor”. Es difícil pensar que tal similitud de acontecimientos tenga lugar dos veces.

Con todo, hay que decir que los hechos se darán muy rápido uno detrás del otro.

Por otro lado, es totalmente verosímil que los siete años descritos por Ezequiel, en los cuales serán quemadas las armas de los ejércitos que pretendían destruir Israel, corresponde a la 70ª semana de Daniel, y esa 70ª semana no empieza en el Apocalipsis sino hasta un tiempo después de las primeras trompetas, causantes de la destrucción de Gog y Magog.

Adicionalmente, podemos observar que la gran multitud que está en pie delante del Cordero (Ap 7, 9) se relaciona con aquella descrita por Jesucristo en su relato de los eventos del fin de los tiempos:

“Guardaros de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las disipaciones de la vida, y venga a aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la Tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está por venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre” (Lc 21, 34).

Jesucristo sugiere que aquellos que se mantengan fieles a Él podrán escapar dichos acontecimientos y estar en pie delante de Él. Esto ofrece un argumento adicional a la tesis del Rapto previo a la Gran Tribulación, ya que las pruebas para los creyentes son descritas como “libertinaje, embriaguez y disipaciones de la vida” y es muy difícil pensar que esas tentaciones se apliquen a los creyentes perseguidos. Y si, una vez que la marca de la Bestia se aplique a escala global, los creyentes no marcados difícilmente podrán comprar comida, mucho menos se puede pensar que estarán envueltos en disipaciones y libertinaje.

Lo más notable, siguiendo con el tema del Arrebato, es la descripción que Cristo da de los creyentes que escaparán de lo que está por venir. Él afirma que ellos estarán de pie delante del Hijo del hombre. Nos recuerda la descripción de San Juan en el Apocalipsis: “Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podía contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y del Cordero (Ap 7, 9).

Las palabras de Jesús y de San Pablo se combinan para decirnos que los santos nunca más serán separados de Cristo. Y dado que los 24 ancianos son descritos anteriores y como separados del Cordero, no es posible que éstos sean ó simbolicen a los santos raptados y resucitados. Por otro lado, la gran multitud obedece mejor a las palabras de Jesús y de San Pablo pues están inmediatamente descritos estando en pie en el cielo en la presencia del Cordero.

Además, existe otro elemento a tomar en cuenta en el discurso de Jesús al usar la palabra escapar como descrita antes de los eventos que ocurrirán a los creyentes previamente a los hechos de la Gran Tribulación. San Pablo usa una terminología semejante: “… y esperar así a su Hijo Jesús que ha de venir de los cielos, a quien resucitó de entre los muertos y quien nos salvará de la cólera venidera” (1 Ts 1, 10).

Jesús se refiere a esa acción como “escapar”,  y San Pablo la describe como “salvación” ó “rescate”, un rescate de la cólera que está por venir. Pablo continúa el tema inmediatamente después de que da a conocer el misterio del Rapto en su primera carta a los Tesalonicenses (1 Ts 4, 13): “Porque Dios no nos ha destinado para la cólera, sino para obtener salvación por nuestro Señor Jesucristo”(1 Ts 5, 9). Nuevamente, los operadores de mal están destinados a la ira, mientras que los fieles serán rescatados para obtener salvación. Estos textos no se llevan a cumplimiento más claramente que en coincidencia con la apertura del sexto sello, previa a que inicien los acontecimientos.

Después de eso, la ira de Dios caerá cuando se sacuda la Tierra entera. Los cristianos que hayan quedado después del Rapto y todos los habitantes responderán a esta catástrofe con miedo y terror, y exclamarán “El gran día de la ira de Dios ha llegado”.

Cabe resaltar que, en las Escrituras, la resurrección de los santos está relacionada con terremoto, como sucedió el Viernes Santo, cuando tembló la tierra y muchos santos del Antiguo Testamento resucitaron, y como temblará la tierra cuando resuciten los dos testigos (Ap 11, 13). Por ello mismo, algunos hacen coincidir el terremoto del sexto sello con el momento en que pudiera suceder la primera resurrección, la de los santos del Nuevo Testamento, seguido inmediatamente del Rapto.

La explicación que los promotores del Gobierno Mundial le darán al Rapto será la de “abducciones” por parte de seres galácticos superiores. Se prepara ya cantidad de literatura en ese sentido.

Concluyamos diciendo que la cercanía de ambas cosas, Arrebato y apertura del sexto sello, será fácilmente previsible por un signo claro que Jesucristo nos dio: el incremento de guerras: “Se levantará nación contra nación, y reino contra reino” Mt 24, 7. Es el mismo orden que se observa en el Apocalipsis en el segundo sello, el que corresponde al segundo caballo, de la guerra: “Entonces salió otro caballo, rojo: al que lo montaba se le concedió quitar de la Tierra la paz para que se degollaran unos a otros: se le dio una espada grande” (Ap 6, 4).  Sólo después aparecen el tercer caballo del hambre, y el cuarto de las pestes que, por otro lado, normalmente son las consecuencias lógicas de las guerras.

En campo católico, diversas revelaciones privadas hablan de un Gran Aviso por parte de Dios previo a la Tribulación. Ese evento podría coincidir también con el sexto sello y el gran terremoto. Primero porque se refiere a un acontecimiento cósmico, segundo por el impacto en todos los habitantes de la Tierra quienes se esconderán con gran temor, pero sobre todo por los efectos de arrepentimiento y contrición despertados en la humanidad entera. En efecto, sostienen dichas revelaciones privadas que la principal consecuencia del Aviso tendrá lugar en el interior de la conciencia humana, como fruto de una iluminación interna sobrenatural, pero en coincidencia con un gran incidente sideral.

Si es así, podemos concluir que el Gran Aviso estará precedido no sólo por la huída del Papa de Roma, sino también por signos inmediatos muy patentes: el oscurecimiento del sol y la luna roja, y el mismo Arrebato de los fieles.

Obra de Cristo, en su Parusía, será la renovación de la naturaleza humana y de todo el orden creado. Esto implica que el hombre será renovado desde su esencia, no sólo mediante la gracia santificante, sino recuperando los dones preternaturales perdidos en el origen.

El cambio interior es fruto de una transformación espiritual parangonable a un segundo Pentecostés.

Dice el profeta Ezequiel: “Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados; de todas manchas y de todos vuestros ídolos os purificaré. Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne un corazón de piedra y os daré un corazón de carne” (Ez 36, 25).

San Pedro describió así el efecto de esa transformación: “Pues también conforme a su promesa esperamos cielos nuevos y tierra nueva, en la cual habite la justicia” (2 Pe 3, 13).

