Israel

“Sin duda alguna, un día Rusia atacará a Israel, lo dice la Torá”: Benjamín Netanyahu, Primer Ministro de Israel 1996-1999

Desde el punto de vista profético, Israel es el “reloj” de Dios, el cronómetro que nos dice cuán cerca ó lejos estamos de que concluyan los actuales tiempos de las naciones y de la Iglesia, y comiencen los tiempos mesiánicos del Reino de Cristo.

Precisamente por eso, por los acontecimientos que estamos presenciando, podemos estar seguros de que el mundo está a punto de cambiar abrupta y drásticamente, a partir de circunstancias que afectarán a judíos, cristianos y musulmanes, en primer término, pero también a las demás religiones de la Tierra.

Los judíos esperan la venida del Mesías por primera vez, los cristianos lo esperamos en su segunda venida. Ese grandioso advenimiento estará precedido por una serie de hechos mediante los cuales Dios irá preparando a la humanidad entera. Próximamente, Dios romperá el silencio que ha guardado hasta ahora respecto al pueblo judío, y volverá a actuar directa y portentosamente como lo hizo con prodigios admirables en el pasado.

Toda la historia de Israel está caracterizada por diversos momentos de castigo y silencios divinos, siempre debidos a las infidelidades del pueblo adoptado por Él. Las Escrituras recalcan que las deportaciones y dominaciones (de Egipto, Babilonia, Persia, Grecia, Roma) fueron permitidas por Dios en vista de que los suyos quebrantaban la alianza. De suyo, esa dramática historia de correctivos por parte de Dios es la prueba indirecta de que efectivamente son el pueblo elegido, pues lo son con pesar de eso mismo.

El último de los castigos de Dios sobrevino en el año 70 de nuestra era por haber rechazado a su propio Hijo. El Emperador romano Tito Flavio Vespasiano ordenó la destrucción total de Jerusalén, obligando a los judíos a abandonar la tierra prometida y a emigrar a todo el mundo. Del Templo, como lo predijo el mismo Jesucristo, no quedó “piedra sobre piedra”.

Así, el último de los silencios de Dios respecto de los judíos, el presente, es el que va desde la extraordinaria manifestación divina el día de Pentecostés, hasta el toque de la primer trompeta del Apocalipsis. Se trata del silencio divino más largo de la historia.

Ahora bien, el profeta Ezequiel predijo que, después de la dispersión, los israelitas volverían a reunirse en la tierra prometida: “He aquí que tomaré a los hijos de Israel de entre las naciones a donde se fueron, y los reuniré y los traeré a su tierra” (Ez 37, 21). Esa profecía se cumplió el 14 de mayo de 1948. A partir de entonces comenzaron formalmente los así llamados “últimos tiempos”.

En el Antiguo Testamento, la atención de Dios se centraba en los judíos y su presencia en la tierra prometida bajo la ley que Dios dio a Moisés. En el Nuevo Testamento, Dios guarda silencio respecto a su pueblo y su atención se centra en la Iglesia, ofreciendo la salvación a todos los gentiles.

Cuando el llamado de Dios a formar parte de la Iglesia se haya completado, el tiempo de gracia terminará, Dios removerá a la Iglesia fiel mediante la primera resurrección y el Arrebato de los fieles, y se volverá a concentrar en su plan de salvación sobre los judíos.

Gracias al profeta Ezequiel sabemos de qué manera Dios romperá su silencio, antes de que inicie el periodo de la Gran Tribulación. Él describe una batalla, comúnmente conocida como la “Guerra de Gog y Magog”, en que Dios destruirá portentosamente a una alianza de invasores que atacarán Israel, así como a las naciones de donde vinieron esos ejércitos.

La Guerra de Gog y Magog es un conflicto único en su cronología, en su propósito, en sus características y efectos sobre Israel y sobre el mundo entero.

Ezequiel predijo que, después de reunidos nuevamente en la tierra prometida, al final de los tiempos, los israelitas serán atacados por los enemigos del norte (países árabes) juntamente con Rusia: “He aquí que estoy contra ti, Gog, príncipe soberano de Mésec y Tubal (actual Rusia) (…) te sacaré con todo tu ejército (…) Con ellos están Persia (Irán), Cus (Etiopía) y Fut (Libia), todos ellos armados con escudo y yelmo. Gómer, con todas sus tropas, y la casa de Togarma (Turquía), desde el lejano norte con todas sus tropas y muchos pueblos contigo (...) Después de muchos años invadirás un país salvado de la espada, reunido de muchos pueblos a los montes de Israel (…) En los últimos días atacarás a mi pueblo Israel como nublado para cubrir la tierra” (Ez 38, 3-8, 16).

A lo largo de los capítulos 38 y 39, los nombres de Gog y Magog son utilizados en forma conjunta como título que denomina la combinación de un gran adversario de Dios: Gog como un “príncipe”, y Magog como un país ó región. Dos veces utiliza “Magog” para indicar el territorio de donde es originario el líder denominado “Gog”, que en hebreo antiguo significa “encumbrado”. Al mencionar a Gog como proveniente del “lejano norte”, Ezequiel parece estar denotando el nivel máximo de autoridad dentro de una alianza de naciones de lo que hoy son las ex repúblicas soviéticas, territorio del antiguo reino de Anatolia y más allá del Cáucaso.

Esa guerra mundial, en la que varios países se unirán para atacar a Israel concluirá, dice Ezequiel, con una portentosa intervención divina que frustrará la invasión. Meses después tendrá lugar el falso acuerdo de paz firmado por el personaje a quien el profeta Daniel llamó la “cuarta bestia”(denominado por San Juan como el “Anticristo”), el cual dominará el mundo durante siete años: “por otra semana sellará un pacto con muchos” (Dn 9, 27). Jesucristo llamó a ese periodo la “Gran Tribulación” y es la etapa en que la humanidad será purificada y preparada para su Retorno glorioso, acontecimiento que cierra los tiempos de la Iglesia y de las naciones, y da inicio a los nuevos tiempos mesiánicos del Reino de Dios en la Tierra.

La guerra contra Israel descrita por Ezequiel, y que es previa a los siete años de la Gran Tribulación, será abortada por una acción directa de Dios: “Sobre los montes de Israel caerás tú y todas tus tropas, y los pueblos que fueron contigo (…) Y haré notorio mi santo nombre en medio de mi pueblo Israel, y nunca más dejaré profanar mi santo nombre; y sabrán las naciones que yo soy Jehová, el Santo en Israel” (Ez 39, 4, 7).

El profeta nos dice que los ejércitos que atacarán Israel serán derrotados de forma milagrosa y deslumbrante: mediante un gran terremoto (Ez 30, 19); por tempestad, enormes granizos, fuego y azufre (Ez 38, 22); y por una confusión masiva en la que los agresores comenzarán a matarse entre sí (Ez 38, 21).

Esa intervención divina para proteger a Israel revivirá en los judíos la conciencia de la elección, pero los confundirá al creer que el líder ruso aniquilado era la cuarta bestia de Daniel, y que el promotor de la paz es el Mesías.

Cabe mencionar que la guerra mundial descrita por Ezequiel no es, como erróneamente se piensa a veces, la batalla de Armagedón, la cual será otra campaña militar que se librará hacia el final de la Gran Tribulación, una vez que el Anticristo haya roto el acuerdo de paz y se vuelva contra los mismos judíos. La campaña de Aramagedón es descrita por el apóstol San Juan en el libro del Apocalipsis (Ap 16, 12-16), y es la que propiciará la Parusía, pues Jesús en persona volverá para salvar a Israel de la destrucción que le pretenderá infligir el Anticristo.

Con todo, a la Guerra de Gog y Magog también se le puede llamar “de Armagedón” porque también tendrá lugar en el valle de Armagedón, llanura de Meguido, al norte de Israel, pero claramente difieren una de otra, en el tiempo y en sus características.

Los siete años de la Gran Tribulación, también conocida como la “setenta semana de Daniel” (por ser el período que falta a la profecía de las 70 semanas, de las cuales ya se cumplieron 69 semanas), son dos partes divididas en tres años y medio, de 1260 días exactos cada mitad (Ap 12, 14; 13, 5; Dn 7, 21).

Es a mitad de la semana, es decir, a los tres años y medio de iniciada la Gran Tribulación, cuando el Anticristo romperá el falso acuerdo de paz, proscribirá el sacrificio divino, y desatará la persecución contra todos los que no se sometieron a su gobierno: “a mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la oblación; y en el ala del Templo habrá abominaciones desoladoras hasta el final, cuando la ruina decretada se derrame sobre el desolador” (Dn 9, 27).

Previsiblemente, la Guerra de Gog y Magog será posterior a un ataque previo de Israel contra Siria. Ese embate, que fue profetizado por Isaías, aparentemente refleja una agresión nuclear, ya que la capital siria será completamente destruida: “He aquí que Damasco dejará de ser ciudad; será un montón de ruinas. Cesará el reino de Damasco, y lo que quede de Siria será como la gloria de los hijos de Israel, dice Yahvé de los ejércitos” (Is 17, 1-3; 9). También Jeremías y Amós señalan que Damasco será destruida por el fuego (Jr 49, 23-27; Am 1, 3-5).

Isaías establece una relación entre la devastación del Líbano (Is 10, 23-25; 34) y la total destrucción de Damasco. Ambas naciones son asirias, y el Líbano ha estado esencialmente bajo control de Siria.

La Guerra de Gog y Magog traerá cambios significativos para Israel, para Medio Oriente y para el mundo entero.

Israel atravesará por un proceso de limpiar y enterrar los cadáveres de sus enemigos que durará siete meses (Ez 39, 11-16). Algunos estudiosos sugieren que la mención explícita de Ezequiel de “siete meses” pudiera ser para indicar el tiempo que tardará en iniciar la Gran Tribulación después de la Guerra de Gog y Magog, es decir, del momento en que el Anticristo firmará el falso acuerdo de paz.

Con la intervención divina en la Guerra de Gog y Magog, Israel se despertará espiritualmente a Dios, al Dios de los milagros del Antiguo Testamento. Los judíos se congregarán festivos en Israel mientras las naciones que pretendieron atacarla llorarán sus bajas.

Israel expandirá sus fronteras, readquirirá control total sobre Jerusalén y reconstruirá el Templo.

El fin último del fundamentalismo islámico de borrar a Israel del mapa y dominar el mundo mediante la ley islámica será innegablemente rechazado por Dios.

Las naciones de Medio Oriente y muchas personas reconocerán abiertamente al Dios de Israel.

Erróneamente, el mundo entero proclamará que la guerra ocurrida fue la batalla de Armagedón, que el milenio de bienestar ha comenzado, y que el nuevo líder surgido de las cenizas del conflicto mundial es el Mesías esperado.

Pero en realidad, lo que habrá empezado es el engaño supremo, y la batalla final entre el bien y el mal, entre el ungido de Satanás y el verdadero Mesías, el cual volverá siete años después, al final de ese periodo de tribulación.