Isaías describió gráficamente la situación de esta nueva bondad, que es espiritual y material: “He aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva, y no serán recordados los primeros ni vendrán a la memoria; antes habrá gozo y regocijo por siempre jamás por lo que voy a crear. Me regocijaré por Jerusalén y me alegraré por mi pueblo, sin que se oiga ahí jamás lloro ni quejido. No habrá allí niño que viva pocos días ni viejo que no llene sus días, pues morir joven será morir a los cien años y el que no alcance los cien años será maldito. Edificarán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán sus frutos. No edificarán para que otro habite, no ablandarán para que otro coma, pues cuanto vive un árbol vivirá mi pueblo y mis elegidos disfrutarán del trabajo de sus manos. No se fatigarán en vano ni tendrán hijos por sobresalto, pues serán raza bendita de Yavéh ellos y sus retoños con ellos; el lobo y el cordero pacerán lado a lado y el león comerá paja con el buey, la serpiente se alimentará de polvo; no habrá daño ni destrucción en mi monte santo, porque la tierra estará llena del conocimiento del amor de Dios como una invasión de las aguas del mar, dice Yavéh” (Is 65, 17).

Algunos piensan que estos cielos nuevos y tierra nueva de los que hablan el profeta Isaías y el apóstol San Pedro, deben ser ubicados después de la resurrección universal, al fin del mundo. Sin embargo, esta interpretación es errada, pues en el cielo ya no habrá impartición de justicia, ni generación de hijos, ni muerte. Tampoco habrá necesidad de edificar casas, ni plantar viñas, ni habitarán animales como se menciona expresamente en esa promesa.

Tampoco se puede admitir una interpretación metafórica de esos cielos nuevos y tierra nueva, pues éstos, como dice el apóstol San Pedro, vendrán después de que los presentes cielos y tierra perezcan por la palabra de Dios y por el fuego. Y como los actuales cielos y tierra, que entraron después de los cielos y tierra diluvianos, no han perecido de esa manera, se deduce que estas promesas aún no se han cumplido.

Así como se cumplió literalmente la primera parte del texto de Pedro “Que hubo cielos desde antiguo y tierra sacada del agua y que el mundo entonces pereció anegado en el agua”, de igual modo se cumplirá la segunda parte: “Que los cielos de hoy y la tierra están, por esa misma palabra, reservados para el fuego”.

Sobre la transformación, que es un segundo Pentecostés, pero universal, se le reveló así al P. Stefano Gobbi, místico y fundador del Movimiento Mariano Sacerdotal: “Estos son los tiempos del gran Retorno. Sí, después del tiempo del gran sufrimiento llegará un tiempo de gran renacimiento y todo reflorecerá. Jesús implantará su reino glorioso. El Espíritu Santo bajará como fuego, pero de un modo distinto al de su primera venida: será un fuego que quemará y transformará todo, que santificará y renovará la tierra desde sus cimientos. Abrirá los corazones a una nueva realidad de vida y guiará a las almas a un amor tan grande y a una santidad tan perfecta, como nunca antes se había conocido. Entonces, el Espíritu será glorificado, llevando a todos al más grande amor hacia el Padre y el Hijo” (3 de julio de 1987).

Y al año siguiente: “El tiempo del segundo Pentecostés ha llegado. El Espíritu Santo vendrá como un celestial rocío de gracia y de fuego que renovará al mundo entero. El Espíritu Santo vendrá para instaurar el reino glorioso de Jesucristo y será un reino de gracia, de santidad, de amor, de justicia y de paz” (22 de mayo de 1988).

A la mística Vassula Ryden, Jesucristo le habló así sobre esa acción del Espíritu Santo: “Ahora estoy totalmente preparado para ir a vosotros, pero aún no habéis comprendido cómo ni de qué manera. Sin embargo, no os he estado hablando en metáforas. Os digo solemnemente que voy a enviaros a mi Santo Espíritu con toda la potencia sobre toda la humanidad, y como signo precursor voy a mostrar portentos en el cielo como nunca los hubo. Habrá un segundo Pentecostés de modo que mi reino en la tierra sea implantado” (10 de diciembre de 1995).

Acerca de la transformación y elevación de la naturaleza humana hay que evitar la creencia de que la naturaleza humana quedará totalmente libre del influjo del mal durante el milenio, y que ya no habrá posibilidad de pecar. Esa será la condición únicamente de los santos resucitados. En los viadores, el influjo del mal se verá drásticamente disminuido, pero no suprimido.
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Gran Tribulación

Hacia mediados del siglo sexto antes de Cristo, Daniel tuvo una revelación numérica acerca del tiempo que tardará el triunfo del Mesías y, con ello, lo que durará el designio mediador de la nación judía.

Siendo un adolescente, Daniel fue llevado cautivo a Babilonia, en la deportación que sufrieron los hebreos en el año 586 a. C. Allí creció demostrando singular sabiduría, misma que le llevo a ser nombrado primer ministro de varios reyes.

Entendiendo Daniel, por la lectura del profeta Jeremías, que la deportación estaba a punto de terminar, y preguntando a Dios cuándo llegaría el Mesías para restaurar Israel, recibió del arcángel Gabriel una de las profecías matemáticas más exactas de las Escrituras.

Le dijo Gabriel: “Setenta semanas están fijadas sobre tu pueblo y tu ciudad santa, para poner fin a la rebeldía, para poner fin a los pecados, para expiar la culpa, para instaurar justicia eterna, para sellar visión y profecía, para ungir al Santo de los santos” (Dn 9:24).

Para los hebreos, una “semana” (shabua) significan siete años, siendo el séptimo un año sabático para la tierra. Así fue como Daniel pudo saber que la cautividad de Babilonia iba a durar 70 años (10 “semanas” x 7 años).

Gabriel, además de darle a conocer al profeta Daniel que el tiempo para la restauración de Israel y el triunfo del Mesías sería de 490 años (70 “semanas” x 7 años), le indica, con increíble precisión, el inicio y el fin de las primeras 69 semanas: “Entiende, pues, y comprende: desde que salga la orden para reconstruir Jerusalén, hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas y sesenta y dos semanas” (Dn 9:25).

Ese periodo de 69 “semanas” (483 años) es exactamente el que va desde el año en que el rey de Persia, Artajerjes, dio la orden de reconstruir Jerusalén y el Templo (457 a. C.), hasta que Jesús fue ungido en ocasión de su bautismo, en el Jordán (26 d. C.); es decir, desde el mes de Nisán del año veinte del reinado de Artajerjes (Nehemías 2, 1-8) hasta el 30 d. C., si se consideran los cuatro años de error de cálculo.

Además, Gabriel le reveló una de las profecías más precisas sobre el desenlace de Jesús en su primera venida: “Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí” (Dn 9:26).

Sin embargo, pasaron siete años después de la Resurrección y no sucedió el Retorno triunfal de Cristo. De ello se deduce que entre la 69 y la 70 “semana” hay un intervalo de tiempo indefinido, y que la última semana de Daniel está aún por cumplirse.