Por más violento y corrupto que percibamos al mundo en la situación actual, por más ausente y silencioso que Dios nos parezca respecto a esta situación, la verdad es más que clamorosa. El silencio de Dios durante esta era se puede comparar a la quietud que precede la tempestad. La tempestad será el cumplimiento del período de juicios de Dios conocido en las profecías como “el Día del Señor”.

Dios no permanecerá silencioso por siempre. En palabras de Isaías, “Por amor de Sión no he de callar, por amor de Jerusalén no he de estar silencioso” (Is 62, 1).

El enfoque de la profecía de Gog y Magog es significativamente la implicación de Dios en primera persona. Él no usará a personas como Moisés ó Aarón contra el faraón egipcio, como tampoco existe referencia aquí a los dos testigos de San Juan (otra razón que lleva a concluir que ésta guerra es previa a la 70 semana de Daniel).

Al inicio de los dos capítulos 38 y 39, Dios declara “He aquí que estoy contra ti, Gog...” Dios mismo en persona se muestra airado contra Gog y su alianza de naciones por estar en su contra. Y Dios mismo es quien lo provoca para salir de Magog y dirigirse contra Israel, haciéndolo caer en la trampa: “Yo te haré dar media vuelta (...) y te haré salir con todo tu ejército” “Yo mismo te traeré contra mi pueblo”.

Algunos autores opinan que la referencia a dar media vuelta y ser traído “con garfios en las quijadas”denotan la referencia a Gog ó Rusia resistiéndose a entrar en la guerra, pero finalmente siendo arrastrada por la coalición de naciones musulmanas.

La apertura del primer sello pudiera tener relación con el Anticristo, ya que su forma de adquirir prestigio internacional es por sus conquistas de guerra.
READ MORE - Israel

Reino de Cristo

A lo largo del Antiguo Testamento, el pueblo elegido vivió en la expectativa del Mesías, el cual habría de venir para restablecer a Israel y fundar su reinado universal en esta tierra.

No entendieron, a pesar de que los profetas lo repitieron una y otra vez, que antes de esa venida gloriosa y reinante habría una venida previa, no en su índole de realeza, sino en su condición humilde y sufriente, y de aparente derrota final en la cruz.

Hoy día, a los cristianos nos pasa exactamente al revés. Aceptamos que Jesús de Nazaret fue el Mesías esperado, pero se nos ha olvidado la promesa de que tiene que volver para regir el orbe con justicia y los pueblos con rectitud, desde una Jerusalén de dominio espiritual universal aceptado por todos los pueblos.

Es cierto que Él reina ya, desde la Eucaristía, en los corazones de los fieles viadores y en los salvos del Cielo, pero se tiene que cumplir la promisión esencial de su reinado sobre las naciones, desde un Israel restaurado convertido a Él hacia el final de la Gran Tribulación, reinado en el que se llevarán a cumplimiento todas las bienaventuranzas.

Ese es el centro de todo el mensaje de la Redención, y es la primera promesa que Dios le hace a María al momento de la Anunciación: “He aquí que darás a luz un Hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande, y será llamado Hijo del Altísimo, Dios le dará el trono de David su padre, y reinará sobre la casa de Jacob y su reino no tendrá fin (Lc 1, 27).

Para una joven judía de esa época la promesa era perfectamente entendible, no necesitaba interpretación alguna, y sabía exactamente a qué se referían las palabras del ángel.

Es lamentable la falta de conocimiento de estos temas. La teología y la filosofía deberían en este momento estar disertando sobre qué cambios sufrirá la naturaleza humana con la llegada del Milenio, pues es un hecho que no solo Jerusalén y la Iglesia serán restauradas, sino también la persona humana misma, cuasi recobrando así el estado primigenio: “Todos seremos transformados” (I Cor 15, 51).

Esta es la esperanza que nos debe animar continuamente, estamos asistiendo no al fin del mundo, sino a la más grandiosa renovación de la humanidad, estamos en un nuevo adviento esperando el triunfo del bien y el Retorno del Señor de la historia, la gloriosa Parusía de Jesús.
READ MORE - Reino de Cristo

Parusía

“Parusía” (del griego Parousia) significa manifestación, hacerse presente, y designa la segunda venida de Jesucristo, aparición pública y gloriosa anunciada por Él mismo, quien volverá para realizar tres cosas: 1) derrotar al Anticristo, así como al Falso Profeta y a quienes impusieron un Gobierno Mundial anticristiano durante siete años; 2) juzgar a las naciones y llevar a cabo la primer resurrección y, 3) restaurar la creación y elevar la naturaleza humana en su integridad, transformándola íntima y esencialmente. Con la Parusía, Jesús inaugura el largo período de “mil años” de su Reinado sobre la Tierra, mismo que concluye con su tercera y última manifestación, en el Juicio Final.

El mismo Jesús prometió su Regreso para después de la Gran Tribulación: “Después de la aflicción de aquellos días, verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria”(Mt 24, 29; Mc 13, 26; Lc 21, 27).

Así lo dieron a entender los ángeles a quienes fueron testigos de la Ascensión: “Ese mismo Jesús que habéis visto subir a los cielos, así vendrá, como le habéis visto ascender” (Hch 1, 11).

Así lo transmitió el apóstol San Pablo: “Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados de la multitud, se aparecerá por segunda vez, sin relación ya con el pecado, a los que lo esperan para su salvación” (Hb 9, 28).

Y así lo conservó un buen número de padres y escritores eclesiásticos de los primeros cuatro siglos de la Iglesia, sosteniendo, en resumen: que Jesús ha de volver para reinar en esta Tierra por un periodo largo (“mil años” en el género apocalíptico), después de que el misterio de la iniquidad llegue a su exceso durante la Gran Tribulación; que regresará para derrotar al Anticristo y a sus cómplices, y que tendrá lugar la primera resurrección, la de todos los santos, quienes, luego de haber sido encadenado Satanás, reinarán por mil años con Cristo, juntamente con los que fueron arrebatados en la Gran Tribulación y con los que murieron mártires durante ese periodo, ejerciendo así el prometido trono de David desde la Jerusalén restaurada, sobre un mundo totalmente renovado.

Hoy día, la mayoría de los cristianos ha olvidado el dogma esencial de la fe, que es la segunda venida de Cristo en su condición reinante. Lo paradójico es que lo tienen que repetir cada vez que rezan el padrenuestro: “Venga a nosotros tu Reino”.

Contrariamente a los anti-milenaristas, que espiritualizan tanto el reinado de Cristo al punto de confundirlo con el Cielo, y de mezclar la Parusía con el Juicio Final, para los primeros cristianos no era así: ellos habían recibido de los apóstoles y evangelistas que Cristo volverá para reinar en este mundo durante un periodo largo, después de haber derrotado a Satanás, el cual aparentemente triunfará durante la Gran Tribulación. Sólo después del largo reinado de Cristo, entonces sí vendrá el fin del mundo y el Juicio Universal.

La Parusía es el acontecimiento que concluye la Gran Tribulación y da inicio al Milenio.
READ MORE - Parusía

Microchip

La explicación más sencilla es que el 666 que atañe al Anticristo sea una gematría. Los hebreos, al igual que los griegos, asignaban un número a los nombres. Y es que Juan señala precisamente que es “el número de su nombre” (y en algunas traducciones “número de hombre”), socializando y controlando a la humanidad mediante un sistema económico biotecnológico implantado en la mano derecha y en la frente, hecho que implica una adhesión a él por lo cual, quien lo reciba, no entrará al Reino de Cristo.

Es como si Juan nos dijera: si todo lo que ya dije va a caracterizar a la persona del Anticristo no les convence, calculen el número de su nombre.

"Y la bestia hará que a todos, a pequeños y a grandes, a ricos y a pobres, a libres y a esclavos, se les ponga una marca en la mano derecha o en la frente, y que nadie pueda comprar ni vender, sino el que tenga la marca, es decir, el nombre de la bestia"
(Ap 13:16).

El señalamiento es interesante desde la perspectiva de que habrá un nuevo sistema, pues ello presupone que el anterior sistema se ha colapsado por completo y ya no existe, ha sido sustituido.

Pero esto no es sino uno de tantos engaños del “Impío”. Aquí, se trata de absorber la deuda de las personas, las familias, las empresas y los países, en un nuevo sistema centralizado, donde el impuesto sea global y ya no haya peligro de cargar con efectivo o plásticos –lo cual será bien tomado como forma de evitar robos y asaltos que por supuesto se habrán generalizado.

En varios países se usa ya el microchip implantado bajo la piel como técnica de pago escaneado que va directo a la cuenta bancaria. Pero, además, como técnica de localización satelital así como de identificación, estando conectada a computadoras centralizadas.

Es decir, ya no habrá necesidad de cárceles, el planeta entero será una cárcel (no por algo está siendo muy cuestionado por organismos de derechos humanos). Es decir, falta total de privacidad, de independencia y de propiedad privada.

Pudiera parecer algo conveniente, el problema es que San Juan nos dice que “a mitad de la semana” es decir, a los tres años y medio, el Anticristo reclamará para sí la adoración divina, como retribución por haber solucionado los problemas humanos. Por ello dice el Apóstol claramente que quienes estén marcados con este dispositivos no entraran al Reino y beberán el cáliz de la ira de Dios (Ap 14:10).

El microchip será, por así decirlo, la causa material de millones de martirios por amor a Cristo. Por eso, cuando San Juan contempla el cielo llenarse repentinamente de enorme cantidad de hombres y mujeres vestidos de blanco nos revela:

“Después de estas cosas miré, y he aquí una gran muchedumbre, la cual ninguno podía contar, de todas gentes y linajes y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y palmas en sus manos; y clamaban en alta voz, diciendo: Salvación a nuestro Dios que está sentado sobre el trono, y al Cordero” (Ap 7-9).

Una vez terminado el sellamiento, Juan contempla una incontable multitud que adora a Dios ante su trono, y uno de los ancianos le dice quiénes son:

“Y respondió uno de los ancianos, diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blancas ¿quiénes son, y de dónde han venido? Y yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que han venido de la Gran Tribulación, y han lavado sus ropas, y las han blanqueado en la sangre del Cordero” (Ap 7:13).

Tratar de escapar del sistema de microchip implicará ser excluido del comercio, de los beneficios gubernamentales, de los sistemas de racionalización masiva de alimentos, del nuevo sistema financiero.

Es probable que en algún momento, gran número de personas querrán quitárselo, lo cual tendría consecuencias funestas, dado que al tratar de arrancarse se libera Litio, sustancia que es altamente tóxica e, incluso, mortal. Esta puede ser la causa de la primera de las siete plagas: “Fue el primero, y derramó su copa sobre la tierra, y vino una úlcera maligna y pestilente sobre los hombres que tenían la marca de la bestia, y que adoraban su imagen”(Ap 16:2).

En una entrevista que realizó Aaron Russo a Nick Rockefeller, en Junio de 2007, éste último admitió, abierta y descaradamente, que la finalidad última de la elite banquera internacional es reducir numéricamente la población mundial y controlar a quienes sobrevivan mediante el microchip,
READ MORE - Microchip

Rapto


El Arrebato, o Rapto de los fieles, es la traslación física, seguramente al inicio de la Gran Tribulación, antes de que comience el “Día del Señor”, de aquellos que hayan alcanzado su plena transformación en Cristo.

El acontecimiento fue dado a conocer por San Pablo: "Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel y al son de la trompeta, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos para siempre con el Señor" (I Tes 4, 16).

Y añade: "No todos moriremos, pero todos seremos transformados. En un momento, en un abrir y cerrar de ojos, cuando suene el último toque de trompeta. Porque sonará la trompeta y los muertos serán resucitados para no volver a morir y nosotros seremos transformados" (I Cor 15, 51).

Quienes hayan muerto en santidad volverán a la vida, igual que sucedió el Viernes Santo en que Cristo murió, cuando “se abrieron los sepulcros, y muchos santos que habían muerto resucitaron”(Mt 27, 52). Éstos se aparecieron en Jerusalén a muchas personas durante los cuarenta días que Jesús estuvo resucitado entre los suyos.

El Evangelio nos deja ver que esos santos no revivieron como Lázaro, a quien Jesús regresó a esta misma vida, muriendo tiempo después. Los santos resucitados resurgieron en una condición nueva, transformada y gloriosa.

También nos deja ver que no se trata de un proceso espiritual tipo agustiniano, sino un elemento tan concreto y específico como el acontecimiento previo: “se abrieron los sepulcros, y muchos santos que habían muerto resucitaron”.

Por cuanto al orden que se sigue en la Resurrección, San Pablo mismo lo señala: “Del mismo modo que en Adán todos mueren, así también todos revivirán en Cristo; pero cada uno en su orden: Cristo, como primicia, el primero; luego los que son de Cristo, en su Parusía; luego, al final, cuando entregue el Reino a Dios su Padre, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad, pues es preciso que Él reine hasta poner bajo sus pies a todos sus enemigos. El último enemigo en ser destruido será la muerte” (1Cor 15, 22-26).

El orden de la resurrección es, pues, el siguiente: primero, Cristo; después “los que son de Cristo”, es decir todos los santos de la historia hasta el momento de la Parusía; por último todos los hombres, al fin del mundo, cuando la misma muerte sea destruida y nadie más haya de morir.

Aunque la Resurrección prototípica es la de Jesús, la resurrección que sucede en la Parusía es conocida como “primer resurrección”, para distinguirla de la segunda resurrección, la de todos los hombres, que sucederá en el Juicio Universal, al final de la historia. En la primer resurrección volverán a la vida únicamente los santos y justos; en la segunda, todos los hombres, incluso los condenados.

Es en coincidencia con la primera resurrección cuando sucede el Arrebato de los fieles, es decir, quienes hayan resucitado serán llevados juntamente con los vivos que se hallen plenamente transformados en Cristo.

El Arrebato de los fieles es resultado de una intervención divina selectiva: "Entonces estarán dos en el campo, el uno será tomado, y el otro será dejado. Estarán dos mujeres moliendo en un molino, una será tomada, y la otra será dejada" (Mt 24, 40).

El Rapto tiene el doble propósito de premiar la virtud de los fieles, y de evitarles la purificación de la Gran Tribulación, misma que ya no necesitan.

A excepción de unos cuantos ortodoxos, Israel se ha vuelto una nación endurecida y olvidada de Dios. Pero sabemos, por Ezequiel e Isaías, que una serie de acontecimientos sobrenaturales a favor de Israel, previos a la Gran Tribulación, revivirá la conciencia de la elección, considerándolo los judíos como el cambio de suerte y como el inicio de la edad de oro de Israel.

En realidad, ese será el periodo específico de pruebas y juicios que han de tener lugar antes de que el verdadero Reino de Dios se lleve a cabo. El gobierno mundial del Anticristo, a quien la mayoría de los judíos aceptará como Mesías, será el tiempo de purificación previo al Retorno de Cristo (Parusía) y al milenio del Reino de Cristo sobre la Tierra.

La distinción entre la primera resurrección, exclusiva de los santos del Nuevo Testamento, y la segunda resurrección, que será universal y al fin del mundo, es delineada claramente por San Juan: Ap 20, 1-6.

Cuando Dios remueva a su Iglesia y se concentre en Israel, seguirá habiendo posibilidades de conversión cristiana, pero a través de muchas tribulaciones y persecución. La salvación no vendrá de las autoridades religiosas, un resto fiel estará en catacumbas y habrá que acudir directamente a Cristo en las Escrituras, la misma Eucaristía quedará proscrita por el Anticristo a los tres años y medio del falso acuerdo de paz (Dan 12, 11). Dios enviará especiales mensajes a través de los dos testigos que se opondrán abiertamente al Anticristo en la primera parte de la Gran Tribulación (Ap 11, 3-14), y de sus 144,000 siervos judíos convertidos a Cristo, que lo harán en la segunda mitad de la misma. Entonces, todos los seres humanos estarán sometidos por una economía global centralizada y por un gobierno mundial forzado.

El sello de los 144,000 se refiere literalmente, no metafórica ó espiritualmente, a un grupo de judíos que estarán vivos cuando los dos testigos sean muertos por el Anticristo a mitad de la Gran Tribulación y ambos resuciten y sean raptados al cielo tres días y medio después de su muerte, ante el asombro de la humanidad entera. Los 144,000 elegidos serán, según lo revela San Juan, 12,000 de cada tribu de Israel (Ap 7, 2-8). Estos “sellados” no podrán ser asesinados por el Anticristo, mientras que todos los demás que den testimonio de Dios, judíos ó gentiles, serán martirizados y decapitados (Ap 7, 13-14; 20, 4).

Muchos se preguntan si el Rapto de los fieles será antes ó después de la Guerra de Gog y Magog.

Tratando de resumir la cuestión diremos que existen tres posturas: que el Rapto ocurrirá antes, ó simultáneamente, ó después de la Guerra de Ezequiel.

Quienes abogan por la opinión de que éste ocurrirá de forma posterior argumentan que Dios puede tener prevista la Guerra de Ezequiel como una invitación última para la conversión, y que el Arrebato ocurrirá después de esa postrera llamada para enmendarse. Pero esta opinión parte de una suposición gratuita que no encuentra fundamento en las Escrituras. Aparte, la Guerra de Ezequiel es un acontecimiento que tiene relación primordialmente con Israel, no con la Iglesia.

Otros sostienen que el Rapto tendrá lugar durante la invasión, argumentando que el señalamiento “en ese día”, referido al gran terremoto por el que todos los hombres se ocultarán y temblarán ante la presencia de Dios (Ez 38, 18-20), coincide con el Arrebato.

Pero esa relación es un tanto forzada y tampoco tiene suficientes fundamentos en las Escrituras.

La mayor parte de los estudiosos considera que el Arrebato de los fieles será anterior al inicio del Día del Señor y a la Guerra de Gog y Magog. Y es que los desastres que son resultado de la invasión y de la gran sacudida de la Tierra forman parte de los juicios divinos, de donde surge la pregunta de si la Iglesia fiel estará sometida a la ira de Dios. Las Escrituras parecen sugerir que los fieles no estarán sujetos a ésta ó a ninguna de las demostraciones de la cólera divina propias del “Día del Señor”.

El mensaje dado por San Pablo en Romanos 11, 25-26 demuestra una relación directa con el tema de la exclusividad de Dios al tratar primero con la Iglesia y después con Israel: “Pues no quiero que ignoréis, hermanos, este misterio, no sea que presumáis de sabios: el endurecimiento parcial que sobrevino a Israel durará hasta que entre la totalidad de los gentiles...”. El corazón de Israel como nación está endurecido contra Dios y su Mesías, hasta que una serie de eventos específicos se desaten. El primer evento parece ser precisamente el completarse esa “totalidad de los gentiles”, lo cual significa que el número final de creyentes en Cristo ha entrado a la Iglesia. Ese pudiera ser el momento en que los fieles sean tomados de la Tierra para estar con Cristo.

Otra de las razones para colocar el Arrebato antes de la Guerra de Ezequiel es que ese evento podría ofrecer un elemento más para crear una condición temporal al caos mundial. La desaparición de mucha gente y de algunos líderes en Occidente causaría un pánico generalizado de alcances globales. El enorme apoyo de cristianos evangélicos hacia Israel en los Estados Unidos y el mundo occidental, haría que muchos musulmanes se vuelvan inmediatamente contra los judíos y contra Israel. En este sentido, el Rapto podría paralizar temporalmente a los Estados Unidos, brindando al Islam y a Rusia la perfecta oportunidad para querer atacar a Israel.

Pero sobre todo, lo que más nos puede iluminar  respecto a su posición en el tiempo, es contextualizar el Arrebato dentro del entorno general del inicio del “Día del Señor”.

El “Día del Señor” es  todo el conjunto de juicios por los que la humanidad sufre su purificación previamente a la Parusía.

El Día del Señor, a quien diversos profetas le aplican los adjetivos, “grande y terrible”, tiene su inicio con el gran terremoto y la Guerra de Ezequiel, después de los signos del sol y de la luna.

Uno de los aspectos sobresalientes de la Guerra de Ezequiel es el énfasis sobre el “Día del Señor” y su conexión con el sexto sello del Apocalipsis. La “luna roja” de Joel (Jl 3, 4) es comúnmente relacionada con la “luna roja” que se observa al inicio del sexto sello:

• Joel 3, 4: “El sol se cambiará en tinieblas y la luna en sangre, antes de la venida del Día de Yahveh, grande y terrible”.

• Apocalipsis 6, 12: “Y seguí viendo. Cuando abrió el sexto sello se produjo un violento terremoto: y el sol se puso negro como un paño de crin, y la luna toda como sangre”.
 
La luna en sangre del sexto sello se identifica con la luna roja de Joel que debe preceder al Día del Señor por la reacción de los seres humanos en la Tierra en cuanto el resto de eventos del sexto sello tienen lugar:

Apocalipsis 6, 15-17: “Y los reyes de la Tierra, los magnates los tribunos, los ricos, los poderosos, y todos, esclavos ó libres, se ocultaron en las cuevas y en las peñas de los montes. Y dicen a los montes y a las peñas: ‘Caed sobre nosotros y ocultadnos de la vista del que está sentado en el trono y de la cólera del Cordero. Porque ha llegado el Gran Día de su cólera y ¿quién podrá sostenerse?’”.

La actitud de los seres humanos en la Tierra pone de manifiesto que ellos entienden que el grande y terrible Día del Señor ha comenzado. Éste es precedido por el oscurecimiento del sol, y por la luna roja “como sangre” y el terremoto descritos en Ap 6, 14: “Y el cielo fue retirado como un libro que se enrolla, y todos los montes y las islas fueron removidos de sus asientos”.
 Image

Ambas descripciones, de Ezequiel y del Apocalipsis, se combinan para ofrecer un claro panorama de los eventos englobados en el inicio del “Día del Señor”. Es difícil pensar que tal similitud de acontecimientos tenga lugar dos veces.