Respecto a esa postrera “semana” que falta, Gabriel le reveló al profeta Daniel que un caudillo, que San Juan denominará más tarde el “Anticristo”, sellará una alianza global con otros gobernantes, pretendiendo someter a todas las naciones y religiones, que perseguirá a los fieles y a los santos (Dn 7, 25), y que a los tres años y medio (mitad de la “semana”) proscribirá el sacrificio divino: “Y por otra semana confirmará un pacto con muchos; y a mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la oblación; y en el ala del Templo habrá abominaciones desoladoras hasta el final, cuando la ruina decretada se derrame sobre el desolador” (Dn 9, 27).

A partir de que Daniel recibió la revelación, la identificación con hechos reales quedaría oculto hasta el tiempo final, cuando los protagonistas podrán identificarlos, ya sin duda, a la vista de los hechos:“Pero tú, Daniel, mantén secretas estas palabras y sella el libro hasta el tiempo final, entonces muchos lo abrirán y se aumentará el conocimiento” (Dan 12, 4).

En la era de la Iglesia, casi siete siglos después de Daniel, en el año 96 de nuestra era, el apóstol Juan tuvo una revelación en la que Jesucristo le dio a conocer lo que sería la historia de la Iglesia (capítulos 1 a 3 del Apocalipsis) y lo que ocurrirá durante los siete años de la 70 “semana” de Daniel (capítulos 4 al 19). A ese postrer periodo, Jesucristo y los cuatro evangelistas lo denominaron la “Gran Tribulación”.

Dice San Mateo: “Cuando veáis, pues, la abominable desolación, anunciada por el profeta Daniel, erigida en el Lugar Santo (el que lea que entienda), entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes (…), porque habrá entonces una Gran Tribulación, cual no la hubo desde el principio del mundo, ni la volverá a haber jamás” (Mt 24, 15).

Por la revelación de Mateo “ni volverá a haberla jamás” sabemos que después de los siete años de la Gran Tribulación y de la Parusía, la historia humana continuará en esta Tierra, y es el Apóstol Juan quien nos da a conocer que ese período posterior durará mil años (significando “periodo largo” o quizá, también, mil años efectivos): “Y agarró al dragón, a aquella serpiente antigua, que es Satanás, y le encadenó por mil años; y lo metió en el abismo, cerrándolo y sellándolo sobre él, para que no ande más engañando a las naciones, hasta que se cumplan los mil años, después de los cuales ha de ser soltado por un poco de tiempo” (Ap 20, 2-3).

Sobre la Gran Tribulación, San Juan y San Pablo nos dicen que cinco situaciones la caracterizan: 1) guerras que finalizan en un falso acuerdo de paz en favor de Israel; 2) desastres naturales y cataclismos cósmicos; 3) arrebato de los fieles y persecución; 4) colapso financiero y carestía; 5) apostasía generalizada y gobierno mundial del Anticristo.

Si bien los acontecimientos de esos siete años constituyen una dolorosa purificación, lo importante es que son preludio de un final prometedor, el triunfo del bien y la renovación admirable de la naturaleza humana y de todo el orden creado, “la restauración universal de que habló Dios por boca de sus santos profetas” (Hch 3, 21).

San Lucas nos dice que la proximidad del Retorno de Cristo constituye una esperanza para estar seguros y confiados cuando inicie la Gran Tribulación: “Cuando veáis que estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque se acerca vuestra redención” (Lc 21, 28).

Se trata sí, de una purga, pero de aquella que antecede el cumplimiento de todas las promesas de liberación del mal y del pecado que sojuzgan a los hombres: “Así también, Cristo aparecerá por segunda vez, sin relación al pecado, para salvar a los que esperan en Él” (Hb 9, 28).

La Gran Tribulación es la suprema batalla entre el bien y el mal, es la purificación previa a la Parusía, es el final de los tiempos de las naciones antes de que la naturaleza humana y la creación sean renovadas, es la siega que separa el trigo de la cizaña, es la realización del designio original del Creador, es la condición causal para la más grande manifestación de Dios en la historia.
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Reino de Cristo

A lo largo del Antiguo Testamento, el pueblo elegido vivió en la expectativa del Mesías, el cual habría de venir para restablecer a Israel y fundar su reinado universal en esta tierra.

No entendieron, a pesar de que los profetas lo repitieron una y otra vez, que antes de esa venida gloriosa y reinante habría una venida previa, no en su índole de realeza, sino en su condición humilde y sufriente, y de aparente derrota final en la cruz.

Hoy día, a los cristianos nos pasa exactamente al revés. Aceptamos que Jesús de Nazaret fue el Mesías esperado, pero se nos ha olvidado la promesa de que tiene que volver para regir el orbe con justicia y los pueblos con rectitud, desde una Jerusalén de dominio espiritual universal aceptado por todos los pueblos.

Es cierto que Él reina ya, desde la Eucaristía, en los corazones de los fieles viadores y en los salvos del Cielo, pero se tiene que cumplir la promisión esencial de su reinado sobre las naciones, desde un Israel restaurado convertido a Él hacia el final de la Gran Tribulación, reinado en el que se llevarán a cumplimiento todas las bienaventuranzas.

Ese es el centro de todo el mensaje de la Redención, y es la primera promesa que Dios le hace a María al momento de la Anunciación: “He aquí que darás a luz un Hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande, y será llamado Hijo del Altísimo, Dios le dará el trono de David su padre, y reinará sobre la casa de Jacob y su reino no tendrá fin (Lc 1, 27).

Para una joven judía de esa época la promesa era perfectamente entendible, no necesitaba interpretación alguna, y sabía exactamente a qué se referían las palabras del ángel.

Es lamentable la falta de conocimiento de estos temas. La teología y la filosofía deberían en este momento estar disertando sobre qué cambios sufrirá la naturaleza humana con la llegada del Milenio, pues es un hecho que no solo Jerusalén y la Iglesia serán restauradas, sino también la persona humana misma, cuasi recobrando así el estado primigenio: “Todos seremos transformados” (I Cor 15, 51).

Esta es la esperanza que nos debe animar continuamente, estamos asistiendo no al fin del mundo, sino a la más grandiosa renovación de la humanidad, estamos en un nuevo adviento esperando el triunfo del bien y el Retorno del Señor de la historia, la gloriosa Parusía de Jesús.

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Parusía

“Parusía” (del griego Parousia) significa manifestación, hacerse presente, y designa la segunda venida de Jesucristo, aparición pública y gloriosa anunciada por Él mismo, quien volverá para realizar tres cosas: 1) derrotar al Anticristo, así como al Falso Profeta y a quienes impusieron un Gobierno Mundial anticristiano durante siete años; 2) juzgar a las naciones y llevar a cabo la primer resurrección y, 3) restaurar la creación y elevar la naturaleza humana en su integridad, transformándola íntima y esencialmente. Con la Parusía, Jesús inaugura el largo período de “mil años” de su Reinado sobre la Tierra, mismo que concluye con su tercera y última manifestación, en el Juicio Final.

El mismo Jesús prometió su Regreso para después de la Gran Tribulación: “Después de la aflicción de aquellos días, verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria”(Mt 24, 29; Mc 13, 26; Lc 21, 27).