Con todo, hay que decir que los hechos se darán muy rápido uno detrás del otro.

Por otro lado, es totalmente verosímil que los siete años descritos por Ezequiel, en los cuales serán quemadas las armas de los ejércitos que pretendían destruir Israel, corresponde a la 70ª semana de Daniel, y esa 70ª semana no empieza en el Apocalipsis sino hasta un tiempo después de las primeras trompetas, causantes de la destrucción de Gog y Magog.

Adicionalmente, podemos observar que la gran multitud que está en pie delante del Cordero (Ap 7, 9) se relaciona con aquella descrita por Jesucristo en su relato de los eventos del fin de los tiempos:

“Guardaros de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las disipaciones de la vida, y venga a aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la Tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está por venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre” (Lc 21, 34).

Jesucristo sugiere que aquellos que se mantengan fieles a Él podrán escapar dichos acontecimientos y estar en pie delante de Él. Esto ofrece un argumento adicional a la tesis del Rapto previo a la Gran Tribulación, ya que las pruebas para los creyentes son descritas como “libertinaje, embriaguez y disipaciones de la vida” y es muy difícil pensar que esas tentaciones se apliquen a los creyentes perseguidos. Y si, una vez que la marca de la Bestia se aplique a escala global, los creyentes no marcados difícilmente podrán comprar comida, mucho menos se puede pensar que estarán envueltos en disipaciones y libertinaje.

Lo más notable, siguiendo con el tema del Arrebato, es la descripción que Cristo da de los creyentes que escaparán de lo que está por venir. Él afirma que ellos estarán de pie delante del Hijo del hombre. Nos recuerda la descripción de San Juan en el Apocalipsis: “Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podía contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y del Cordero (Ap 7, 9).

Las palabras de Jesús y de San Pablo se combinan para decirnos que los santos nunca más serán separados de Cristo. Y dado que los 24 ancianos son descritos anteriores y como separados del Cordero, no es posible que éstos sean ó simbolicen a los santos raptados y resucitados. Por otro lado, la gran multitud obedece mejor a las palabras de Jesús y de San Pablo pues están inmediatamente descritos estando en pie en el cielo en la presencia del Cordero.

Además, existe otro elemento a tomar en cuenta en el discurso de Jesús al usar la palabra escapar como descrita antes de los eventos que ocurrirán a los creyentes previamente a los hechos de la Gran Tribulación. San Pablo usa una terminología semejante: “… y esperar así a su Hijo Jesús que ha de venir de los cielos, a quien resucitó de entre los muertos y quien nos salvará de la cólera venidera” (1 Ts 1, 10).

Jesús se refiere a esa acción como “escapar”,  y San Pablo la describe como “salvación” ó “rescate”, un rescate de la cólera que está por venir. Pablo continúa el tema inmediatamente después de que da a conocer el misterio del Rapto en su primera carta a los Tesalonicenses (1 Ts 4, 13): “Porque Dios no nos ha destinado para la cólera, sino para obtener salvación por nuestro Señor Jesucristo”(1 Ts 5, 9). Nuevamente, los operadores de mal están destinados a la ira, mientras que los fieles serán rescatados para obtener salvación. Estos textos no se llevan a cumplimiento más claramente que en coincidencia con la apertura del sexto sello, previa a que inicien los acontecimientos.

Después de eso, la ira de Dios caerá cuando se sacuda la Tierra entera. Los cristianos que hayan quedado después del Rapto y todos los habitantes responderán a esta catástrofe con miedo y terror, y exclamarán “El gran día de la ira de Dios ha llegado”.

Cabe resaltar que, en las Escrituras, la resurrección de los santos está relacionada con terremoto, como sucedió el Viernes Santo, cuando tembló la tierra y muchos santos del Antiguo Testamento resucitaron, y como temblará la tierra cuando resuciten los dos testigos (Ap 11, 13). Por ello mismo, algunos hacen coincidir el terremoto del sexto sello con el momento en que pudiera suceder la primera resurrección, la de los santos del Nuevo Testamento, seguido inmediatamente del Rapto.

La explicación que los promotores del Gobierno Mundial le darán al Rapto será la de “abducciones” por parte de seres galácticos superiores. Se prepara ya cantidad de literatura en ese sentido.

Concluyamos diciendo que la cercanía de ambas cosas, Arrebato y apertura del sexto sello, será fácilmente previsible por un signo claro que Jesucristo nos dio: el incremento de guerras: “Se levantará nación contra nación, y reino contra reino” Mt 24, 7. Es el mismo orden que se observa en el Apocalipsis en el segundo sello, el que corresponde al segundo caballo, de la guerra: “Entonces salió otro caballo, rojo: al que lo montaba se le concedió quitar de la Tierra la paz para que se degollaran unos a otros: se le dio una espada grande” (Ap 6, 4).  Sólo después aparecen el tercer caballo del hambre, y el cuarto de las pestes que, por otro lado, normalmente son las consecuencias lógicas de las guerras.

En campo católico, diversas revelaciones privadas hablan de un Gran Aviso por parte de Dios previo a la Tribulación. Ese evento podría coincidir también con el sexto sello y el gran terremoto. Primero porque se refiere a un acontecimiento cósmico, segundo por el impacto en todos los habitantes de la Tierra quienes se esconderán con gran temor, pero sobre todo por los efectos de arrepentimiento y contrición despertados en la humanidad entera. En efecto, sostienen dichas revelaciones privadas que la principal consecuencia del Aviso tendrá lugar en el interior de la conciencia humana, como fruto de una iluminación interna sobrenatural, pero en coincidencia con un gran incidente sideral.

Si es así, podemos concluir que el Gran Aviso estará precedido no sólo por la huída del Papa de Roma, sino también por signos inmediatos muy patentes: el oscurecimiento del sol y la luna roja, y el mismo Arrebato de los fieles.

Obra de Cristo, en su Parusía, será la renovación de la naturaleza humana y de todo el orden creado. Esto implica que el hombre será renovado desde su esencia, no sólo mediante la gracia santificante, sino recuperando los dones preternaturales perdidos en el origen.

El cambio interior es fruto de una transformación espiritual parangonable a un segundo Pentecostés.

Dice el profeta Ezequiel: “Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados; de todas manchas y de todos vuestros ídolos os purificaré. Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne un corazón de piedra y os daré un corazón de carne” (Ez 36, 25).

San Pedro describió así el efecto de esa transformación: “Pues también conforme a su promesa esperamos cielos nuevos y tierra nueva, en la cual habite la justicia” (2 Pe 3, 13).

Isaías describió gráficamente la situación de esta nueva bondad, que es espiritual y material: “He aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva, y no serán recordados los primeros ni vendrán a la memoria; antes habrá gozo y regocijo por siempre jamás por lo que voy a crear. Me regocijaré por Jerusalén y me alegraré por mi pueblo, sin que se oiga ahí jamás lloro ni quejido. No habrá allí niño que viva pocos días ni viejo que no llene sus días, pues morir joven será morir a los cien años y el que no alcance los cien años será maldito. Edificarán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán sus frutos. No edificarán para que otro habite, no ablandarán para que otro coma, pues cuanto vive un árbol vivirá mi pueblo y mis elegidos disfrutarán del trabajo de sus manos. No se fatigarán en vano ni tendrán hijos por sobresalto, pues serán raza bendita de Yavéh ellos y sus retoños con ellos; el lobo y el cordero pacerán lado a lado y el león comerá paja con el buey, la serpiente se alimentará de polvo; no habrá daño ni destrucción en mi monte santo, porque la tierra estará llena del conocimiento del amor de Dios como una invasión de las aguas del mar, dice Yavéh” (Is 65, 17).

Algunos piensan que estos cielos nuevos y tierra nueva de los que hablan el profeta Isaías y el apóstol San Pedro, deben ser ubicados después de la resurrección universal, al fin del mundo. Sin embargo, esta interpretación es errada, pues en el cielo ya no habrá impartición de justicia, ni generación de hijos, ni muerte. Tampoco habrá necesidad de edificar casas, ni plantar viñas, ni habitarán animales como se menciona expresamente en esa promesa.

Tampoco se puede admitir una interpretación metafórica de esos cielos nuevos y tierra nueva, pues éstos, como dice el apóstol San Pedro, vendrán después de que los presentes cielos y tierra perezcan por la palabra de Dios y por el fuego. Y como los actuales cielos y tierra, que entraron después de los cielos y tierra diluvianos, no han perecido de esa manera, se deduce que estas promesas aún no se han cumplido.

Así como se cumplió literalmente la primera parte del texto de Pedro “Que hubo cielos desde antiguo y tierra sacada del agua y que el mundo entonces pereció anegado en el agua”, de igual modo se cumplirá la segunda parte: “Que los cielos de hoy y la tierra están, por esa misma palabra, reservados para el fuego”.

Sobre la transformación, que es un segundo Pentecostés, pero universal, se le reveló así al P. Stefano Gobbi, místico y fundador del Movimiento Mariano Sacerdotal: “Estos son los tiempos del gran Retorno. Sí, después del tiempo del gran sufrimiento llegará un tiempo de gran renacimiento y todo reflorecerá. Jesús implantará su reino glorioso. El Espíritu Santo bajará como fuego, pero de un modo distinto al de su primera venida: será un fuego que quemará y transformará todo, que santificará y renovará la tierra desde sus cimientos. Abrirá los corazones a una nueva realidad de vida y guiará a las almas a un amor tan grande y a una santidad tan perfecta, como nunca antes se había conocido. Entonces, el Espíritu será glorificado, llevando a todos al más grande amor hacia el Padre y el Hijo” (3 de julio de 1987).

Y al año siguiente: “El tiempo del segundo Pentecostés ha llegado. El Espíritu Santo vendrá como un celestial rocío de gracia y de fuego que renovará al mundo entero. El Espíritu Santo vendrá para instaurar el reino glorioso de Jesucristo y será un reino de gracia, de santidad, de amor, de justicia y de paz” (22 de mayo de 1988).

A la mística Vassula Ryden, Jesucristo le habló así sobre esa acción del Espíritu Santo: “Ahora estoy totalmente preparado para ir a vosotros, pero aún no habéis comprendido cómo ni de qué manera. Sin embargo, no os he estado hablando en metáforas. Os digo solemnemente que voy a enviaros a mi Santo Espíritu con toda la potencia sobre toda la humanidad, y como signo precursor voy a mostrar portentos en el cielo como nunca los hubo. Habrá un segundo Pentecostés de modo que mi reino en la tierra sea implantado” (10 de diciembre de 1995).

Acerca de la transformación y elevación de la naturaleza humana hay que evitar la creencia de que la naturaleza humana quedará totalmente libre del influjo del mal durante el milenio, y que ya no habrá posibilidad de pecar. Esa será la condición únicamente de los santos resucitados. En los viadores, el influjo del mal se verá drásticamente disminuido, pero no suprimido.
READ MORE - Rapto

Blogger templates

 
 
 

Label

Israel

“Sin duda alguna, un día Rusia atacará a Israel, lo dice la Torá”: Benjamín Netanyahu, Primer Ministro de Israel 1996-1999

Desde el punto de vista profético, Israel es el “reloj” de Dios, el cronómetro que nos dice cuán cerca ó lejos estamos de que concluyan los actuales tiempos de las naciones y de la Iglesia, y comiencen los tiempos mesiánicos del Reino de Cristo.

Precisamente por eso, por los acontecimientos que estamos presenciando, podemos estar seguros de que el mundo está a punto de cambiar abrupta y drásticamente, a partir de circunstancias que afectarán a judíos, cristianos y musulmanes, en primer término, pero también a las demás religiones de la Tierra.

Los judíos esperan la venida del Mesías por primera vez, los cristianos lo esperamos en su segunda venida. Ese grandioso advenimiento estará precedido por una serie de hechos mediante los cuales Dios irá preparando a la humanidad entera. Próximamente, Dios romperá el silencio que ha guardado hasta ahora respecto al pueblo judío, y volverá a actuar directa y portentosamente como lo hizo con prodigios admirables en el pasado.

Toda la historia de Israel está caracterizada por diversos momentos de castigo y silencios divinos, siempre debidos a las infidelidades del pueblo adoptado por Él. Las Escrituras recalcan que las deportaciones y dominaciones (de Egipto, Babilonia, Persia, Grecia, Roma) fueron permitidas por Dios en vista de que los suyos quebrantaban la alianza. De suyo, esa dramática historia de correctivos por parte de Dios es la prueba indirecta de que efectivamente son el pueblo elegido, pues lo son con pesar de eso mismo.

El último de los castigos de Dios sobrevino en el año 70 de nuestra era por haber rechazado a su propio Hijo. El Emperador romano Tito Flavio Vespasiano ordenó la destrucción total de Jerusalén, obligando a los judíos a abandonar la tierra prometida y a emigrar a todo el mundo. Del Templo, como lo predijo el mismo Jesucristo, no quedó “piedra sobre piedra”.

Así, el último de los silencios de Dios respecto de los judíos, el presente, es el que va desde la extraordinaria manifestación divina el día de Pentecostés, hasta el toque de la primer trompeta del Apocalipsis. Se trata del silencio divino más largo de la historia.

Ahora bien, el profeta Ezequiel predijo que, después de la dispersión, los israelitas volverían a reunirse en la tierra prometida: “He aquí que tomaré a los hijos de Israel de entre las naciones a donde se fueron, y los reuniré y los traeré a su tierra” (Ez 37, 21). Esa profecía se cumplió el 14 de mayo de 1948. A partir de entonces comenzaron formalmente los así llamados “últimos tiempos”.

En el Antiguo Testamento, la atención de Dios se centraba en los judíos y su presencia en la tierra prometida bajo la ley que Dios dio a Moisés. En el Nuevo Testamento, Dios guarda silencio respecto a su pueblo y su atención se centra en la Iglesia, ofreciendo la salvación a todos los gentiles.

Cuando el llamado de Dios a formar parte de la Iglesia se haya completado, el tiempo de gracia terminará, Dios removerá a la Iglesia fiel mediante la primera resurrección y el Arrebato de los fieles, y se volverá a concentrar en su plan de salvación sobre los judíos.

Gracias al profeta Ezequiel sabemos de qué manera Dios romperá su silencio, antes de que inicie el periodo de la Gran Tribulación. Él describe una batalla, comúnmente conocida como la “Guerra de Gog y Magog”, en que Dios destruirá portentosamente a una alianza de invasores que atacarán Israel, así como a las naciones de donde vinieron esos ejércitos.

La Guerra de Gog y Magog es un conflicto único en su cronología, en su propósito, en sus características y efectos sobre Israel y sobre el mundo entero.

Ezequiel predijo que, después de reunidos nuevamente en la tierra prometida, al final de los tiempos, los israelitas serán atacados por los enemigos del norte (países árabes) juntamente con Rusia: “He aquí que estoy contra ti, Gog, príncipe soberano de Mésec y Tubal (actual Rusia) (…) te sacaré con todo tu ejército (…) Con ellos están Persia (Irán), Cus (Etiopía) y Fut (Libia), todos ellos armados con escudo y yelmo. Gómer, con todas sus tropas, y la casa de Togarma (Turquía), desde el lejano norte con todas sus tropas y muchos pueblos contigo (...) Después de muchos años invadirás un país salvado de la espada, reunido de muchos pueblos a los montes de Israel (…) En los últimos días atacarás a mi pueblo Israel como nublado para cubrir la tierra” (Ez 38, 3-8, 16).

A lo largo de los capítulos 38 y 39, los nombres de Gog y Magog son utilizados en forma conjunta como título que denomina la combinación de un gran adversario de Dios: Gog como un “príncipe”, y Magog como un país ó región. Dos veces utiliza “Magog” para indicar el territorio de donde es originario el líder denominado “Gog”, que en hebreo antiguo significa “encumbrado”. Al mencionar a Gog como proveniente del “lejano norte”, Ezequiel parece estar denotando el nivel máximo de autoridad dentro de una alianza de naciones de lo que hoy son las ex repúblicas soviéticas, territorio del antiguo reino de Anatolia y más allá del Cáucaso.

Esa guerra mundial, en la que varios países se unirán para atacar a Israel concluirá, dice Ezequiel, con una portentosa intervención divina que frustrará la invasión. Meses después tendrá lugar el falso acuerdo de paz firmado por el personaje a quien el profeta Daniel llamó la “cuarta bestia”(denominado por San Juan como el “Anticristo”), el cual dominará el mundo durante siete años: “por otra semana sellará un pacto con muchos” (Dn 9, 27). Jesucristo llamó a ese periodo la “Gran Tribulación” y es la etapa en que la humanidad será purificada y preparada para su Retorno glorioso, acontecimiento que cierra los tiempos de la Iglesia y de las naciones, y da inicio a los nuevos tiempos mesiánicos del Reino de Dios en la Tierra.

La guerra contra Israel descrita por Ezequiel, y que es previa a los siete años de la Gran Tribulación, será abortada por una acción directa de Dios: “Sobre los montes de Israel caerás tú y todas tus tropas, y los pueblos que fueron contigo (…) Y haré notorio mi santo nombre en medio de mi pueblo Israel, y nunca más dejaré profanar mi santo nombre; y sabrán las naciones que yo soy Jehová, el Santo en Israel” (Ez 39, 4, 7).

El profeta nos dice que los ejércitos que atacarán Israel serán derrotados de forma milagrosa y deslumbrante: mediante un gran terremoto (Ez 30, 19); por tempestad, enormes granizos, fuego y azufre (Ez 38, 22); y por una confusión masiva en la que los agresores comenzarán a matarse entre sí (Ez 38, 21).

Esa intervención divina para proteger a Israel revivirá en los judíos la conciencia de la elección, pero los confundirá al creer que el líder ruso aniquilado era la cuarta bestia de Daniel, y que el promotor de la paz es el Mesías.

Cabe mencionar que la guerra mundial descrita por Ezequiel no es, como erróneamente se piensa a veces, la batalla de Armagedón, la cual será otra campaña militar que se librará hacia el final de la Gran Tribulación, una vez que el Anticristo haya roto el acuerdo de paz y se vuelva contra los mismos judíos. La campaña de Aramagedón es descrita por el apóstol San Juan en el libro del Apocalipsis (Ap 16, 12-16), y es la que propiciará la Parusía, pues Jesús en persona volverá para salvar a Israel de la destrucción que le pretenderá infligir el Anticristo.

Con todo, a la Guerra de Gog y Magog también se le puede llamar “de Armagedón” porque también tendrá lugar en el valle de Armagedón, llanura de Meguido, al norte de Israel, pero claramente difieren una de otra, en el tiempo y en sus características.

Los siete años de la Gran Tribulación, también conocida como la “setenta semana de Daniel” (por ser el período que falta a la profecía de las 70 semanas, de las cuales ya se cumplieron 69 semanas), son dos partes divididas en tres años y medio, de 1260 días exactos cada mitad (Ap 12, 14; 13, 5; Dn 7, 21).

Es a mitad de la semana, es decir, a los tres años y medio de iniciada la Gran Tribulación, cuando el Anticristo romperá el falso acuerdo de paz, proscribirá el sacrificio divino, y desatará la persecución contra todos los que no se sometieron a su gobierno: “a mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la oblación; y en el ala del Templo habrá abominaciones desoladoras hasta el final, cuando la ruina decretada se derrame sobre el desolador” (Dn 9, 27).

Previsiblemente, la Guerra de Gog y Magog será posterior a un ataque previo de Israel contra Siria. Ese embate, que fue profetizado por Isaías, aparentemente refleja una agresión nuclear, ya que la capital siria será completamente destruida: “He aquí que Damasco dejará de ser ciudad; será un montón de ruinas. Cesará el reino de Damasco, y lo que quede de Siria será como la gloria de los hijos de Israel, dice Yahvé de los ejércitos” (Is 17, 1-3; 9). También Jeremías y Amós señalan que Damasco será destruida por el fuego (Jr 49, 23-27; Am 1, 3-5).

Isaías establece una relación entre la devastación del Líbano (Is 10, 23-25; 34) y la total destrucción de Damasco. Ambas naciones son asirias, y el Líbano ha estado esencialmente bajo control de Siria.

La Guerra de Gog y Magog traerá cambios significativos para Israel, para Medio Oriente y para el mundo entero.

Israel atravesará por un proceso de limpiar y enterrar los cadáveres de sus enemigos que durará siete meses (Ez 39, 11-16). Algunos estudiosos sugieren que la mención explícita de Ezequiel de “siete meses” pudiera ser para indicar el tiempo que tardará en iniciar la Gran Tribulación después de la Guerra de Gog y Magog, es decir, del momento en que el Anticristo firmará el falso acuerdo de paz.

Con la intervención divina en la Guerra de Gog y Magog, Israel se despertará espiritualmente a Dios, al Dios de los milagros del Antiguo Testamento. Los judíos se congregarán festivos en Israel mientras las naciones que pretendieron atacarla llorarán sus bajas.

Israel expandirá sus fronteras, readquirirá control total sobre Jerusalén y reconstruirá el Templo.

El fin último del fundamentalismo islámico de borrar a Israel del mapa y dominar el mundo mediante la ley islámica será innegablemente rechazado por Dios.

Las naciones de Medio Oriente y muchas personas reconocerán abiertamente al Dios de Israel.

Erróneamente, el mundo entero proclamará que la guerra ocurrida fue la batalla de Armagedón, que el milenio de bienestar ha comenzado, y que el nuevo líder surgido de las cenizas del conflicto mundial es el Mesías esperado.

Pero en realidad, lo que habrá empezado es el engaño supremo, y la batalla final entre el bien y el mal, entre el ungido de Satanás y el verdadero Mesías, el cual volverá siete años después, al final de ese periodo de tribulación.