Así lo dieron a entender los ángeles a quienes fueron testigos de la Ascensión: “Ese mismo Jesús que habéis visto subir a los cielos, así vendrá, como le habéis visto ascender” (Hch 1, 11).

Así lo transmitió el apóstol San Pablo: “Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados de la multitud, se aparecerá por segunda vez, sin relación ya con el pecado, a los que lo esperan para su salvación” (Hb 9, 28).

Y así lo conservó un buen número de padres y escritores eclesiásticos de los primeros cuatro siglos de la Iglesia, sosteniendo, en resumen: que Jesús ha de volver para reinar en esta Tierra por un periodo largo (“mil años” en el género apocalíptico), después de que el misterio de la iniquidad llegue a su exceso durante la Gran Tribulación; que regresará para derrotar al Anticristo y a sus cómplices, y que tendrá lugar la primera resurrección, la de todos los santos, quienes, luego de haber sido encadenado Satanás, reinarán por mil años con Cristo, juntamente con los que fueron arrebatados en la Gran Tribulación y con los que murieron mártires durante ese periodo, ejerciendo así el prometido trono de David desde la Jerusalén restaurada, sobre un mundo totalmente renovado.

Hoy día, la mayoría de los cristianos ha olvidado el dogma esencial de la fe, que es la segunda venida de Cristo en su condición reinante. Lo paradójico es que lo tienen que repetir cada vez que rezan el padrenuestro: “Venga a nosotros tu Reino”.

Contrariamente a los anti-milenaristas, que espiritualizan tanto el reinado de Cristo al punto de confundirlo con el Cielo, y de mezclar la Parusía con el Juicio Final, para los primeros cristianos no era así: ellos habían recibido de los apóstoles y evangelistas que Cristo volverá para reinar en este mundo durante un periodo largo, después de haber derrotado a Satanás, el cual aparentemente triunfará durante la Gran Tribulación. Sólo después del largo reinado de Cristo, entonces sí vendrá el fin del mundo y el Juicio Universal.

La Parusía es el acontecimiento que concluye la Gran Tribulación y da inicio al Milenio.

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Microchip

La explicación más sencilla es que el 666 que atañe al Anticristo sea una gematría. Los hebreos, al igual que los griegos, asignaban un número a los nombres. Y es que Juan señala precisamente que es “el número de su nombre” (y en algunas traducciones “número de hombre”), socializando y controlando a la humanidad mediante un sistema económico biotecnológico implantado en la mano derecha y en la frente, hecho que implica una adhesión a él por lo cual, quien lo reciba, no entrará al Reino de Cristo.

Es como si Juan nos dijera: si todo lo que ya dije va a caracterizar a la persona del Anticristo no les convence, calculen el número de su nombre.

"Y la bestia hará que a todos, a pequeños y a grandes, a ricos y a pobres, a libres y a esclavos, se les ponga una marca en la mano derecha o en la frente, y que nadie pueda comprar ni vender, sino el que tenga la marca, es decir, el nombre de la bestia"
(Ap 13:16).

El señalamiento es interesante desde la perspectiva de que habrá un nuevo sistema, pues ello presupone que el anterior sistema se ha colapsado por completo y ya no existe, ha sido sustituido.

Pero esto no es sino uno de tantos engaños del “Impío”. Aquí, se trata de absorber la deuda de las personas, las familias, las empresas y los países, en un nuevo sistema centralizado, donde el impuesto sea global y ya no haya peligro de cargar con efectivo o plásticos –lo cual será bien tomado como forma de evitar robos y asaltos que por supuesto se habrán generalizado.

En varios países se usa ya el microchip implantado bajo la piel como técnica de pago escaneado que va directo a la cuenta bancaria. Pero, además, como técnica de localización satelital así como de identificación, estando conectada a computadoras centralizadas.

Es decir, ya no habrá necesidad de cárceles, el planeta entero será una cárcel (no por algo está siendo muy cuestionado por organismos de derechos humanos). Es decir, falta total de privacidad, de independencia y de propiedad privada.

Pudiera parecer algo conveniente, el problema es que San Juan nos dice que “a mitad de la semana” es decir, a los tres años y medio, el Anticristo reclamará para sí la adoración divina, como retribución por haber solucionado los problemas humanos. Por ello dice el Apóstol claramente que quienes estén marcados con este dispositivos no entraran al Reino y beberán el cáliz de la ira de Dios (Ap 14:10).

El microchip será, por así decirlo, la causa material de millones de martirios por amor a Cristo. Por eso, cuando San Juan contempla el cielo llenarse repentinamente de enorme cantidad de hombres y mujeres vestidos de blanco nos revela:

“Después de estas cosas miré, y he aquí una gran muchedumbre, la cual ninguno podía contar, de todas gentes y linajes y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y palmas en sus manos; y clamaban en alta voz, diciendo: Salvación a nuestro Dios que está sentado sobre el trono, y al Cordero” (Ap 7-9).

Una vez terminado el sellamiento, Juan contempla una incontable multitud que adora a Dios ante su trono, y uno de los ancianos le dice quiénes son:

“Y respondió uno de los ancianos, diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blancas ¿quiénes son, y de dónde han venido? Y yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que han venido de la Gran Tribulación, y han lavado sus ropas, y las han blanqueado en la sangre del Cordero” (Ap 7:13).

Tratar de escapar del sistema de microchip implicará ser excluido del comercio, de los beneficios gubernamentales, de los sistemas de racionalización masiva de alimentos, del nuevo sistema financiero.

Es probable que en algún momento, gran número de personas querrán quitárselo, lo cual tendría consecuencias funestas, dado que al tratar de arrancarse se libera Litio, sustancia que es altamente tóxica e, incluso, mortal. Esta puede ser la causa de la primera de las siete plagas: “Fue el primero, y derramó su copa sobre la tierra, y vino una úlcera maligna y pestilente sobre los hombres que tenían la marca de la bestia, y que adoraban su imagen”(Ap 16:2).

En una entrevista que realizó Aaron Russo a Nick Rockefeller, en Junio de 2007, éste último admitió, abierta y descaradamente, que la finalidad última de la elite banquera internacional es reducir numéricamente la población mundial y controlar a quienes sobrevivan mediante el microchip,

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Rapto


El Arrebato, o Rapto de los fieles, es la traslación física, seguramente al inicio de la Gran Tribulación, antes de que comience el “Día del Señor”, de aquellos que hayan alcanzado su plena transformación en Cristo.

El acontecimiento fue dado a conocer por San Pablo: "Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel y al son de la trompeta, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos para siempre con el Señor" (I Tes 4, 16).

Y añade: "No todos moriremos, pero todos seremos transformados. En un momento, en un abrir y cerrar de ojos, cuando suene el último toque de trompeta. Porque sonará la trompeta y los muertos serán resucitados para no volver a morir y nosotros seremos transformados" (I Cor 15, 51).