Por más violento y corrupto que percibamos al mundo en la situación actual, por más ausente y silencioso que Dios nos parezca respecto a esta situación, la verdad es más que clamorosa. El silencio de Dios durante esta era se puede comparar a la quietud que precede la tempestad. La tempestad será el cumplimiento del período de juicios de Dios conocido en las profecías como “el Día del Señor”.

Dios no permanecerá silencioso por siempre. En palabras de Isaías, “Por amor de Sión no he de callar, por amor de Jerusalén no he de estar silencioso” (Is 62, 1).

El enfoque de la profecía de Gog y Magog es significativamente la implicación de Dios en primera persona. Él no usará a personas como Moisés ó Aarón contra el faraón egipcio, como tampoco existe referencia aquí a los dos testigos de San Juan (otra razón que lleva a concluir que ésta guerra es previa a la 70 semana de Daniel).

Al inicio de los dos capítulos 38 y 39, Dios declara “He aquí que estoy contra ti, Gog...” Dios mismo en persona se muestra airado contra Gog y su alianza de naciones por estar en su contra. Y Dios mismo es quien lo provoca para salir de Magog y dirigirse contra Israel, haciéndolo caer en la trampa: “Yo te haré dar media vuelta (...) y te haré salir con todo tu ejército” “Yo mismo te traeré contra mi pueblo”.

Algunos autores opinan que la referencia a dar media vuelta y ser traído “con garfios en las quijadas”denotan la referencia a Gog ó Rusia resistiéndose a entrar en la guerra, pero finalmente siendo arrastrada por la coalición de naciones musulmanas.

La apertura del primer sello pudiera tener relación con el Anticristo, ya que su forma de adquirir prestigio internacional es por sus conquistas de guerra.

Read More

Reino de Cristo

A lo largo del Antiguo Testamento, el pueblo elegido vivió en la expectativa del Mesías, el cual habría de venir para restablecer a Israel y fundar su reinado universal en esta tierra.

No entendieron, a pesar de que los profetas lo repitieron una y otra vez, que antes de esa venida gloriosa y reinante habría una venida previa, no en su índole de realeza, sino en su condición humilde y sufriente, y de aparente derrota final en la cruz.

Hoy día, a los cristianos nos pasa exactamente al revés. Aceptamos que Jesús de Nazaret fue el Mesías esperado, pero se nos ha olvidado la promesa de que tiene que volver para regir el orbe con justicia y los pueblos con rectitud, desde una Jerusalén de dominio espiritual universal aceptado por todos los pueblos.

Es cierto que Él reina ya, desde la Eucaristía, en los corazones de los fieles viadores y en los salvos del Cielo, pero se tiene que cumplir la promisión esencial de su reinado sobre las naciones, desde un Israel restaurado convertido a Él hacia el final de la Gran Tribulación, reinado en el que se llevarán a cumplimiento todas las bienaventuranzas.

Ese es el centro de todo el mensaje de la Redención, y es la primera promesa que Dios le hace a María al momento de la Anunciación: “He aquí que darás a luz un Hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande, y será llamado Hijo del Altísimo, Dios le dará el trono de David su padre, y reinará sobre la casa de Jacob y su reino no tendrá fin (Lc 1, 27).

Para una joven judía de esa época la promesa era perfectamente entendible, no necesitaba interpretación alguna, y sabía exactamente a qué se referían las palabras del ángel.

Es lamentable la falta de conocimiento de estos temas. La teología y la filosofía deberían en este momento estar disertando sobre qué cambios sufrirá la naturaleza humana con la llegada del Milenio, pues es un hecho que no solo Jerusalén y la Iglesia serán restauradas, sino también la persona humana misma, cuasi recobrando así el estado primigenio: “Todos seremos transformados” (I Cor 15, 51).

Esta es la esperanza que nos debe animar continuamente, estamos asistiendo no al fin del mundo, sino a la más grandiosa renovación de la humanidad, estamos en un nuevo adviento esperando el triunfo del bien y el Retorno del Señor de la historia, la gloriosa Parusía de Jesús.

Read More

Parusía

“Parusía” (del griego Parousia) significa manifestación, hacerse presente, y designa la segunda venida de Jesucristo, aparición pública y gloriosa anunciada por Él mismo, quien volverá para realizar tres cosas: 1) derrotar al Anticristo, así como al Falso Profeta y a quienes impusieron un Gobierno Mundial anticristiano durante siete años; 2) juzgar a las naciones y llevar a cabo la primer resurrección y, 3) restaurar la creación y elevar la naturaleza humana en su integridad, transformándola íntima y esencialmente. Con la Parusía, Jesús inaugura el largo período de “mil años” de su Reinado sobre la Tierra, mismo que concluye con su tercera y última manifestación, en el Juicio Final.

El mismo Jesús prometió su Regreso para después de la Gran Tribulación: “Después de la aflicción de aquellos días, verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria”(Mt 24, 29; Mc 13, 26; Lc 21, 27).

Así lo dieron a entender los ángeles a quienes fueron testigos de la Ascensión: “Ese mismo Jesús que habéis visto subir a los cielos, así vendrá, como le habéis visto ascender” (Hch 1, 11).

Así lo transmitió el apóstol San Pablo: “Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados de la multitud, se aparecerá por segunda vez, sin relación ya con el pecado, a los que lo esperan para su salvación” (Hb 9, 28).

Y así lo conservó un buen número de padres y escritores eclesiásticos de los primeros cuatro siglos de la Iglesia, sosteniendo, en resumen: que Jesús ha de volver para reinar en esta Tierra por un periodo largo (“mil años” en el género apocalíptico), después de que el misterio de la iniquidad llegue a su exceso durante la Gran Tribulación; que regresará para derrotar al Anticristo y a sus cómplices, y que tendrá lugar la primera resurrección, la de todos los santos, quienes, luego de haber sido encadenado Satanás, reinarán por mil años con Cristo, juntamente con los que fueron arrebatados en la Gran Tribulación y con los que murieron mártires durante ese periodo, ejerciendo así el prometido trono de David desde la Jerusalén restaurada, sobre un mundo totalmente renovado.

Hoy día, la mayoría de los cristianos ha olvidado el dogma esencial de la fe, que es la segunda venida de Cristo en su condición reinante. Lo paradójico es que lo tienen que repetir cada vez que rezan el padrenuestro: “Venga a nosotros tu Reino”.

Contrariamente a los anti-milenaristas, que espiritualizan tanto el reinado de Cristo al punto de confundirlo con el Cielo, y de mezclar la Parusía con el Juicio Final, para los primeros cristianos no era así: ellos habían recibido de los apóstoles y evangelistas que Cristo volverá para reinar en este mundo durante un periodo largo, después de haber derrotado a Satanás, el cual aparentemente triunfará durante la Gran Tribulación. Sólo después del largo reinado de Cristo, entonces sí vendrá el fin del mundo y el Juicio Universal.

La Parusía es el acontecimiento que concluye la Gran Tribulación y da inicio al Milenio.

Read More

Microchip

La explicación más sencilla es que el 666 que atañe al Anticristo sea una gematría. Los hebreos, al igual que los griegos, asignaban un número a los nombres. Y es que Juan señala precisamente que es “el número de su nombre” (y en algunas traducciones “número de hombre”), socializando y controlando a la humanidad mediante un sistema económico biotecnológico implantado en la mano derecha y en la frente, hecho que implica una adhesión a él por lo cual, quien lo reciba, no entrará al Reino de Cristo.

Es como si Juan nos dijera: si todo lo que ya dije va a caracterizar a la persona del Anticristo no les convence, calculen el número de su nombre.

"Y la bestia hará que a todos, a pequeños y a grandes, a ricos y a pobres, a libres y a esclavos, se les ponga una marca en la mano derecha o en la frente, y que nadie pueda comprar ni vender, sino el que tenga la marca, es decir, el nombre de la bestia"
(Ap 13:16).

El señalamiento es interesante desde la perspectiva de que habrá un nuevo sistema, pues ello presupone que el anterior sistema se ha colapsado por completo y ya no existe, ha sido sustituido.

Pero esto no es sino uno de tantos engaños del “Impío”. Aquí, se trata de absorber la deuda de las personas, las familias, las empresas y los países, en un nuevo sistema centralizado, donde el impuesto sea global y ya no haya peligro de cargar con efectivo o plásticos –lo cual será bien tomado como forma de evitar robos y asaltos que por supuesto se habrán generalizado.

En varios países se usa ya el microchip implantado bajo la piel como técnica de pago escaneado que va directo a la cuenta bancaria. Pero, además, como técnica de localización satelital así como de identificación, estando conectada a computadoras centralizadas.

Es decir, ya no habrá necesidad de cárceles, el planeta entero será una cárcel (no por algo está siendo muy cuestionado por organismos de derechos humanos). Es decir, falta total de privacidad, de independencia y de propiedad privada.

Pudiera parecer algo conveniente, el problema es que San Juan nos dice que “a mitad de la semana” es decir, a los tres años y medio, el Anticristo reclamará para sí la adoración divina, como retribución por haber solucionado los problemas humanos. Por ello dice el Apóstol claramente que quienes estén marcados con este dispositivos no entraran al Reino y beberán el cáliz de la ira de Dios (Ap 14:10).

El microchip será, por así decirlo, la causa material de millones de martirios por amor a Cristo. Por eso, cuando San Juan contempla el cielo llenarse repentinamente de enorme cantidad de hombres y mujeres vestidos de blanco nos revela:

“Después de estas cosas miré, y he aquí una gran muchedumbre, la cual ninguno podía contar, de todas gentes y linajes y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y palmas en sus manos; y clamaban en alta voz, diciendo: Salvación a nuestro Dios que está sentado sobre el trono, y al Cordero” (Ap 7-9).

Una vez terminado el sellamiento, Juan contempla una incontable multitud que adora a Dios ante su trono, y uno de los ancianos le dice quiénes son:

“Y respondió uno de los ancianos, diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blancas ¿quiénes son, y de dónde han venido? Y yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que han venido de la Gran Tribulación, y han lavado sus ropas, y las han blanqueado en la sangre del Cordero” (Ap 7:13).

Tratar de escapar del sistema de microchip implicará ser excluido del comercio, de los beneficios gubernamentales, de los sistemas de racionalización masiva de alimentos, del nuevo sistema financiero.

Es probable que en algún momento, gran número de personas querrán quitárselo, lo cual tendría consecuencias funestas, dado que al tratar de arrancarse se libera Litio, sustancia que es altamente tóxica e, incluso, mortal. Esta puede ser la causa de la primera de las siete plagas: “Fue el primero, y derramó su copa sobre la tierra, y vino una úlcera maligna y pestilente sobre los hombres que tenían la marca de la bestia, y que adoraban su imagen”(Ap 16:2).