Quienes hayan muerto en santidad volverán a la vida, igual que sucedió el Viernes Santo en que Cristo murió, cuando “se abrieron los sepulcros, y muchos santos que habían muerto resucitaron”(Mt 27, 52). Éstos se aparecieron en Jerusalén a muchas personas durante los cuarenta días que Jesús estuvo resucitado entre los suyos.

El Evangelio nos deja ver que esos santos no revivieron como Lázaro, a quien Jesús regresó a esta misma vida, muriendo tiempo después. Los santos resucitados resurgieron en una condición nueva, transformada y gloriosa.

También nos deja ver que no se trata de un proceso espiritual tipo agustiniano, sino un elemento tan concreto y específico como el acontecimiento previo: “se abrieron los sepulcros, y muchos santos que habían muerto resucitaron”.

Por cuanto al orden que se sigue en la Resurrección, San Pablo mismo lo señala: “Del mismo modo que en Adán todos mueren, así también todos revivirán en Cristo; pero cada uno en su orden: Cristo, como primicia, el primero; luego los que son de Cristo, en su Parusía; luego, al final, cuando entregue el Reino a Dios su Padre, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad, pues es preciso que Él reine hasta poner bajo sus pies a todos sus enemigos. El último enemigo en ser destruido será la muerte” (1Cor 15, 22-26).

El orden de la resurrección es, pues, el siguiente: primero, Cristo; después “los que son de Cristo”, es decir todos los santos de la historia hasta el momento de la Parusía; por último todos los hombres, al fin del mundo, cuando la misma muerte sea destruida y nadie más haya de morir.

Aunque la Resurrección prototípica es la de Jesús, la resurrección que sucede en la Parusía es conocida como “primer resurrección”, para distinguirla de la segunda resurrección, la de todos los hombres, que sucederá en el Juicio Universal, al final de la historia. En la primer resurrección volverán a la vida únicamente los santos y justos; en la segunda, todos los hombres, incluso los condenados.

Es en coincidencia con la primera resurrección cuando sucede el Arrebato de los fieles, es decir, quienes hayan resucitado serán llevados juntamente con los vivos que se hallen plenamente transformados en Cristo.

El Arrebato de los fieles es resultado de una intervención divina selectiva: "Entonces estarán dos en el campo, el uno será tomado, y el otro será dejado. Estarán dos mujeres moliendo en un molino, una será tomada, y la otra será dejada" (Mt 24, 40).

El Rapto tiene el doble propósito de premiar la virtud de los fieles, y de evitarles la purificación de la Gran Tribulación, misma que ya no necesitan.

A excepción de unos cuantos ortodoxos, Israel se ha vuelto una nación endurecida y olvidada de Dios. Pero sabemos, por Ezequiel e Isaías, que una serie de acontecimientos sobrenaturales a favor de Israel, previos a la Gran Tribulación, revivirá la conciencia de la elección, considerándolo los judíos como el cambio de suerte y como el inicio de la edad de oro de Israel.

En realidad, ese será el periodo específico de pruebas y juicios que han de tener lugar antes de que el verdadero Reino de Dios se lleve a cabo. El gobierno mundial del Anticristo, a quien la mayoría de los judíos aceptará como Mesías, será el tiempo de purificación previo al Retorno de Cristo (Parusía) y al milenio del Reino de Cristo sobre la Tierra.

La distinción entre la primera resurrección, exclusiva de los santos del Nuevo Testamento, y la segunda resurrección, que será universal y al fin del mundo, es delineada claramente por San Juan: Ap 20, 1-6.

Cuando Dios remueva a su Iglesia y se concentre en Israel, seguirá habiendo posibilidades de conversión cristiana, pero a través de muchas tribulaciones y persecución. La salvación no vendrá de las autoridades religiosas, un resto fiel estará en catacumbas y habrá que acudir directamente a Cristo en las Escrituras, la misma Eucaristía quedará proscrita por el Anticristo a los tres años y medio del falso acuerdo de paz (Dan 12, 11). Dios enviará especiales mensajes a través de los dos testigos que se opondrán abiertamente al Anticristo en la primera parte de la Gran Tribulación (Ap 11, 3-14), y de sus 144,000 siervos judíos convertidos a Cristo, que lo harán en la segunda mitad de la misma. Entonces, todos los seres humanos estarán sometidos por una economía global centralizada y por un gobierno mundial forzado.

El sello de los 144,000 se refiere literalmente, no metafórica ó espiritualmente, a un grupo de judíos que estarán vivos cuando los dos testigos sean muertos por el Anticristo a mitad de la Gran Tribulación y ambos resuciten y sean raptados al cielo tres días y medio después de su muerte, ante el asombro de la humanidad entera. Los 144,000 elegidos serán, según lo revela San Juan, 12,000 de cada tribu de Israel (Ap 7, 2-8). Estos “sellados” no podrán ser asesinados por el Anticristo, mientras que todos los demás que den testimonio de Dios, judíos ó gentiles, serán martirizados y decapitados (Ap 7, 13-14; 20, 4).

Muchos se preguntan si el Rapto de los fieles será antes ó después de la Guerra de Gog y Magog.

Tratando de resumir la cuestión diremos que existen tres posturas: que el Rapto ocurrirá antes, ó simultáneamente, ó después de la Guerra de Ezequiel.

Quienes abogan por la opinión de que éste ocurrirá de forma posterior argumentan que Dios puede tener prevista la Guerra de Ezequiel como una invitación última para la conversión, y que el Arrebato ocurrirá después de esa postrera llamada para enmendarse. Pero esta opinión parte de una suposición gratuita que no encuentra fundamento en las Escrituras. Aparte, la Guerra de Ezequiel es un acontecimiento que tiene relación primordialmente con Israel, no con la Iglesia.

Otros sostienen que el Rapto tendrá lugar durante la invasión, argumentando que el señalamiento “en ese día”, referido al gran terremoto por el que todos los hombres se ocultarán y temblarán ante la presencia de Dios (Ez 38, 18-20), coincide con el Arrebato.

Pero esa relación es un tanto forzada y tampoco tiene suficientes fundamentos en las Escrituras.

La mayor parte de los estudiosos considera que el Arrebato de los fieles será anterior al inicio del Día del Señor y a la Guerra de Gog y Magog. Y es que los desastres que son resultado de la invasión y de la gran sacudida de la Tierra forman parte de los juicios divinos, de donde surge la pregunta de si la Iglesia fiel estará sometida a la ira de Dios. Las Escrituras parecen sugerir que los fieles no estarán sujetos a ésta ó a ninguna de las demostraciones de la cólera divina propias del “Día del Señor”.

El mensaje dado por San Pablo en Romanos 11, 25-26 demuestra una relación directa con el tema de la exclusividad de Dios al tratar primero con la Iglesia y después con Israel: “Pues no quiero que ignoréis, hermanos, este misterio, no sea que presumáis de sabios: el endurecimiento parcial que sobrevino a Israel durará hasta que entre la totalidad de los gentiles...”. El corazón de Israel como nación está endurecido contra Dios y su Mesías, hasta que una serie de eventos específicos se desaten. El primer evento parece ser precisamente el completarse esa “totalidad de los gentiles”, lo cual significa que el número final de creyentes en Cristo ha entrado a la Iglesia. Ese pudiera ser el momento en que los fieles sean tomados de la Tierra para estar con Cristo.

Otra de las razones para colocar el Arrebato antes de la Guerra de Ezequiel es que ese evento podría ofrecer un elemento más para crear una condición temporal al caos mundial. La desaparición de mucha gente y de algunos líderes en Occidente causaría un pánico generalizado de alcances globales. El enorme apoyo de cristianos evangélicos hacia Israel en los Estados Unidos y el mundo occidental, haría que muchos musulmanes se vuelvan inmediatamente contra los judíos y contra Israel. En este sentido, el Rapto podría paralizar temporalmente a los Estados Unidos, brindando al Islam y a Rusia la perfecta oportunidad para querer atacar a Israel.

Pero sobre todo, lo que más nos puede iluminar  respecto a su posición en el tiempo, es contextualizar el Arrebato dentro del entorno general del inicio del “Día del Señor”.

El “Día del Señor” es  todo el conjunto de juicios por los que la humanidad sufre su purificación previamente a la Parusía.

El Día del Señor, a quien diversos profetas le aplican los adjetivos, “grande y terrible”, tiene su inicio con el gran terremoto y la Guerra de Ezequiel, después de los signos del sol y de la luna.

Uno de los aspectos sobresalientes de la Guerra de Ezequiel es el énfasis sobre el “Día del Señor” y su conexión con el sexto sello del Apocalipsis. La “luna roja” de Joel (Jl 3, 4) es comúnmente relacionada con la “luna roja” que se observa al inicio del sexto sello:

• Joel 3, 4: “El sol se cambiará en tinieblas y la luna en sangre, antes de la venida del Día de Yahveh, grande y terrible”.

• Apocalipsis 6, 12: “Y seguí viendo. Cuando abrió el sexto sello se produjo un violento terremoto: y el sol se puso negro como un paño de crin, y la luna toda como sangre”.
 
La luna en sangre del sexto sello se identifica con la luna roja de Joel que debe preceder al Día del Señor por la reacción de los seres humanos en la Tierra en cuanto el resto de eventos del sexto sello tienen lugar:

Apocalipsis 6, 15-17: “Y los reyes de la Tierra, los magnates los tribunos, los ricos, los poderosos, y todos, esclavos ó libres, se ocultaron en las cuevas y en las peñas de los montes. Y dicen a los montes y a las peñas: ‘Caed sobre nosotros y ocultadnos de la vista del que está sentado en el trono y de la cólera del Cordero. Porque ha llegado el Gran Día de su cólera y ¿quién podrá sostenerse?’”.

La actitud de los seres humanos en la Tierra pone de manifiesto que ellos entienden que el grande y terrible Día del Señor ha comenzado. Éste es precedido por el oscurecimiento del sol, y por la luna roja “como sangre” y el terremoto descritos en Ap 6, 14: “Y el cielo fue retirado como un libro que se enrolla, y todos los montes y las islas fueron removidos de sus asientos”.
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Ambas descripciones, de Ezequiel y del Apocalipsis, se combinan para ofrecer un claro panorama de los eventos englobados en el inicio del “Día del Señor”. Es difícil pensar que tal similitud de acontecimientos tenga lugar dos veces.

Con todo, hay que decir que los hechos se darán muy rápido uno detrás del otro.

Por otro lado, es totalmente verosímil que los siete años descritos por Ezequiel, en los cuales serán quemadas las armas de los ejércitos que pretendían destruir Israel, corresponde a la 70ª semana de Daniel, y esa 70ª semana no empieza en el Apocalipsis sino hasta un tiempo después de las primeras trompetas, causantes de la destrucción de Gog y Magog.

Adicionalmente, podemos observar que la gran multitud que está en pie delante del Cordero (Ap 7, 9) se relaciona con aquella descrita por Jesucristo en su relato de los eventos del fin de los tiempos:

“Guardaros de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las disipaciones de la vida, y venga a aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la Tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está por venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre” (Lc 21, 34).

Jesucristo sugiere que aquellos que se mantengan fieles a Él podrán escapar dichos acontecimientos y estar en pie delante de Él. Esto ofrece un argumento adicional a la tesis del Rapto previo a la Gran Tribulación, ya que las pruebas para los creyentes son descritas como “libertinaje, embriaguez y disipaciones de la vida” y es muy difícil pensar que esas tentaciones se apliquen a los creyentes perseguidos. Y si, una vez que la marca de la Bestia se aplique a escala global, los creyentes no marcados difícilmente podrán comprar comida, mucho menos se puede pensar que estarán envueltos en disipaciones y libertinaje.

Lo más notable, siguiendo con el tema del Arrebato, es la descripción que Cristo da de los creyentes que escaparán de lo que está por venir. Él afirma que ellos estarán de pie delante del Hijo del hombre. Nos recuerda la descripción de San Juan en el Apocalipsis: “Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podía contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y del Cordero (Ap 7, 9).

Las palabras de Jesús y de San Pablo se combinan para decirnos que los santos nunca más serán separados de Cristo. Y dado que los 24 ancianos son descritos anteriores y como separados del Cordero, no es posible que éstos sean ó simbolicen a los santos raptados y resucitados. Por otro lado, la gran multitud obedece mejor a las palabras de Jesús y de San Pablo pues están inmediatamente descritos estando en pie en el cielo en la presencia del Cordero.

Además, existe otro elemento a tomar en cuenta en el discurso de Jesús al usar la palabra escapar como descrita antes de los eventos que ocurrirán a los creyentes previamente a los hechos de la Gran Tribulación. San Pablo usa una terminología semejante: “… y esperar así a su Hijo Jesús que ha de venir de los cielos, a quien resucitó de entre los muertos y quien nos salvará de la cólera venidera” (1 Ts 1, 10).

Jesús se refiere a esa acción como “escapar”,  y San Pablo la describe como “salvación” ó “rescate”, un rescate de la cólera que está por venir. Pablo continúa el tema inmediatamente después de que da a conocer el misterio del Rapto en su primera carta a los Tesalonicenses (1 Ts 4, 13): “Porque Dios no nos ha destinado para la cólera, sino para obtener salvación por nuestro Señor Jesucristo”(1 Ts 5, 9). Nuevamente, los operadores de mal están destinados a la ira, mientras que los fieles serán rescatados para obtener salvación. Estos textos no se llevan a cumplimiento más claramente que en coincidencia con la apertura del sexto sello, previa a que inicien los acontecimientos.

Después de eso, la ira de Dios caerá cuando se sacuda la Tierra entera. Los cristianos que hayan quedado después del Rapto y todos los habitantes responderán a esta catástrofe con miedo y terror, y exclamarán “El gran día de la ira de Dios ha llegado”.