En una entrevista que realizó Aaron Russo a Nick Rockefeller, en Junio de 2007, éste último admitió, abierta y descaradamente, que la finalidad última de la elite banquera internacional es reducir numéricamente la población mundial y controlar a quienes sobrevivan mediante el microchip,

Read More

Rapto


El Arrebato, o Rapto de los fieles, es la traslación física, seguramente al inicio de la Gran Tribulación, antes de que comience el “Día del Señor”, de aquellos que hayan alcanzado su plena transformación en Cristo.

El acontecimiento fue dado a conocer por San Pablo: "Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel y al son de la trompeta, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos para siempre con el Señor" (I Tes 4, 16).

Y añade: "No todos moriremos, pero todos seremos transformados. En un momento, en un abrir y cerrar de ojos, cuando suene el último toque de trompeta. Porque sonará la trompeta y los muertos serán resucitados para no volver a morir y nosotros seremos transformados" (I Cor 15, 51).

Quienes hayan muerto en santidad volverán a la vida, igual que sucedió el Viernes Santo en que Cristo murió, cuando “se abrieron los sepulcros, y muchos santos que habían muerto resucitaron”(Mt 27, 52). Éstos se aparecieron en Jerusalén a muchas personas durante los cuarenta días que Jesús estuvo resucitado entre los suyos.

El Evangelio nos deja ver que esos santos no revivieron como Lázaro, a quien Jesús regresó a esta misma vida, muriendo tiempo después. Los santos resucitados resurgieron en una condición nueva, transformada y gloriosa.

También nos deja ver que no se trata de un proceso espiritual tipo agustiniano, sino un elemento tan concreto y específico como el acontecimiento previo: “se abrieron los sepulcros, y muchos santos que habían muerto resucitaron”.

Por cuanto al orden que se sigue en la Resurrección, San Pablo mismo lo señala: “Del mismo modo que en Adán todos mueren, así también todos revivirán en Cristo; pero cada uno en su orden: Cristo, como primicia, el primero; luego los que son de Cristo, en su Parusía; luego, al final, cuando entregue el Reino a Dios su Padre, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad, pues es preciso que Él reine hasta poner bajo sus pies a todos sus enemigos. El último enemigo en ser destruido será la muerte” (1Cor 15, 22-26).

El orden de la resurrección es, pues, el siguiente: primero, Cristo; después “los que son de Cristo”, es decir todos los santos de la historia hasta el momento de la Parusía; por último todos los hombres, al fin del mundo, cuando la misma muerte sea destruida y nadie más haya de morir.

Aunque la Resurrección prototípica es la de Jesús, la resurrección que sucede en la Parusía es conocida como “primer resurrección”, para distinguirla de la segunda resurrección, la de todos los hombres, que sucederá en el Juicio Universal, al final de la historia. En la primer resurrección volverán a la vida únicamente los santos y justos; en la segunda, todos los hombres, incluso los condenados.

Es en coincidencia con la primera resurrección cuando sucede el Arrebato de los fieles, es decir, quienes hayan resucitado serán llevados juntamente con los vivos que se hallen plenamente transformados en Cristo.

El Arrebato de los fieles es resultado de una intervención divina selectiva: "Entonces estarán dos en el campo, el uno será tomado, y el otro será dejado. Estarán dos mujeres moliendo en un molino, una será tomada, y la otra será dejada" (Mt 24, 40).

El Rapto tiene el doble propósito de premiar la virtud de los fieles, y de evitarles la purificación de la Gran Tribulación, misma que ya no necesitan.

A excepción de unos cuantos ortodoxos, Israel se ha vuelto una nación endurecida y olvidada de Dios. Pero sabemos, por Ezequiel e Isaías, que una serie de acontecimientos sobrenaturales a favor de Israel, previos a la Gran Tribulación, revivirá la conciencia de la elección, considerándolo los judíos como el cambio de suerte y como el inicio de la edad de oro de Israel.

En realidad, ese será el periodo específico de pruebas y juicios que han de tener lugar antes de que el verdadero Reino de Dios se lleve a cabo. El gobierno mundial del Anticristo, a quien la mayoría de los judíos aceptará como Mesías, será el tiempo de purificación previo al Retorno de Cristo (Parusía) y al milenio del Reino de Cristo sobre la Tierra.

La distinción entre la primera resurrección, exclusiva de los santos del Nuevo Testamento, y la segunda resurrección, que será universal y al fin del mundo, es delineada claramente por San Juan: Ap 20, 1-6.

Cuando Dios remueva a su Iglesia y se concentre en Israel, seguirá habiendo posibilidades de conversión cristiana, pero a través de muchas tribulaciones y persecución. La salvación no vendrá de las autoridades religiosas, un resto fiel estará en catacumbas y habrá que acudir directamente a Cristo en las Escrituras, la misma Eucaristía quedará proscrita por el Anticristo a los tres años y medio del falso acuerdo de paz (Dan 12, 11). Dios enviará especiales mensajes a través de los dos testigos que se opondrán abiertamente al Anticristo en la primera parte de la Gran Tribulación (Ap 11, 3-14), y de sus 144,000 siervos judíos convertidos a Cristo, que lo harán en la segunda mitad de la misma. Entonces, todos los seres humanos estarán sometidos por una economía global centralizada y por un gobierno mundial forzado.

El sello de los 144,000 se refiere literalmente, no metafórica ó espiritualmente, a un grupo de judíos que estarán vivos cuando los dos testigos sean muertos por el Anticristo a mitad de la Gran Tribulación y ambos resuciten y sean raptados al cielo tres días y medio después de su muerte, ante el asombro de la humanidad entera. Los 144,000 elegidos serán, según lo revela San Juan, 12,000 de cada tribu de Israel (Ap 7, 2-8). Estos “sellados” no podrán ser asesinados por el Anticristo, mientras que todos los demás que den testimonio de Dios, judíos ó gentiles, serán martirizados y decapitados (Ap 7, 13-14; 20, 4).

Muchos se preguntan si el Rapto de los fieles será antes ó después de la Guerra de Gog y Magog.

Tratando de resumir la cuestión diremos que existen tres posturas: que el Rapto ocurrirá antes, ó simultáneamente, ó después de la Guerra de Ezequiel.

Quienes abogan por la opinión de que éste ocurrirá de forma posterior argumentan que Dios puede tener prevista la Guerra de Ezequiel como una invitación última para la conversión, y que el Arrebato ocurrirá después de esa postrera llamada para enmendarse. Pero esta opinión parte de una suposición gratuita que no encuentra fundamento en las Escrituras. Aparte, la Guerra de Ezequiel es un acontecimiento que tiene relación primordialmente con Israel, no con la Iglesia.

Otros sostienen que el Rapto tendrá lugar durante la invasión, argumentando que el señalamiento “en ese día”, referido al gran terremoto por el que todos los hombres se ocultarán y temblarán ante la presencia de Dios (Ez 38, 18-20), coincide con el Arrebato.

Pero esa relación es un tanto forzada y tampoco tiene suficientes fundamentos en las Escrituras.

La mayor parte de los estudiosos considera que el Arrebato de los fieles será anterior al inicio del Día del Señor y a la Guerra de Gog y Magog. Y es que los desastres que son resultado de la invasión y de la gran sacudida de la Tierra forman parte de los juicios divinos, de donde surge la pregunta de si la Iglesia fiel estará sometida a la ira de Dios. Las Escrituras parecen sugerir que los fieles no estarán sujetos a ésta ó a ninguna de las demostraciones de la cólera divina propias del “Día del Señor”.

El mensaje dado por San Pablo en Romanos 11, 25-26 demuestra una relación directa con el tema de la exclusividad de Dios al tratar primero con la Iglesia y después con Israel: “Pues no quiero que ignoréis, hermanos, este misterio, no sea que presumáis de sabios: el endurecimiento parcial que sobrevino a Israel durará hasta que entre la totalidad de los gentiles...”. El corazón de Israel como nación está endurecido contra Dios y su Mesías, hasta que una serie de eventos específicos se desaten. El primer evento parece ser precisamente el completarse esa “totalidad de los gentiles”, lo cual significa que el número final de creyentes en Cristo ha entrado a la Iglesia. Ese pudiera ser el momento en que los fieles sean tomados de la Tierra para estar con Cristo.

Otra de las razones para colocar el Arrebato antes de la Guerra de Ezequiel es que ese evento podría ofrecer un elemento más para crear una condición temporal al caos mundial. La desaparición de mucha gente y de algunos líderes en Occidente causaría un pánico generalizado de alcances globales. El enorme apoyo de cristianos evangélicos hacia Israel en los Estados Unidos y el mundo occidental, haría que muchos musulmanes se vuelvan inmediatamente contra los judíos y contra Israel. En este sentido, el Rapto podría paralizar temporalmente a los Estados Unidos, brindando al Islam y a Rusia la perfecta oportunidad para querer atacar a Israel.

Pero sobre todo, lo que más nos puede iluminar  respecto a su posición en el tiempo, es contextualizar el Arrebato dentro del entorno general del inicio del “Día del Señor”.

El “Día del Señor” es  todo el conjunto de juicios por los que la humanidad sufre su purificación previamente a la Parusía.

El Día del Señor, a quien diversos profetas le aplican los adjetivos, “grande y terrible”, tiene su inicio con el gran terremoto y la Guerra de Ezequiel, después de los signos del sol y de la luna.

Uno de los aspectos sobresalientes de la Guerra de Ezequiel es el énfasis sobre el “Día del Señor” y su conexión con el sexto sello del Apocalipsis. La “luna roja” de Joel (Jl 3, 4) es comúnmente relacionada con la “luna roja” que se observa al inicio del sexto sello:

• Joel 3, 4: “El sol se cambiará en tinieblas y la luna en sangre, antes de la venida del Día de Yahveh, grande y terrible”.

• Apocalipsis 6, 12: “Y seguí viendo. Cuando abrió el sexto sello se produjo un violento terremoto: y el sol se puso negro como un paño de crin, y la luna toda como sangre”.
 
La luna en sangre del sexto sello se identifica con la luna roja de Joel que debe preceder al Día del Señor por la reacción de los seres humanos en la Tierra en cuanto el resto de eventos del sexto sello tienen lugar:

Apocalipsis 6, 15-17: “Y los reyes de la Tierra, los magnates los tribunos, los ricos, los poderosos, y todos, esclavos ó libres, se ocultaron en las cuevas y en las peñas de los montes. Y dicen a los montes y a las peñas: ‘Caed sobre nosotros y ocultadnos de la vista del que está sentado en el trono y de la cólera del Cordero. Porque ha llegado el Gran Día de su cólera y ¿quién podrá sostenerse?’”.

La actitud de los seres humanos en la Tierra pone de manifiesto que ellos entienden que el grande y terrible Día del Señor ha comenzado. Éste es precedido por el oscurecimiento del sol, y por la luna roja “como sangre” y el terremoto descritos en Ap 6, 14: “Y el cielo fue retirado como un libro que se enrolla, y todos los montes y las islas fueron removidos de sus asientos”.
 Image

Ambas descripciones, de Ezequiel y del Apocalipsis, se combinan para ofrecer un claro panorama de los eventos englobados en el inicio del “Día del Señor”. Es difícil pensar que tal similitud de acontecimientos tenga lugar dos veces.