Cabe resaltar que, en las Escrituras, la resurrección de los santos está relacionada con terremoto, como sucedió el Viernes Santo, cuando tembló la tierra y muchos santos del Antiguo Testamento resucitaron, y como temblará la tierra cuando resuciten los dos testigos (Ap 11, 13). Por ello mismo, algunos hacen coincidir el terremoto del sexto sello con el momento en que pudiera suceder la primera resurrección, la de los santos del Nuevo Testamento, seguido inmediatamente del Rapto.

La explicación que los promotores del Gobierno Mundial le darán al Rapto será la de “abducciones” por parte de seres galácticos superiores. Se prepara ya cantidad de literatura en ese sentido.

Concluyamos diciendo que la cercanía de ambas cosas, Arrebato y apertura del sexto sello, será fácilmente previsible por un signo claro que Jesucristo nos dio: el incremento de guerras: “Se levantará nación contra nación, y reino contra reino” Mt 24, 7. Es el mismo orden que se observa en el Apocalipsis en el segundo sello, el que corresponde al segundo caballo, de la guerra: “Entonces salió otro caballo, rojo: al que lo montaba se le concedió quitar de la Tierra la paz para que se degollaran unos a otros: se le dio una espada grande” (Ap 6, 4).  Sólo después aparecen el tercer caballo del hambre, y el cuarto de las pestes que, por otro lado, normalmente son las consecuencias lógicas de las guerras.

En campo católico, diversas revelaciones privadas hablan de un Gran Aviso por parte de Dios previo a la Tribulación. Ese evento podría coincidir también con el sexto sello y el gran terremoto. Primero porque se refiere a un acontecimiento cósmico, segundo por el impacto en todos los habitantes de la Tierra quienes se esconderán con gran temor, pero sobre todo por los efectos de arrepentimiento y contrición despertados en la humanidad entera. En efecto, sostienen dichas revelaciones privadas que la principal consecuencia del Aviso tendrá lugar en el interior de la conciencia humana, como fruto de una iluminación interna sobrenatural, pero en coincidencia con un gran incidente sideral.

Si es así, podemos concluir que el Gran Aviso estará precedido no sólo por la huída del Papa de Roma, sino también por signos inmediatos muy patentes: el oscurecimiento del sol y la luna roja, y el mismo Arrebato de los fieles.

Obra de Cristo, en su Parusía, será la renovación de la naturaleza humana y de todo el orden creado. Esto implica que el hombre será renovado desde su esencia, no sólo mediante la gracia santificante, sino recuperando los dones preternaturales perdidos en el origen.

El cambio interior es fruto de una transformación espiritual parangonable a un segundo Pentecostés.

Dice el profeta Ezequiel: “Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados; de todas manchas y de todos vuestros ídolos os purificaré. Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne un corazón de piedra y os daré un corazón de carne” (Ez 36, 25).

San Pedro describió así el efecto de esa transformación: “Pues también conforme a su promesa esperamos cielos nuevos y tierra nueva, en la cual habite la justicia” (2 Pe 3, 13).

Isaías describió gráficamente la situación de esta nueva bondad, que es espiritual y material: “He aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva, y no serán recordados los primeros ni vendrán a la memoria; antes habrá gozo y regocijo por siempre jamás por lo que voy a crear. Me regocijaré por Jerusalén y me alegraré por mi pueblo, sin que se oiga ahí jamás lloro ni quejido. No habrá allí niño que viva pocos días ni viejo que no llene sus días, pues morir joven será morir a los cien años y el que no alcance los cien años será maldito. Edificarán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán sus frutos. No edificarán para que otro habite, no ablandarán para que otro coma, pues cuanto vive un árbol vivirá mi pueblo y mis elegidos disfrutarán del trabajo de sus manos. No se fatigarán en vano ni tendrán hijos por sobresalto, pues serán raza bendita de Yavéh ellos y sus retoños con ellos; el lobo y el cordero pacerán lado a lado y el león comerá paja con el buey, la serpiente se alimentará de polvo; no habrá daño ni destrucción en mi monte santo, porque la tierra estará llena del conocimiento del amor de Dios como una invasión de las aguas del mar, dice Yavéh” (Is 65, 17).

Algunos piensan que estos cielos nuevos y tierra nueva de los que hablan el profeta Isaías y el apóstol San Pedro, deben ser ubicados después de la resurrección universal, al fin del mundo. Sin embargo, esta interpretación es errada, pues en el cielo ya no habrá impartición de justicia, ni generación de hijos, ni muerte. Tampoco habrá necesidad de edificar casas, ni plantar viñas, ni habitarán animales como se menciona expresamente en esa promesa.

Tampoco se puede admitir una interpretación metafórica de esos cielos nuevos y tierra nueva, pues éstos, como dice el apóstol San Pedro, vendrán después de que los presentes cielos y tierra perezcan por la palabra de Dios y por el fuego. Y como los actuales cielos y tierra, que entraron después de los cielos y tierra diluvianos, no han perecido de esa manera, se deduce que estas promesas aún no se han cumplido.

Así como se cumplió literalmente la primera parte del texto de Pedro “Que hubo cielos desde antiguo y tierra sacada del agua y que el mundo entonces pereció anegado en el agua”, de igual modo se cumplirá la segunda parte: “Que los cielos de hoy y la tierra están, por esa misma palabra, reservados para el fuego”.

Sobre la transformación, que es un segundo Pentecostés, pero universal, se le reveló así al P. Stefano Gobbi, místico y fundador del Movimiento Mariano Sacerdotal: “Estos son los tiempos del gran Retorno. Sí, después del tiempo del gran sufrimiento llegará un tiempo de gran renacimiento y todo reflorecerá. Jesús implantará su reino glorioso. El Espíritu Santo bajará como fuego, pero de un modo distinto al de su primera venida: será un fuego que quemará y transformará todo, que santificará y renovará la tierra desde sus cimientos. Abrirá los corazones a una nueva realidad de vida y guiará a las almas a un amor tan grande y a una santidad tan perfecta, como nunca antes se había conocido. Entonces, el Espíritu será glorificado, llevando a todos al más grande amor hacia el Padre y el Hijo” (3 de julio de 1987).

Y al año siguiente: “El tiempo del segundo Pentecostés ha llegado. El Espíritu Santo vendrá como un celestial rocío de gracia y de fuego que renovará al mundo entero. El Espíritu Santo vendrá para instaurar el reino glorioso de Jesucristo y será un reino de gracia, de santidad, de amor, de justicia y de paz” (22 de mayo de 1988).

A la mística Vassula Ryden, Jesucristo le habló así sobre esa acción del Espíritu Santo: “Ahora estoy totalmente preparado para ir a vosotros, pero aún no habéis comprendido cómo ni de qué manera. Sin embargo, no os he estado hablando en metáforas. Os digo solemnemente que voy a enviaros a mi Santo Espíritu con toda la potencia sobre toda la humanidad, y como signo precursor voy a mostrar portentos en el cielo como nunca los hubo. Habrá un segundo Pentecostés de modo que mi reino en la tierra sea implantado” (10 de diciembre de 1995).

Acerca de la transformación y elevación de la naturaleza humana hay que evitar la creencia de que la naturaleza humana quedará totalmente libre del influjo del mal durante el milenio, y que ya no habrá posibilidad de pecar. Esa será la condición únicamente de los santos resucitados. En los viadores, el influjo del mal se verá drásticamente disminuido, pero no suprimido.

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Gran Tribulación

Hacia mediados del siglo sexto antes de Cristo, Daniel tuvo una revelación numérica acerca del tiempo que tardará el triunfo del Mesías y, con ello, lo que durará el designio mediador de la nación judía.


Siendo un adolescente, Daniel fue llevado cautivo a Babilonia, en la deportación que sufrieron los hebreos en el año 586 a. C. Allí creció demostrando singular sabiduría, misma que le llevo a ser nombrado primer ministro de varios reyes.

Entendiendo Daniel, por la lectura del profeta Jeremías, que la deportación estaba a punto de terminar, y preguntando a Dios cuándo llegaría el Mesías para restaurar Israel, recibió del arcángel Gabriel una de las profecías matemáticas más exactas de las Escrituras.

Le dijo Gabriel: “Setenta semanas están fijadas sobre tu pueblo y tu ciudad santa, para poner fin a la rebeldía, para poner fin a los pecados, para expiar la culpa, para instaurar justicia eterna, para sellar visión y profecía, para ungir al Santo de los santos” (Dn 9:24).

Para los hebreos, una “semana” (shabua) significan siete años, siendo el séptimo un año sabático para la tierra. Así fue como Daniel pudo saber que la cautividad de Babilonia iba a durar 70 años (10 “semanas” x 7 años).

Gabriel, además de darle a conocer al profeta Daniel que el tiempo para la restauración de Israel y el triunfo del Mesías sería de 490 años (70 “semanas” x 7 años), le indica, con increíble precisión, el inicio y el fin de las primeras 69 semanas: “Entiende, pues, y comprende: desde que salga la orden para reconstruir Jerusalén, hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas y sesenta y dos semanas” (Dn 9:25).

Ese periodo de 69 “semanas” (483 años) es exactamente el que va desde el año en que el rey de Persia, Artajerjes, dio la orden de reconstruir Jerusalén y el Templo (457 a. C.), hasta que Jesús fue ungido en ocasión de su bautismo, en el Jordán (26 d. C.); es decir, desde el mes de Nisán del año veinte del reinado de Artajerjes (Nehemías 2, 1-8) hasta el 30 d. C., si se consideran los cuatro años de error de cálculo.

Además, Gabriel le reveló una de las profecías más precisas sobre el desenlace de Jesús en su primera venida: “Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí” (Dn 9:26).

Sin embargo, pasaron siete años después de la Resurrección y no sucedió el Retorno triunfal de Cristo. De ello se deduce que entre la 69 y la 70 “semana” hay un intervalo de tiempo indefinido, y que la última semana de Daniel está aún por cumplirse.

Respecto a esa postrera “semana” que falta, Gabriel le reveló al profeta Daniel que un caudillo, que San Juan denominará más tarde el “Anticristo”, sellará una alianza global con otros gobernantes, pretendiendo someter a todas las naciones y religiones, que perseguirá a los fieles y a los santos (Dn 7, 25), y que a los tres años y medio (mitad de la “semana”) proscribirá el sacrificio divino: “Y por otra semana confirmará un pacto con muchos; y a mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la oblación; y en el ala del Templo habrá abominaciones desoladoras hasta el final, cuando la ruina decretada se derrame sobre el desolador” (Dn 9, 27).

A partir de que Daniel recibió la revelación, la identificación con hechos reales quedaría oculto hasta el tiempo final, cuando los protagonistas podrán identificarlos, ya sin duda, a la vista de los hechos:“Pero tú, Daniel, mantén secretas estas palabras y sella el libro hasta el tiempo final, entonces muchos lo abrirán y se aumentará el conocimiento” (Dan 12, 4).

En la era de la Iglesia, casi siete siglos después de Daniel, en el año 96 de nuestra era, el apóstol Juan tuvo una revelación en la que Jesucristo le dio a conocer lo que sería la historia de la Iglesia (capítulos 1 a 3 del Apocalipsis) y lo que ocurrirá durante los siete años de la 70 “semana” de Daniel (capítulos 4 al 19). A ese postrer periodo, Jesucristo y los cuatro evangelistas lo denominaron la “Gran Tribulación”.

Dice San Mateo: “Cuando veáis, pues, la abominable desolación, anunciada por el profeta Daniel, erigida en el Lugar Santo (el que lea que entienda), entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes (…), porque habrá entonces una Gran Tribulación, cual no la hubo desde el principio del mundo, ni la volverá a haber jamás” (Mt 24, 15).

Por la revelación de Mateo “ni volverá a haberla jamás” sabemos que después de los siete años de la Gran Tribulación y de la Parusía, la historia humana continuará en esta Tierra, y es el Apóstol Juan quien nos da a conocer que ese período posterior durará mil años (significando “periodo largo” o quizá, también, mil años efectivos): “Y agarró al dragón, a aquella serpiente antigua, que es Satanás, y le encadenó por mil años; y lo metió en el abismo, cerrándolo y sellándolo sobre él, para que no ande más engañando a las naciones, hasta que se cumplan los mil años, después de los cuales ha de ser soltado por un poco de tiempo” (Ap 20, 2-3).

Sobre la Gran Tribulación, San Juan y San Pablo nos dicen que cinco situaciones la caracterizan: 1) guerras que finalizan en un falso acuerdo de paz en favor de Israel; 2) desastres naturales y cataclismos cósmicos; 3) arrebato de los fieles y persecución; 4) colapso financiero y carestía; 5) apostasía generalizada y gobierno mundial del Anticristo.

Si bien los acontecimientos de esos siete años constituyen una dolorosa purificación, lo importante es que son preludio de un final prometedor, el triunfo del bien y la renovación admirable de la naturaleza humana y de todo el orden creado, “la restauración universal de que habló Dios por boca de sus santos profetas” (Hch 3, 21).

San Lucas nos dice que la proximidad del Retorno de Cristo constituye una esperanza para estar seguros y confiados cuando inicie la Gran Tribulación: “Cuando veáis que estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque se acerca vuestra redención” (Lc 21, 28).

Se trata sí, de una purga, pero de aquella que antecede el cumplimiento de todas las promesas de liberación del mal y del pecado que sojuzgan a los hombres: “Así también, Cristo aparecerá por segunda vez, sin relación al pecado, para salvar a los que esperan en Él” (Hb 9, 28).

La Gran Tribulación es la suprema batalla entre el bien y el mal, es la purificación previa a la Parusía, es el final de los tiempos de las naciones antes de que la naturaleza humana y la creación sean renovadas, es la siega que separa el trigo de la cizaña, es la realización del designio original del Creador, es la condición causal para la más grande manifestación de Dios en la historia.

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