Con todo, hay que decir que los hechos se darán muy rápido uno detrás del otro.

Por otro lado, es totalmente verosímil que los siete años descritos por Ezequiel, en los cuales serán quemadas las armas de los ejércitos que pretendían destruir Israel, corresponde a la 70ª semana de Daniel, y esa 70ª semana no empieza en el Apocalipsis sino hasta un tiempo después de las primeras trompetas, causantes de la destrucción de Gog y Magog.

Adicionalmente, podemos observar que la gran multitud que está en pie delante del Cordero (Ap 7, 9) se relaciona con aquella descrita por Jesucristo en su relato de los eventos del fin de los tiempos:

“Guardaros de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las disipaciones de la vida, y venga a aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la Tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está por venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre” (Lc 21, 34).

Jesucristo sugiere que aquellos que se mantengan fieles a Él podrán escapar dichos acontecimientos y estar en pie delante de Él. Esto ofrece un argumento adicional a la tesis del Rapto previo a la Gran Tribulación, ya que las pruebas para los creyentes son descritas como “libertinaje, embriaguez y disipaciones de la vida” y es muy difícil pensar que esas tentaciones se apliquen a los creyentes perseguidos. Y si, una vez que la marca de la Bestia se aplique a escala global, los creyentes no marcados difícilmente podrán comprar comida, mucho menos se puede pensar que estarán envueltos en disipaciones y libertinaje.

Lo más notable, siguiendo con el tema del Arrebato, es la descripción que Cristo da de los creyentes que escaparán de lo que está por venir. Él afirma que ellos estarán de pie delante del Hijo del hombre. Nos recuerda la descripción de San Juan en el Apocalipsis: “Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podía contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y del Cordero (Ap 7, 9).

Las palabras de Jesús y de San Pablo se combinan para decirnos que los santos nunca más serán separados de Cristo. Y dado que los 24 ancianos son descritos anteriores y como separados del Cordero, no es posible que éstos sean ó simbolicen a los santos raptados y resucitados. Por otro lado, la gran multitud obedece mejor a las palabras de Jesús y de San Pablo pues están inmediatamente descritos estando en pie en el cielo en la presencia del Cordero.

Además, existe otro elemento a tomar en cuenta en el discurso de Jesús al usar la palabra escapar como descrita antes de los eventos que ocurrirán a los creyentes previamente a los hechos de la Gran Tribulación. San Pablo usa una terminología semejante: “… y esperar así a su Hijo Jesús que ha de venir de los cielos, a quien resucitó de entre los muertos y quien nos salvará de la cólera venidera” (1 Ts 1, 10).

Jesús se refiere a esa acción como “escapar”,  y San Pablo la describe como “salvación” ó “rescate”, un rescate de la cólera que está por venir. Pablo continúa el tema inmediatamente después de que da a conocer el misterio del Rapto en su primera carta a los Tesalonicenses (1 Ts 4, 13): “Porque Dios no nos ha destinado para la cólera, sino para obtener salvación por nuestro Señor Jesucristo”(1 Ts 5, 9). Nuevamente, los operadores de mal están destinados a la ira, mientras que los fieles serán rescatados para obtener salvación. Estos textos no se llevan a cumplimiento más claramente que en coincidencia con la apertura del sexto sello, previa a que inicien los acontecimientos.

Después de eso, la ira de Dios caerá cuando se sacuda la Tierra entera. Los cristianos que hayan quedado después del Rapto y todos los habitantes responderán a esta catástrofe con miedo y terror, y exclamarán “El gran día de la ira de Dios ha llegado”.

Cabe resaltar que, en las Escrituras, la resurrección de los santos está relacionada con terremoto, como sucedió el Viernes Santo, cuando tembló la tierra y muchos santos del Antiguo Testamento resucitaron, y como temblará la tierra cuando resuciten los dos testigos (Ap 11, 13). Por ello mismo, algunos hacen coincidir el terremoto del sexto sello con el momento en que pudiera suceder la primera resurrección, la de los santos del Nuevo Testamento, seguido inmediatamente del Rapto.

La explicación que los promotores del Gobierno Mundial le darán al Rapto será la de “abducciones” por parte de seres galácticos superiores. Se prepara ya cantidad de literatura en ese sentido.

Concluyamos diciendo que la cercanía de ambas cosas, Arrebato y apertura del sexto sello, será fácilmente previsible por un signo claro que Jesucristo nos dio: el incremento de guerras: “Se levantará nación contra nación, y reino contra reino” Mt 24, 7. Es el mismo orden que se observa en el Apocalipsis en el segundo sello, el que corresponde al segundo caballo, de la guerra: “Entonces salió otro caballo, rojo: al que lo montaba se le concedió quitar de la Tierra la paz para que se degollaran unos a otros: se le dio una espada grande” (Ap 6, 4).  Sólo después aparecen el tercer caballo del hambre, y el cuarto de las pestes que, por otro lado, normalmente son las consecuencias lógicas de las guerras.

En campo católico, diversas revelaciones privadas hablan de un Gran Aviso por parte de Dios previo a la Tribulación. Ese evento podría coincidir también con el sexto sello y el gran terremoto. Primero porque se refiere a un acontecimiento cósmico, segundo por el impacto en todos los habitantes de la Tierra quienes se esconderán con gran temor, pero sobre todo por los efectos de arrepentimiento y contrición despertados en la humanidad entera. En efecto, sostienen dichas revelaciones privadas que la principal consecuencia del Aviso tendrá lugar en el interior de la conciencia humana, como fruto de una iluminación interna sobrenatural, pero en coincidencia con un gran incidente sideral.

Si es así, podemos concluir que el Gran Aviso estará precedido no sólo por la huída del Papa de Roma, sino también por signos inmediatos muy patentes: el oscurecimiento del sol y la luna roja, y el mismo Arrebato de los fieles.

Obra de Cristo, en su Parusía, será la renovación de la naturaleza humana y de todo el orden creado. Esto implica que el hombre será renovado desde su esencia, no sólo mediante la gracia santificante, sino recuperando los dones preternaturales perdidos en el origen.

El cambio interior es fruto de una transformación espiritual parangonable a un segundo Pentecostés.

Dice el profeta Ezequiel: “Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados; de todas manchas y de todos vuestros ídolos os purificaré. Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne un corazón de piedra y os daré un corazón de carne” (Ez 36, 25).

San Pedro describió así el efecto de esa transformación: “Pues también conforme a su promesa esperamos cielos nuevos y tierra nueva, en la cual habite la justicia” (2 Pe 3, 13).

Isaías describió gráficamente la situación de esta nueva bondad, que es espiritual y material: “He aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva, y no serán recordados los primeros ni vendrán a la memoria; antes habrá gozo y regocijo por siempre jamás por lo que voy a crear. Me regocijaré por Jerusalén y me alegraré por mi pueblo, sin que se oiga ahí jamás lloro ni quejido. No habrá allí niño que viva pocos días ni viejo que no llene sus días, pues morir joven será morir a los cien años y el que no alcance los cien años será maldito. Edificarán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán sus frutos. No edificarán para que otro habite, no ablandarán para que otro coma, pues cuanto vive un árbol vivirá mi pueblo y mis elegidos disfrutarán del trabajo de sus manos. No se fatigarán en vano ni tendrán hijos por sobresalto, pues serán raza bendita de Yavéh ellos y sus retoños con ellos; el lobo y el cordero pacerán lado a lado y el león comerá paja con el buey, la serpiente se alimentará de polvo; no habrá daño ni destrucción en mi monte santo, porque la tierra estará llena del conocimiento del amor de Dios como una invasión de las aguas del mar, dice Yavéh” (Is 65, 17).

Algunos piensan que estos cielos nuevos y tierra nueva de los que hablan el profeta Isaías y el apóstol San Pedro, deben ser ubicados después de la resurrección universal, al fin del mundo. Sin embargo, esta interpretación es errada, pues en el cielo ya no habrá impartición de justicia, ni generación de hijos, ni muerte. Tampoco habrá necesidad de edificar casas, ni plantar viñas, ni habitarán animales como se menciona expresamente en esa promesa.

Tampoco se puede admitir una interpretación metafórica de esos cielos nuevos y tierra nueva, pues éstos, como dice el apóstol San Pedro, vendrán después de que los presentes cielos y tierra perezcan por la palabra de Dios y por el fuego. Y como los actuales cielos y tierra, que entraron después de los cielos y tierra diluvianos, no han perecido de esa manera, se deduce que estas promesas aún no se han cumplido.

Así como se cumplió literalmente la primera parte del texto de Pedro “Que hubo cielos desde antiguo y tierra sacada del agua y que el mundo entonces pereció anegado en el agua”, de igual modo se cumplirá la segunda parte: “Que los cielos de hoy y la tierra están, por esa misma palabra, reservados para el fuego”.

Sobre la transformación, que es un segundo Pentecostés, pero universal, se le reveló así al P. Stefano Gobbi, místico y fundador del Movimiento Mariano Sacerdotal: “Estos son los tiempos del gran Retorno. Sí, después del tiempo del gran sufrimiento llegará un tiempo de gran renacimiento y todo reflorecerá. Jesús implantará su reino glorioso. El Espíritu Santo bajará como fuego, pero de un modo distinto al de su primera venida: será un fuego que quemará y transformará todo, que santificará y renovará la tierra desde sus cimientos. Abrirá los corazones a una nueva realidad de vida y guiará a las almas a un amor tan grande y a una santidad tan perfecta, como nunca antes se había conocido. Entonces, el Espíritu será glorificado, llevando a todos al más grande amor hacia el Padre y el Hijo” (3 de julio de 1987).

Y al año siguiente: “El tiempo del segundo Pentecostés ha llegado. El Espíritu Santo vendrá como un celestial rocío de gracia y de fuego que renovará al mundo entero. El Espíritu Santo vendrá para instaurar el reino glorioso de Jesucristo y será un reino de gracia, de santidad, de amor, de justicia y de paz” (22 de mayo de 1988).

A la mística Vassula Ryden, Jesucristo le habló así sobre esa acción del Espíritu Santo: “Ahora estoy totalmente preparado para ir a vosotros, pero aún no habéis comprendido cómo ni de qué manera. Sin embargo, no os he estado hablando en metáforas. Os digo solemnemente que voy a enviaros a mi Santo Espíritu con toda la potencia sobre toda la humanidad, y como signo precursor voy a mostrar portentos en el cielo como nunca los hubo. Habrá un segundo Pentecostés de modo que mi reino en la tierra sea implantado” (10 de diciembre de 1995).

Acerca de la transformación y elevación de la naturaleza humana hay que evitar la creencia de que la naturaleza humana quedará totalmente libre del influjo del mal durante el milenio, y que ya no habrá posibilidad de pecar. Esa será la condición únicamente de los santos resucitados. En los viadores, el influjo del mal se verá drásticamente disminuido, pero no suprimido.

Read More